Capítulo 13

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Tras unos días de calma en el castillo, las festividades terminaban con una competición de justa en la que Deagon se había empeñado en participar con mis pretendientes y algunos otros caballeros a los que les parecía divertido. Yo no tenía más remedio que asistir, pero no disfrutaba realmente de ello, y decírselo no disminuyó el entusiasmo de Deagon. Dijo que ganaría para mí, pero creo que solo quería medirse con mis pretendientes y demostrarles (y demostrarme) que no estaban a su altura. A veces el ego de los hombres necesita alabanzas y sangre.

Ocupamos nuestros asientos en el palco de la realeza y la multitud congregada aplaudió nuestra llegada. Sus gradas estaban a la intemperie, sobre ellos caían los rayos del sol sin piedad; nosotros teníamos un toldo y cortinas a los lados que en ese momento estaban atadas por si corría algo de brisa.

Cogí una copa de vino y un abanico y observé mientras presentaban a los primeros combatientes, nos saludaban con una reverencia, y daba inicio la competición. La multitud rugió mientras ocupaban sus puestos y yo ya había olvidado sus nombres porque solo uno me importaba, era el único que esperaba escuchar y ver, y al que más temía. El nudo de mi estómago se retorcía con fuerza, ahora Deagon me importaba y no quería que le hiriesen en un estúpido juego. Bebí otro trago de vino, los caballos relincharon y los jinetes cabalgaron hasta encontrarse en el centro e intentar derribarse con las lanzas. La multitud contuvo el aliento durante los latidos de corazón que duró la carrera. Uno de los jinetes alcanzó al otro con la lanza en un hombro y casi lo derribó del caballo. Gritos y aplausos. Me abaniqué con ímpetu y bebí otro trago. Dieron la vuelta y volvieron a cargar, al que habían golpeado ya no sujetaba la lanza tan recta y seguía tambaleándose sobre el caballo, esta segunda vez consiguió derribarlo y seguramente fracturarle algún hueso pese a la armadura.

A los siguientes no les presté tanta atención, ya me habían aburrido. Los saludé con un gesto vago, una sonrisa vacía, y apuré la copa. Por desgracia Laila no había podido venir, tenía tareas de las que ocuparse, así que no podía distraerme con la compañía de nadie. El rey estaba encantado, vaciando una copa tras otra y aplaudiendo con alegría. En realidad me gustaba verle así, contento; nuestras vidas se quedaron muy vacías cuando perdimos a mi madre, pero teníamos que seguir adelante. Al principio me dolía que él pudiera superarlo mejor que yo, como si fuera una traición a ambas, pero un rey no tenía la misma libertad que una princesa para mostrar sus emociones y debilidades.

Cuando llegó el turno de mi supuesto pretendiente favorito intente sonreír con más ganas y agitar el abanico hacia él. Se acercó y me asomé a la barandilla.

—¿Me deseas suerte, mi princesa? —preguntó, acercándose.

—Por supuesto, aunque mi ganador no necesita suerte.

—No, sólo tu corazón.

Sus ojos verdes brillaron y se colocó el casco con una sonrisa, pagado de sí mismo. Las damas que nos acompañaban soltaron risitas emocionadas, mirándonos y escuchándonos con descaro. Me cubrí medio rostro con el abanico como si me hubiera sonrojado y volví a mi sitio. Tal vez le estaba dando demasiadas alas a su esperanza de conquistarme, pero era una buena distracción para mi padre.

Ojitos verdes ganó y después llegó Deagon, con su armadura negra y reluciente y un casco con alas de dragón y escamas. Contuve el aliento mientras se acercaba llevado por su montura, tan impresionante como él. Nuestras miradas conectaron en la distancia y esos ojos grises podían hablarme sin palabras. "Mírame" "Mira lo que voy a hacer por ti, para ti" "Y después te haré muchas más cosas" "Mira cómo gano tu corazón sin que puedas impedirlo". Apreté el abanico hasta casi romperlo y aparté la mirada un segundo, aturdida por los gritos de la multitud para Deagon, y por ese último pensamiento que se me había colado con la voz de mi madre, como en la pesadilla.

EL JUEGO DE LA CORONA fanfic HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora