El pequeño dragón vagó sólo de nuevo, viendo las cenizas esparcirse en el aire había sentido el vacío del abandono, el dolor de la tristeza lo atacó nuevamente. Gruñendo por lo bajo, agitó sus alas sobre las nubes y cambió su visión a sus hermanos que lo observaban desde lejos, a las estrellas lejanas, a las lunas calladas, pero principalmente al gran y brillante sol. Con sus ojos transmitió su único deseo, el cual era volver a encontrarse con su amigo una vez más en algún momento. Sabía que lo lograría solo esperando unos pocos cientos de años, pero al mismo tiempo, estaba claro para él que el encuentro no sería el mismo, nunca más lo sería.
En las once reencarnaciones de su emplumado amigo, ninguna vez volvió a recordarlo desde la perspectiva de su vida pasada, solo se volvió un desconocido a los ojos del polluelo recién nacido que aún no sabía nada. El dragón había visto la mirada llena de intriga del diminuto Fenix que no lo conocía en lo absoluto a pesar de haber pasado miles de años juntos.
Pero aún así, el dragón insistió en volver a ser amigos todas las veces y ciertamente lo logró. En esta era no sería una excepción, pensaba el pequeño mientras esperaba que su próximo encuentro transcurriera sin contratiempos.
Y así el tiempo pasó, a la marcha del pequeño que volvía a las interminables aventuras, las eras cambiaron de nuevo.
En algún lugar perdido y lejano de aquel mundo inmaduro, el joven dragón había vuelto a su camino a través de las llanuras desoladas, y en ese espacio que poco a poco dejaba de ser silencioso, el joven escamado solitario miró al cielo oscurecido. Decenas y decenas de años habían pasado desde la partida del grandioso Fenix, y lo que ese ser de fuego había intuido en vida empezó.
Gotas de agua impactaron en la nariz del pequeño dragón negro.
Junto al viento lleno de rastros de humedad y junto a la ausencia de volcanes activos cercanos, lentamente comenzó a llover en ese valle baldío, empapando las escamas del niño. Él resopló molesto ante ello, la lluvia nunca le había agradado en los tiempos de fuego, pero poco podía hacer ante las circunstancias, desde un momento desconocido, las tormentas habían sido más constantes en el mundo y lo habían estado acosando.
La temperatura empezaba a bajar mientras los ríos de lava se solidificaban y los volcanes se dormían, el pequeño lo notó.
El mundo lentamente se sumergió en la oscuridad como nunca con forme el calor se apagaba a causa de las inundaciones y los rayos del sol que ya no tocaban la superficie. Los cielos se cubrieron de tormentas que nunca terminaban y la tierra fue lentamente dominada por los mares dormidos que nuevamente se levantaron con las constantes lluvias.
El joven dragón miró fastidiado el techo de nubes negras que tapaba completamente cualquier rastro de sus hermanos, e incluso si intentaba volar alto sobre ellas como había hecho antes con el afán de verlos nuevamente, estas lo derribarían sin piedad con poderosos vientos que impedían a la inmadura criatura elevarse más. También le resultaba algo incómodo que el agradable calor que lo había envolvido por tantos milenios poco a poco se fuera dispersando. Como una burla a su ser y frustración, los cielos rugieron feroces y el destello de inmensos rayos iluminaron las llanuras que recorría el pequeño.
Poco se menciona el que muchas veces casi fue arrastrado por los ríos que se iban formando.
Mojado y con las patas cubiertas de barro, el más antiguo siguió con su búsqueda a pesar de todo. El agua no lo dañaba, los vientos tempestuosos tampoco, tal y como había ocurrido hace tanto tiempo atrás, el pequeño sólo se vio adaptándose a los nuevos cambios en el ambiente y siguió su curso.
***
Mil años después, en una tierra de lluvias incesantes y de escandalosos relámpagos que danzaban en el cielo, el más grande volcán estaba a punto de dar su último suspiro. Entre las fronteras de la tierra y el cielo, en medio de las interminables tormentas y las altas inundaciones que cubrían el pie de la montaña, la luz y el inmenso calor se elevaron con vapor.
En la boca del inmenso cráter en medio de su última erupción se vio a un pequeño dragón de escamas negras mirando el magma burbujeante. En los dorados ojos del reptil se reflejó un solo sentimiento y en donde se concentraba su mirada se encontraba un ente familiar.
Del fuego que surgió de la sangre del hermano mundo, se elevó una pequeña criatura del tamaño de la pata del dragón. Las cenizas se habían reunido en este lugar luego de un milenio exacto.
Y con un adorable "¡Pi!" aquella criatura empezó a volar de nuevo; sus plumas hechas de fuego, su pico de un dorado profundo y con sus ojos místicos capaces de encantar a cualquiera, se elevó una vez más hacia aquél extraño ser que le era desconocido, sin reconocer nuevamente que era su más grande amigo.
En una época donde el fuego se extinguía y en un tiempo donde el calor del mundo se desvanecía como los granos de arena en una tormenta, el ave legendaria, el "Fenix" se reencontró nuevamente con el dragón inmortal, y este le rugió con la alegría mientras lo recibía.
Pero en cambio, en un lugar mucho más alejado, distinto a cualquier otro que aquellos dos hayan visitado. Bajo las profundidades de un inmenso océano desprovisto de cualquier tipo de vida, finalmente nació una pequeña criatura.
Como había pasado en aquel tiempo donde se dio la creación y nació el hijo de la eternidad, y como había pasado en el inicio de la era del calor cuando se concibió al hijo del fuego; en ese momento cuando apenas se le daba principio a otra nueva era, en el frío cobijo de la madre océano se dió a luz a un nuevo hijo primordial.
En lo más profundo, cubierto de oscuridad, había nacido el hijo del mar.
En ese tiempo lejano, había nacido Leviatán.
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Eternidad: la historia de un primordial.
FantasyHa vivido desde el principio y será el que presencie el gran final. Él es el primogenito de la creación, es el bendito por el tiempo, el dragón que deambula eternamente y que busca su ambición. Nació cuando las montañas aún eran polvo, en épocas don...