Los tiempos habían ido cambiando constantemente, en algún momento las tormentas dejaron de atormentar las tierras rocosas infinitas; el velo de las nubes oscuras hubo tapado por completo el cielo nuevamente, pero nunca más había llovido. En cambio el aire se enfriaba más a cada pasar. Algo nuevo estaba empezando.
El hijo del océano, el Leviatán, se encontraba contemplando eso mismo. Su cuerpo extendiéndose en la oscuridad del agua interminable, sus oscuras y azuladas escamas rompían las olas que impactaban contra su colosal figura; los ojos dorados de aquella criatura miraban fijos las anormalidades en las nubes, al clima cambiante, a los copos que caían y cubrían todo.
La gigantesca bestia primigenia había pasado siglos notando tal cambio, las tornas del mundo iban formándose en otra era; el mar, su lugar de cobijo, hogar y madre, le decía eso, susurrandoselo en mareas. Prueba de ello las bajas temperaturas que tomaban lentamente la superficie prístina, antes tormentosa y llena de caos, y la falta de calor en el aire.
Él no era el único que estaba enterado de dichos cambios eso es, antaño su amiga lo había visitado nuevamente; la duodécima sexta encarnación de su rival de fuego se lo había dejado en claro, el calor en la superficie y en el aire se extinguía lentamente, el ave estaba incómoda por ello. Tanto era así que hasta en sus luchas ocasionales se notaba la debilidad del pájaro flameante, cosa que no había pasado en las varias vidas en la que este vino a conocerlo.
Por cierto, grande había sido la sorpresa del hijo del mar al conocer tal ciclo, el hijo del tiempo solo lo miró comprensivo.
Desde que la primera encarnación que lo había conocido desapareció, solo tres más habían regresado a desafiarlo luego de un largo tiempo; cada vez el Fenix parecía distinto, pero de igual manera terminaba en diez mil años. Pero eso fue suficiente para el gigante de océanos, se conformó con ver a su amiga esas veces, guardó sus batallas en recuerdos, enseñó a esta las mismas técnicas que había olvidado.
El Fenix estaba pasando por la mitad de su ciclo en el momento en que los mares se iban enfriando; a falta de un poder suficiente como para hacerle frente a Leviatán por mucho tiempo más, había optado por refugiarse en lo más profundo de la tierra hasta fortalecerse, en el único lugar de fuego que quedaba, en las cunas de magma subterránea más calientes que lo cobijaban.
Luego estaba el hijo del tiempo, el joven dragón que seguía vagando por los cielos, la tierra y los oceanos más extensos. El escamoso se la pasó tranquilo como desde el inicio había hecho; mucha curiosidad lo dominaba una vez vio las cosas blancas y diminutas que caían desde las nubes, viendo como cubrían tanto la punta de una montaña como también enterraban el cañón más profundo.
El primordial había desarrollado una gran resistencia al frío cuando Leviatán lo arrastró al fondo de las aguas más heladas, constantemente y por siglos. Este último de alguna forma había encontrado diversión en atormentar al comparativamente más pequeño dragón que siempre iba a visitarlo; el hijo del mar le mostró al hijo del tiempo los glaciares de hielo que se habían formado en sus aguas como disculpa, el dragón inmortal y muy mojado fácilmente lo perdonó.
Con los siglos y siglos pasando sin pausa, las tierras se cubrieron de un manto blanco, poco a poco haciéndose más espeso y nunca terminando de caer como lluvia del cielo nublado, negro y frío como jamás se había presenciado.
En ello, el joven dragón se sumergió muy entusiasmado en la nieve abundante. Los vientos helados, huracanados y salvajes no eran un impedimento para su alegría inmortal; sus escamas ya se habían acostumbrado hace mucho, a él ya no le importaba la temperatura. Recorrió los campos de helada, su cuerpo nadando en montones y montañas de arena blanca; él volaba sobre los lagos de hielo, surcaba las cordilleras llenas de ventiscas. El mundo poco a poco se iba congelando, él lo iba explorando.
Caminó por años, viendo como la tierra desaparecía bajo capaz y capaz, como los mares se iban congelando. Su amigo, el Fenix, ya había llegado al final de su ciclo, en mil años reaparecería de nuevo y mientras tanto él lo esperaría; el Leviatán igualmente jugaría con él cuando lo visitase, pero con las aguas volviéndose hielo lentamente, el dragón no podía verlo muy seguido, poco a poco volvía a estar solo aunque solo fuese por un corto lapso de milenios.
***
Al mismo tiempo, en alguna parte de un mundo blanco, de nieve y ventiscas sin final; en la superficie bailaron los copos en una danza que denotaba sincronía.
Bajo el soplido del viento invernal y siendo esculpidas con hielo, los copos helados bajaron de los cielos y fueron alojados en las manos del frío, agarrados por el viento y bendecidos por el mundo; con sonidos de quiebre y con una luz que tiñó el suelo de un puro blanquecino; nacieron pequeños seres alados de hielo y con cuerpos de nieve, mariposas blancas y cristalinas hermosas a la vista. Tesoros de una tierra gelida.
Habían nacido las hijas del viento y la nieve, pequeñas y delicadas, finamente construidas pero con un número que aumentaba con constancia. Todas volaban libres entre las tormentas heladas como si nada fueran para ellas, todas pensando como una sola, todas con mentes conectadas a una sola conciencia; trayendo el frío con su batir de alas de hielo.
Enfriando el cielo y vistiendo las tierras mares de blanco, Itzpa se había manifestado.
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Eternidad: la historia de un primordial.
FantasyHa vivido desde el principio y será el que presencie el gran final. Él es el primogenito de la creación, es el bendito por el tiempo, el dragón que deambula eternamente y que busca su ambición. Nació cuando las montañas aún eran polvo, en épocas don...