Capítulo 1 - Hermanos.

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Varado en una llanura plana y silenciosa que se extendía hasta el horizonte, el pequeño dragón jugaba en la arena abundante. Desde su nacer hasta la tarde fue acariciado por el calor que le brindaba su hermano más brillante. Pocas horas tardaron en que él surgiera el desconocido sentimiento de diversión tal cual infante; también interpretó el cariño como algo agradable. La luz cálida tocaba sus oscuras escamas y a él eso le fascinaba, movía la cola muy entusiasmado.

Mirando hacia arriba, se extendía un celeste infinito, de una pureza inmaculada digna de un recién concebido: allí nacían las nubes que se esparcían por el mundo y soplaba el viento en lo más alto. A lo lejos se conectaba el bello cielo con el horizonte de una tierra inmensamente baldía, y se elevaba el polvo a la vista.

El niño no lo sabía, pero estaba solo. Recién nacido y sin saber nada, jugaba revolcándose en la tierra en compañía de su lejano hermano que lo iluminaba con ternura. Rugía de manera inmadura a la brisa cuando le soplaba en la cara y perseguía a las cortinas hechas de arena cuando las veía.

Era un ser de inocencia absoluta.

Corría por las llanuras persiguiendo las sombras que daban las nubes sobre su cabeza, tropezaba y caía, intentaba volar y salía rodando. Pero aun así, todo le era divertido, esplendoroso, nuevo.

Algo llegó a tomar por sorpresa al pequeño; poco a poco el sol iba bajando y, como resultado, el inmaduro dragón, desconcertado, lo perseguía. Más no importaba cuánto lo intentara, pasaba el tiempo y su hermano se alejaba más y más.

El niño dragón había aprendido de repente la angustia y el miedo, lloraba detrás de aquel que lentamente lo abandonaba.

Cuando el sol se despedía en el horizonte reveló el más hermoso de los atardeceres jamás vistos, el primero que presenciaría el mundo inmaduro y su primer habitante. Pero a este último menos no podría haberle importado; infantil tristeza reflejaban sus dorados ojos al ser separado.

Y así la noche había caído por primera vez. Soplando estaba el viento que ya susurraba en frío, y las tierras llenas de nada hasta muy lejos empezaron a oscurecerse.

En ese lugar donde solo se presenciaba la arena infinita ahora teñida de penumbras, el pequeño se sentó consternado, confundido y entristecido. Mirando hacia donde había caído su hermano, el dragón no hizo cuenta del escalofrío que recorría el desierto sin vida ahora en oscuridad.

Él no sabía adónde había ido su hermano, no conocía de sentimientos hasta hace solo un día, el gigante brillante en cambio le había dado una calidez que lo acogió como amado, se sintió alegre corriendo a su luz, feliz en sus primeros pasos al ser abrazado por la vida y la dicha. Pero eso repentinamente se le fue arrebatado, el más brillante lo había dejado.

Sentado mirando la noche el pequeño estaba confundido, por primera vez había experimentado la desolada tristeza.

Pero para su buena fortuna, aún no estaba solo del todo.

La brisa nocturna sopló su rostro suavemente, como una leve caricia de una palma que tenía presencia física; su otro hermano le había levantado la cabeza con cuidado con ese gesto.

Y mirando al cielo ennegrecido el pequeño vio como el cosmos lo saludaba, las incontables estrellas parpadearon como diciéndole hola y una vez más el niño dragón se vio iluminado. A la par, sus cuatro grandes hermanas brillaron más intensamente; las lunas lo consolaron.

El verde precioso de la más pequeña le daba al pequeño una sensación de que esa era la menor, su brillo no era tan fuerte como la poderosa luna roja ni la plateada que resplandecían hermosas en perfecta sincronía decorando el cielo; la azul, que era la más alejada, también parecía un poco oscurecida, pero aun así el dragón sintió el cariño de ella. Todas lo iluminaban con su luz, que, contrario al sol, no era cálida, pero le daba un sentimiento tranquilo.

Sentado contemplando, el pequeño se dejó llevar por la vista de incontables estrellas que le contaban historias a través de sus constelaciones; lástima que el pequeño no las entendía y solo se reía. Las lunas le dedicaron su cuidado, sobrevolándolo desde muy alto de manera protectora y acompañándolo en la espera de su brillante hermano.

Pasó el tiempo y luego de una tranquila espera, el sol finalmente salió de nuevo. Pensando que esta vez serían sus hermanas las que lo dejarían, el pequeño vagó su mirada por el cielo en su búsqueda. Tanta fue su alegría que saltó al verlas ocultas tras las nubes, lejos, pero no detrás del horizonte por el cual se había ido anteriormente su hermano. Divertido, finalmente el pequeño continuó jugando.

Saltó por las dunas de arena que se iban formando, se resbaló y se hundió en la tierra debido a su torpeza. Corrió por las tierras sin final hasta el cansancio, y persiguió las pequeñas tormentas de arena, atragantándose con el polvo. Pero él rugía muy feliz de nuevo en el día.

Aunque fue inevitable que la noche siempre llegara, el pequeño ya no tenía pánico. Sentado a la espera del sol, era acompañado por sus hermanas nocturnas que brillaban mucho más cuando él estaba triste y sin falta lo consolaban. Él pasaba sus noches tranquilo, mirando al espacio y los innumerables astros que bailaban para él, también a sus hermosas hermanas que cariñosamente lo bañaban con sus colores cada anochecer, sin falta brindándole alegría.

El pequeño no comía, el pequeño no bebía, el sueño le era desconocido y el tiempo que pasaba lentamente parecía serle ajeno. Solo, pasaba sus días llenos de calidez jugando y corriendo por el desértico mundo y en las noches frías se sentaba a contemplar lo que le resultaba lo más hermoso, abrazado por el cobijo de su hermano más cercano y sus hermanas lejanas.

El tiempo pasaba, y la historia del pequeño primordial, ancestro de los ancestros, continuaba.

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"Cuando yo nací no me recibieron padres ni sentí la calidez de un abrazo para sentirme querido, mi única compañía fueron el sol y las lunas en un mundo sin cambios, estático durante mucho tiempo. Mis diversiones fueron la arena y mi inocencia en tierras vacías que nunca terminaban, lugares en donde no había nada. Yo estaba sólo pero no lo sabía, jamás llegué a conocer a nadie por eso nunca lo noté."

-Rey de dragones.

Eternidad: la historia de un primordial.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora