SEGUNDA PARTE

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Capitulo 3


Terry:

El viaje no duró mucho tiempo. Para antes de las 8 de la mañana estábamos ya aterrizando en la reserva asentada en Calais. Bajé de la avioneta, durante todo el vuelo no había sentido ninguna molestia pero al momento en que mis pies tocaron aquel campo de batalla se me revolvió el estómago y mis piernas parecieron volverse de gelatina. Tomé mi bolso de viaje y divisé a un hombre uniformado de inmenso bigote rubio y ralos cabellos que se acercaba hacia mí con cierta dificultad. Alcé mi mano al advertir que él extendía la suya.  

—Bienvenido a Calais, oficial Grandchester —el apretón casi destroza mi mano—. Será un honor combatir codo a codo con usted. El sobrino nada menos que de Su Majestad, aquí arriesgando el pellejo en la tierra y la sangre como todos los demás, ¡verdaderamente admirable...!

—Sí, sí —respondí presuroso, tratando de liberar mi mano de aquel cepo—. No tiene nada de extraordinario, lo menos que puedo hacer es luchar junto a mis compatriotas. No habría nada menos honorable que encerrarme cómodo y a salvo mientras miles de valientes mueren a diario.

—Y vaya que mueren, ¡sí señor...! Caen como moscas —silbó sin darle demasiada importancia, como si aquello fuese lo más natural del mundo—. Bueno no me he presentado, teniente Rupert Murdoch y segundo al mando del pelotón 113 —echó a andar conmigo a su lado. Era bastante bajito, apenas llegándome al hombro. Podía escuchar que hablaba pero era como un murmullo hueco, palabras lejanas que yo no alcanzaba a comprender. Únicamente podía ver a los soldados a mi alrededor, sucios, extenuados, algunos con heridas que parecían fatales, todos con la misma mirada en el rostro. Sentía la sangre latiendo en mis orejas, un nudo en la garganta y cómo comenzaba a sudar frío. 

—...entonces, llevamos gran parte del noroeste del territorio ganado. Avanzamos bastante pero lento, sobre todo estos últimos meses. Ahora todo está un poco más tranquilo pero en cuanto lleguemos a la frontera alemana todo volverá a ponerse feo. Esos bastardos son astutos y seguro están esperándonos armados hasta los dientes, pero no es nada que no podamos lograr. Tenemos que hacerlo, no hay más opción. Bueno, aquí está su tienda. Seguro querrá descansar un poco antes de... comenzar. Volveré por usted en un par de horas —hizo un saludo militar, pero lo detuve antes de que pudiese marcharse.

—Un momento, teniente Murdoch —pedí, colocando mi mano sobre su hombro—. El comandante McCallan, ¿sabe dónde puedo encontrarlo?

—Ah, sí. Salió a una misión de rescate a unos kilómetros al sur de aquí. Se sabía que era causa perdida, pero él insistió en ir a buscar sobrevivientes. Todos sabíamos que era suicida pero él hubiese ido de todos modos así fuera completamente solo. Pero ya ha salvado a varios soldados así, ¿sabe? Él no se rinde con nadie, hasta el final. Siempre dice que cada única vida importa. 

Algo dentro de mí se encendió. Sí, aquel desconocido sonaba definitivamente como el padre de mi pecosa. Igual de tozudo, valiente y compasivo. Que cada persona le preocupaba, sin importar si debía morir o no. Eso a ellos no les importaba: solo veían un alma que merecía ser salvada tanto como cualquier otra.

—No sé cuanto tiempo tarde en volver. Lleva ya dos días que partió. 

Asentí. Por favor, que no muera...

—Muchas gracias, teniente. Le aseguro que descansaré un rato. Cuando vuelva por mí ya estaré listo.

Repetí el saludo militar y el me lo devolvió con mucho orgullo. Dio media vuelta y se alejó, y yo ingresé en mi humilde tienda. Dejé mi bolsa en un rincón y después de unos segundos saqué una pluma, mi frasco de tinta y mi libreta. Me senté en el suelo cruzando las piernas y comencé a redactar, no sabía qué más hacer.

Mi pecosa,

Sé que apenas acabo de escribirte, pero te extraño tanto que esta es la única manera de hacerme sentir un poco de paz. Ya me encuentro en el frente, justo en este momento estoy escribiéndote dentro de mi pequeña tienda de campaña. Definitivamente, no es como el palacio. O nuestro departamento en Nueva York. Extraño tanto nuestro hogar, despertar a tu lado, mis mañanas contigo y aún más, a ti y a tu cuerpo. 

El saberte sola y lejos de mí me vuelve loco. No tienes idea cuánta falta me haces. Tan solo saber que me esperas es razón de sobra para pelear y salir de esta maldita guerra en una pieza.

Te amo más que a mi propia vida.

Siempre tuyo, Terrence G.G.

Dejé la pluma de lado y suspiré. Todavía no me decidía a contarle lo del comandante McCallan. Después de todo, existía la posibilidad de que no regresara con vida de su misión de rescate. O que incluso ni siquiera fuera su padre, pero moví la cabeza ante tal opción. Algo en mis entrañas me decía que aquél era el Cayden McCallan que había amado a Rosemary Andrew, al que ella le había dedicado tantas páginas en su diario y había concebido a su hija en secreto. Si en verdad resultara ser cierto... ¡cuánta felicidad le traería a Candy conocer a su verdadero padre, al que su madre había amado tanto y que, si él hubiese estado consciente de su existencia, jamás la habría abandonado! Tan solo la imagen de Candy reuniéndose con otro miembro de su familia me llenó de alegría absoluta. Era el único que le quedaba, además de Albert claro...

Me recosté sobre mi espalda y contemplé el sucio techo de la tienda hasta que sin darme cuenta caí profundamente dormido. 

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