Rivalidad primigenia.

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En el medio del océano, en algún lugar alejado de cualquier superficie solida, una pelea se estaba llevando a cabo desde hace más de siete días y siete noches. En el cielo anteriormente caótico, las nubes de tormenta que antes solían abundar fueron dispersadas en un gran radio perfectamente circular alrededor del titánico enfrentamiento; despejando la lluvia que se cernía sobre el tranquilo océano a más de un kilómetro. El agua del mar ya no estaba tranquila en lo más mínimo; olas turbulentas se levantaban como monstruosidades intentando alcanzar el cielo y estruendos descomunales hacían temblar el fondo marino de manera constante.

Y los causantes de tales disturbios al ecosistema eran nada menos que dos de los únicos tres seres vivos del planeta. Específicamente uno de fuego y otro de agua.

La fenix, cautelosa, desprendió sus plumas en un manojo que se extendió por el aire en su ascenso, como pétalos incandescentes de rosas hechas de fuego que danzaron con el viento, rodearon al ave que se elevó aún más en el cielo esquivando la gran cola de su rival que se abalanzó sobre ella. El agua salpicó a todos lados una vez que la gigantesca serpiente falló su objetivo, y esta terminó sin poder evitar ser víctima de la explosión de todas y cada una de las plumas contra su robusta coraza.

El leviatán sin embargo salió ileso, sus duras escamas, azules como el océano, repelían cualquier ataque menor que recibieran y se regeneraban rápidamente si eran dañadas. Pero frustrado por qué el ave había escapado, lanzó un poderoso rugido lleno de furia y volvió a hundirse por completo en lo profundo, a su partida dejando enormes pilares de agua como estacas que se elevaron como su reemplazo. La enorme sombra de la criatura nadando se veía desde la superficie por lo que la Fenix pudo localizarlo rápidamente, más en cambio no pudo acercarse, las estacas de agua apuntaron a derribarla unas tras otras.

Ella, cansada de lo mismo, soltó un grito y una enorme ola de calor se precipitó desde su cuerpo, efectivamente vaporizando los ataques enemigos junto a parte del agua de los alrededores.

El leviatán no perdió esa oportunidad en la que el ave se tomaba un respiro, asomó la cabeza de las profundidades, y de su enorme mandíbula abierta, oscura como el mismo fondo del mar, salió disparado un rayo de agua que barrió intimidante hacia el cielo, hacia su objetivo.

La Fénix sin embargo reaccionó a tiempo, desplegó por completo sus alas y de un solo poderoso aleteo se alejó a cientos de metros de la superficie, mas en cambio, solo así no escaparía del pilar de agua a gran velocidad que la perseguía, guiada por su creador a perseguir a su enemigo.

El ave resopló desdeñosa y abrió el pico para dejar escapar una gigantesca bola de fuego, que fue creciendo en tamaño hasta superar a la criatura misma, e impactó contra el aliento del hijo del mar, creando una inmensa explosión de vapor una vez ambas fuerzas colisionaron.

Este mismo intercambio se había estado repitiendo durante una semana entera, con la Fenix incapaz de asaltar directamente al escamado en su propio territorio, y con el Leviatán siendo incapaz de derribar al ave que tenía el dominio del cielo, lugar al que tampoco él podía acercarse. En este punto todo conducía a una batalla de desgaste en el que estaba claro que el hijo del mar ganaría, la enorme ave no tenía un lugar cerca para reponer su energía, mientras que Leviatán podría seguir luchando por siempre al estar en el océano.

La Fenix también pareció darse cuenta de su desventaja por lo que una vez que la gigantesca nube de vapor se hubo disipado, el ave le dio un último grito de desafío a la serpiente marina gigante y se elevó aún más al cielo, lista para alejarse.

Leviatán al ver eso soltó su propio rugido estremecedor que sacudió las aguas, él desafiaba a su contrincante a otra pelea, pero vio al gigantesco pájaro de fuego alejarse, decidiendo así él mismo volver a las profundidades para descansar.

Y tan sencillamente, tan rápido como la batalla había comenzado, había terminado en un empate, marcando así la primera disputa de estos grandes seres elementales como concluida.

***

Pasaron dos mil años desde ese encuentro... y más de mil enfrentamientos similares se habían dado desde entonces.

El ave Fenix de seguido iría a desafiar a la criatura marina como método de diversión favorito. Habiéndose recargado durante algunas décadas en algún volcán activo o alguna veta de magma, se elevaría por los aires e iría directamente al mar para encontrar a su apasionado contrincante, vaporizando la superficie calma del océano infinito para encontrarlo, a lo cual, El Leviatán siempre acudiría.

El hijo del mar cada vez emergería con gusto desde las profundidades para aceptar el desafío de su molesta rival, siendo la pelea de ambos su único pasatiempo además de nadar indefinidamente. Leviatán aparecería frente al Fenix y la pelea siempre iniciaría.

Una y otra vez el partido se repetía, algunas veces con el ave de fuego retirándose antes de la inminente derrota u otras veces con la gigantesca serpiente sumergiéndose para no ser vista de nuevo a causa de sus grandes heridas. Ninguno se aburría realmente de ello, con el tiempo ambos fueron creciendo tanto en tamaño como en astucia y sabiduría a la hora de la batalla, por lo que siempre se esforzaban por derrotar al otro antes de que este se fortaleciera lo suficiente para ganar.

El ave Fenix ya había alcanzado la mitad de su vida y con ello su tamaño se medía en lo mismo que la mitad de una montaña medianamente grande, y el Leviatán, sin quedarse atrás, medía el doble del largor del pájaro.

Y aunque el mundo parecía enfriarse cada vez más junto a las constantes subidas del nivel del mar, eso no afectaba al crecimiento y a la fuerza del ave primordial, que siglo tras siglo le daba pelea en pie de igualdad a la serpiente primordial más vieja que ella misma.

***

Pero mientras que esos dos se divertían, la restante criatura primordial, el dragón inmortal, se encontraba tranquilamente merodeando en los alrededores de la masa de tierra más grande que había, temeroso de siquiera volar a través de las gigantescas tormentas y el mar embravecido. No porque fuera a sufrir mucho por ello, sino porque no le era divertido perderse en las profundidades.

Sereno, descansando en un rincón más o menos seco del continente inundado, su joven pero profunda mirada atravesaba las nubes y cualquier otro impedimento que estuviera en su camino para mirar las constantes batallas de su amiga.

Sorprendentemente, el dragón había cambiado bastante en los milenios transcurridos, mucho más que en toda su ya extensa historia; en esa época latente de caos, por fin se encontraba superando la etapa de bebé de su raza y finalmente se adentraba en su renovada etapa juvenil, más latente y poderosa. Habiendo dejado atrás su antiguo tamaño de cuatro metros, él ya había traspasado los diez metros y se había vuelto mucho más fuerte que antes. En su espalda sus dos pares de alas finalmente maduraron por completo y de un vistazo se veía como sus escamas, oscuras como noche eterna, se habían vuelto incomparablemente más duras de lo que su antiguo yo acostumbraba.

Y así, complacido con su propio crecimiento, el dragón soltó un rugido al cielo que sacudió la montaña en la que estaba. Sus alas se desplegaron por completo y saltó al aire, su destino bastante claro en su mente.

Iría a conocer a su nuevo amigo.

Eternidad: la historia de un primordial.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora