Capítulo 1 - PRIMERA PARTE

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El reino estaba de luto, pero ningún corazón podría sentir más pena que el mío, ni siquiera el del rey, quien acababa de perder a su esposa. Yo había perdido a mi madre y a mi mayor aliada en este nido de víboras. Reino de dragones y de serpientes venenosas, sigilosas y traicioneras arrastrándose entre mis pies, esperando el momento para darme su mordisco. Un reino sin heredero varón para el que yo era su última esperanza y su maldición.

Las cenizas de mi madre todavía no se habían enfriado en la pira funeraria y ya notaba el peso de sus miradas sobre mí, juzgándome, despreciándome, maquinando, buscando el modo de destruirme. Y todo porque el reino nunca había tenido una heredera. Perdón: y todo porque nunca habían permitido que el reino tuviera una heredera.

Reino de hombres, para hombres. De víboras, para víboras.

"Lo más importante, mi vida, es que jamás permitas que te falten el respeto."

Mi madre era una mujer sabia y desde su última pérdida me miraba con pena, como pidiéndome perdón en silencio por no poder engendrar un hijo varón, por dejar el peso del reino sobre mis hombros, unos hombros finos y esbeltos de mujer que no podrían soportar el peso de la corona y todas las víboras enganchadas a ella.

Lo que madre no esperaba era que tendría que abandonarme tan pronto ante el peligro. Y yo tampoco. Por eso las lágrimas no surcaban mi rostro, no podía creérmelo, que anoche hubiese cenado y reído con ella y ahora estuviera contemplando sus cenizas.

Quien viera estoicismo en mi rostro, que así fuera; solo yo sabía la verdad: que la conmoción me tenía paralizada entre el ayer y un mañana que era incapaz de imaginar.

Ya lloraría cuando no hubiese quien bebiera mis lágrimas.

—Hija.

Padre apoyó una mano en mi hombro y se alzó a mi lado, de luto en cuero negro y rostro apenado.

—Debemos retirarnos ya.

Los demás empezaron a moverse, aceptando la liberación implícita de su rey. Ya podían marcharse y dejar de oler estas cenizas tibias, pero yo no quería hacerlo, no quería caminar hacia ese nuevo mañana incierto y gris como el humo que ascendía al cielo.

Solo me quedaban unos instantes hasta que los demás nos hubieran dejado el camino libre, huyendo con prisa hacia sus hogares cálidos y seguros.

"Madre, haré que me respeten, te lo prometo."

El rey me dio un apretón en el hombro, el tiempo se había terminado. Me giré lentamente y caminé a su lado, rodeados por su guardias, pero antes de dejarla atrás para siempre, miré sobre mi hombro una última vez.

"Te extrañaré."

El regreso al castillo fue silencioso y frío, como si nos hubiera caído encima un manto helado pese a que el sol brillaba en el cielo. ¿Ya no volvería a calentar la primavera? No, era absurdo, lo sabía; era la pena, que entumecía y desgarraba hasta colarse en los huesos. Había perdido una parte de mí, pero no podía perderme a mí misma.

En cuanto atravesamos las puertas partí hacia mi alcoba con los pasos de mi guardia personal retumbando detrás. No le di oportunidad a mi padre ni a nadie para decirme nada, necesitaba estar a solas. Subí las escaleras hasta la primera planta y giré hacia el ala oeste, de repente rauda, como si algo me pisase los talones, resollando.

El sonido de mi respiración y de la armadura de mi guardia retumbaron en el pasillo de piedra hasta que llegué a mi alcoba y me lancé hacia la puerta, entrando y dando un fuerte portazo. Apoyé la espalda en la madera y cogí aliento entre jadeos con las manos temblando y la visión borrosa.

EL JUEGO DE LA CORONA fanfic HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora