Capítulo 9 - SEGUNDA PARTE

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La música, las risas y el vino parecían tener vida propia esa noche y habían poseído a toda la corte, festejando en mi honor. Solo el rey y yo nos manteníamos en nuestros asientos, observando. Aunque yo no sentía que esto fuese en mi honor, más bien en honor de mis pretendientes; al que eligiese recibiría el gran premio: yo. Más bien: la corona y un asiento junto a mi trono. Yo recibiría un consorte, él una reina; no me parecía un trato justo, pero así funcionaba mi mundo.

Suspiré y balanceé la copa para ver removerse el líquido oscuro dentro.

—Deberías estar con ellos, conociéndolos —dijo el rey.

—Ya he bailado con ellos y he recibido sus regalos y sus cumplidos con una sonrisa, me merezco un descanso.

—Reformularé el sentido de mi frase: deberías querer estar con ellos y divertirte y recibir esos cumplidos y regalos.

Di un trago al vino, apurando la copa.

Ya era una mujer en edad casadera, me sentía como una mujer en venta, no me apetecía celebrarlo, era incapaz de saber cuándo me decían la verdad y cuándo me mentían, cuándo buscaban manipularme y cuándo realmente se interesaban por mí; había perdido la perspectiva de todo, así que todo lo que veía eran mentiras y manipulaciones.

No me interesaba ninguno de esos príncipes segundones, ni ricachones, ni soldados con títulos nobles.

No conocí el deseo hasta conocerlo a él, y desde entonces él era lo único que deseaba, ningún otro; aunque hubiese pasado más de un año sin verle, casi sin escuchar noticias suyas porque hacía oídos sordos cada vez que alguien pronunciaba su nombre. No quería saber cuánta distancia nos separaba, si mucha o poca, ni si volvería, ni si había conocido a una mujer a la que quisiera de verdad, con quien casarse. Bastante tenía con sobrevivir a lo que sentía por él: miedo y anhelo desgarrador. Deseo más ardiente que el fuego de un dragón. Deagon se había convertido en mi obsesión y le odiaba por ello, cada maldito día le odiaba y le deseaba y me odiaba a mí misma también. No podía dejar de pensar en que ni siquiera le había besado, por todos los dioses, había algo realmente mal en mí. Era mejor que se hubiera marchado, que no volviese nunca, porque si le tenía cerca... me perdería a mí misma, no podría resistirme a él. Y si ni siquiera sentía interés por mí, me destrozaría, porque yo llevaba más de un año sin dejar de pensar en él como una estúpida. No quería volver a verle.

Permití que me volviesen a sacar a bailar solo para dejar de pensar en él y distraerme con las manos de otro sobre mi cuerpo y las sensaciones que despertaban. Bailé con mis dos pretendientes más apuestos, pero no solo por eso, también eran los únicos que habían conseguido sacarme una sonrisa sincera. Pasé de uno a otro, provocándolos, y me compartieron con amabilidad y rivalidad. Al menos jugar con ellos era divertido. Que no olvidasen que yo era el gran premio y ellos no eran nada. El poder era mío. O, al menos, la ilusión de poder, porque aquí todos teníamos los pasos marcados y el baile era imparable.

Con una sonrisa floja me dejé llevar dando vueltas y vueltas. Acaricié la mano de uno y la suave piel de su muñeca por debajo de la manga, luego acaricié los hombros del otro y mis dedos rozaron la piel de su cuello, susurré en los oídos de ambos y me reí a carcajadas dando vueltas y vueltas. El vino también jugaba su papel.

Después de un buen rato con mi atención acaparada por ellos, algún otro pretendiente que había recorrido un largo camino para que le ignorase se puso celoso. Quiso reclamar mi atención, pero no me apetecía fingir que me interesaba así que se me ocurrió proponer algo:

—Quien quiera mi próximo baile tendrá que ganarle un pulso a uno de mis campeones —dije, enganchando mis brazos a los de mis pretendientes favoritos y acercándolos a mí. Ellos inflaron su pecho con orgullo y se pelearon por ser el primero en combatir.

EL JUEGO DE LA CORONA fanfic HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora