Despertar con Hugo me llena de energía positiva. A menos de cuarenta y ocho horas para terminar el año, y como deseo y propósito de año nuevo, ya no estoy tan angustiada por mi deuda. Confío en que la renuncia de Christian no precipite el cierre del gimnasio y pueda pensar con calma cómo obtener el triunfo en el campeonato de primavera.
Con una sonrisa, me acerco a mi nuevo amigo Ramón en la recepción del bufete. Voy a ver a Bimbo y se me ha ocurrido que a Hugo podría gustarle acompañarme al acabar su turno, puesto que esta noche quizás no nos veamos, ceno en casa con mis padres.
—Hoy no puedo dejarte pasar, Paola —dice Ramón preocupado, mirando de un lado a otro. Llega a contagiarme su incomodidad—, los ánimos aquí están crispados por el jefe. Lo siento.
Que no se hable más, dejaré de insistir. No me perdonaría que alguno de los dos tuviera problemas por mi culpa. Me giro para marcharme sin haber visto a Hugo.
—¿Paola?, ¿qué haces aquí? —pregunta Hugo desconcertado.
Me ha pillado antes de coger el ascensor. Miro las carpetas que lleva en las manos, está hasta arriba de trabajo y yo no podría haber escogido peor momento para venir a molestarle, con su jefe rondando.
Pero sin remedio ya a mi intromisión, me decido a invitarle.
—Hola, sé que no es el mejor momento. Ramón me ha dicho que estás muy liado, así que solo será un minuto.
—Claro, dime.
—Ha pensado en ir a ver a Bimbo, al veterinario. Si quieres te espero.
—Ahora estoy ocupado, lo siento —dice al levantar los papeles, al menos sonríe—, tengo mucho que hacer todavía.
—Está bien, lo entiendo. ¿Cuando regrese de casa de mis padres nos vemos en el gimnasio?
Hugo sonríe dándolo por hecho. Yo le devuelvo la sonrisa cuando además me coge una mano para besarla.
—No hay nada que desee más que volver a desayunar contigo.
Los dos, como dos tontos, sonreímos. Sonrisas que luego nuestros ojos profundizan al conectar durante segundos de silencio.
Retiro la mano que Hugo me acaricia, porque las ganas de meterlo en su despacho para probar esa enorme mesa siguen en mí desde el día que me besó ahí dentro, y están creciendo conforme más me toca ahora.
—Me voy, no te molesto más, tengo que ir a ver a Bimbo y a por el disfraz de mañana.
—¿Disfraz? —Hugo se queda pensativo por lo inesperado y extraño de mis palabras.
—La fiesta de fin de año es de disfraces, ¿no lo sabías? Deberíamos hablar más y besarnos menos —digo de manera pícara recordando nuestra última cita de anoche.
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A golpes contigo
RomanceDe un lado del cuadrilátero, Hugo Serra, 34 años, abogado de profesión y tan sexi que acabarás por rendirte ante él. No cree en el amor y considera que el sexo es un intercambio de favores, por eso él ofrece su tiempo, su cuerpo y sus caricias a un...