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Sin cambios, estático. Vacío, sin nada. La oscuridad que lo abarcaba todo rodeaba a la pequeña bola de luz insignificante.

No había sonido, no había vida. Ni arriba ni abajo. Solo una diminuta esfera luminiscente que brillaba solo para sí misma. No había conciencia, no había intelecto.

La pequeña bola de luz solo existía. Sin nada más, sin rastros de iguales.

¿El tiempo avanzaba? No había manera de saberlo.

La perpetuidad de la umbra infinita seguía y seguía, quién sabe por cuánto tiempo. Tal vez la pequeña esfera había estado allí por unos pocos minutos, tal vez había existido durante años, o quizás desde eones, brillando sin que su insignificante luz alcanzara a nadie.

La bolita lumínica no tenía pensamientos, no tenía instintos y nunca se había movido, solo estaba ahí. Tal vez podía ver de algún modo o al menos sentir de alguna manera, pero no demostraba tal cosa.

No se sabía; solo era una pequeña luz en una realidad sin nada más que oscuridad.

El tiempo pasaba y pasaba, pero nada cambiaba.

En algún momento, eternidad o solo instantes después de que aquella bola de luz sin color hubiera aparecido, algo nuevo ocurrió en ese imperturbable lugar sin concepto de casi nada.

No fue con un destello, ni con brusquedad ni prisa.

Aparecieron cosas nuevas de repente.

Surgió el concepto de arriba, junto con ello, color cubrió todo lo que la pequeña luz tenía encima.

Como una ola de mar sin límites, la negrura superior se tambaleó mientras en la nada distante se pintaban puntos de luz que brillaban muchísimo más que la pequeña esfera.

Aparecieron por primera vez las estrellas.

Con otra oleada, se definió la distancia. Entre los incontables astros, cinco masas sin concepto se movieron como si una corriente del océano inexistente las instara a ubicarse.

Cuatro de las cinco misteriosas cosas se detuvieron en un punto, una al lado de la otra, cambiaron de tamaño y se tiñeron de los primeros colores que surgieron con ellos. Una grande y plateada, otra azul y un poco más pequeña, la tercera de rojo, un poco más alejada y miniaturizada, la última, la más pequeña, se tintó de verde y se formó más cerca de las demás mayores.

Nacieron las lunas.

El quinto misterio se había alejado tan, tan lejos que en un momento se perdió en la oscuridad, pero solo fue por un instante. Como una flor de oro, llena de luz y fuego, brilló mucho más que cualquier otra cosa en un solo segundo y expandió su tamaño, tanto que hasta la pequeña esfera tal vez pudo sentir su calor desde tantísima distancia.

Había nacido el sol.

Con una última oleada en lo que ahora era arriba, se establecieron los límites y nació el cielo.

La pequeña esfera de luz no se inmutó en todo el proceso.

Luego de unos segundos, surgió el concepto de abajo. Y con ello, todo lo oscuro que estaba debajo de la diminuta bola de luz tembló.

De la nada, surgidos de la inexistencia, cientos y cientos de millones de partículas de colores muy variados danzaron a solo unas pocas decenas de metros por debajo de la primera lucecita. En poco tiempo, abajo estaba cubierto de polvo translúcido marrón, gotas intangibles de azul y destellos casi indetectables de rojo junto con verde.

Las partículas marrones, muchísimo más numerosas, se combinaron todas en sincronía exacta. Con un estruendo y un temblor que sacudió todo lo recién creado, se formó el suelo, las montañas y el planeta en sí.

Las incontables gotitas azules fueron las siguientes. Con una calma muy distinta a la de la primera formación, el agua surgió y se arraigó a la tierra nueva con solo el retumbar de las olas inconmensurables reafirmando el hecho.

Se formó el océano.

Las motas de rojo se distribuyeron por toda la superficie e interior del suelo y el agua, y se produjo la temperatura, junto con el fuego, las llamas y la lava.

Las partículas verdes se alejaron de la tierra, el agua y el fuego. Se elevaron y elevaron hasta alcanzar los límites establecidos para separar los cielos, y se propagaron por toda la inmensidad de la superficie del planeta recién formado.

Surgió la atmósfera y el viento con ello.

Del sol provinieron motas de oro, y restantes de la eterna negrura, aparecieron las sombras.

Con todo hecho y establecido, nació el primer día.

La esferita de luz atrapada de repente en medio de todo eso, nuevamente no se inmutó.

Su brillo no disminuyó ni su presencia se atenuó, solo se quedó en su lugar mientras todo a su alrededor cambiaba, de la oscuridad total al cielo brillante, de más oscuridad a la tierra abundante, de lo lejano sin nada, a los horizontes llenos de mucho.

Sin saberlo ni entenderlo, la pequeña bolita luminosa presenció el inicio de los tiempos.

Cuando todo se estableció, el pequeño ser que estuvo tal vez desde siempre también tuvo un repentino y gran cambio.

Su luz aumentó resplandeciente, bajando de su altura elevada al suelo e iluminándolo por completo. Su forma esférica creció y creció, su silueta hecha de brillo se transformó lentamente.

Cuando más bajó, le crecieron cuatro patas pequeñas para pisar la tierra nueva que había surgido, en su espalda le crecieron cuatro diminutas alas hechas solo para surcar los cielos infinitos junto con su aleteada colita.

Acompañando a todo lo demás, surgió su boca alargada llena de tantos pequeños dientes aún inútiles para su tiempo, y en su pequeño rostro aún de luz se abrieron dos pares miniatura de ojos dorados con pupilas negras de reptil.

Cuando la luz cegadora finalmente se atenuó, el pequeño cuerpo de la criatura de no más de un metro fue cubierto casi completamente de negras escamas heredadas sin duda de su tiempo indefinido en la soledad de la oscuridad infinita.

El suelo tembló de nuevo cuando sus muy inmaduras patas tocaron suavemente el suelo de arena y una voz desconocida reverberó en el vasto mundo recién creado.

—Mi hijo querido, eres el primero de todo y tu raza será "Dragón".

—Yo te nombro [******], y te bendigo a presenciar el final.

Anunció y la voz desapareció.

Confundido, el primer dragón aún sin entender nada, solo inclinó de manera adorable la cabeza ante lo que escuchó y para nada comprendió. Dirigió su inocente mirada recién adquirida al desértico, pero aún así maravilloso mundo que lo recibió.

El día era brillante, el sol iluminaba todo lo perceptible. Las cuatro lunas, opacadas por su hermana mayor, permanecieron difuminadas en el cielo anaranjado, pero aún así le dieron la bienvenida al primogénito.

La tierra lo recibió con agrado, el viento bailó alrededor del pequeño, el fuego le dio calor en ese lugar desolado y el agua le dio frescura ante el inhóspito desierto, mientras que el mundo mismo, sin que él lo supiera, lo alimentaba con la energía de la vida.

Ese fue el día en que todo comenzó.
El inicio de la historia de un ser primordial.

Eternidad: la historia de un primordial.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora