Oigo gritar a Marta aunque esté a metros de mí, en el baño. Estoy acostumbrado en el trabajo a sus quejas, caprichos y lágrimas de cocodrilo, pero me sorprenden los insultos esta vez. De hecho, todos en el restaurante la oyen, y es cuando yo me arrepiento de haberla invitado a cenar esta noche con mi grupo de amigos.
—Tendrás que calmarla, Hugo, tío. O nos echarán a todos del restaurante.
Miro a Daniel, uno de ellos, que trata de hacer callar a Alma, su pareja, la que ya se tapa los oídos mientras se ríe con el resto. Todos hacen sus apuestas de lo que tardarán en pedirnos que nos vayamos por culpa de Marta.
De importarme lo que piensen de ella lo estaría pasando mal, solo que no es el caso. No es mi novia ni siquiera puedo llamarla amiga, y quizás nunca más la vuelvan a ver conmigo.
Termino la copa que tengo en la mano y solo entonces me dirijo a averiguar qué le ha ocurrido esta vez para chillar de ese modo.
Sin querer salir del baño, y avergonzada por el olor que desprende su ropa, Marta me cuenta qué le ha ocurrido entre los hipidos de su llanto.
Al parecer Paola le ha derramado intencionadamente un vaso de cerveza, encima. ¡Dios! Mantengo la calma, no quiero reírme de ella porque pobrecita, no podrá volver a ponerse su vestido nuevo de Versace. ¿De verdad se puede montar tanto drama por una mancha en un vestido?
—¿Y no piensas decirle nada, Cari?
—Bueno, yo… conozco poco a Paola y...—Y me rasco la nuca tratando de ganar tiempo para una respuesta que no tengo.
Por mi cara de indiferencia Marta debería ya adivinar que no haré nada, que me importa su vestido tan poco como lo hace ella misma. Pero el interés oculto que tengo por mantenerla contenta y satisfecha me hace buscar a Paola para reclamarle, no voy a permitir que su mala educación arruine mi esfuerzo de semanas en el bufete soportando las babas de Marta. ¡Coño, que es la hija de mi jefe, me puede costar el curro!
La encuentro en la calle, donde ella se deja abrazar por ese amigo suyo con el que ha venido a la cena de Raúl.
—Paola, ¿qué coño ha pasado ahí dentro con Marta? —pregunto cabreado.
Y no sé con quién lo estoy más, si con Marta y sus tonterías de pija malcriada, o con Paola y su estupidez de agredirla.
Ella se separa de Ahmed para mirarme. Levanta una ceja y sonríe de medio lado.
—Si estás tan interesado en saberlo, que te lo cuente ella.
—Pero ¿cómo se te ocurre ir por ahí tirando la bebida a la gente?
—Yo no llamaría gente a la asquerosa esa.
—¿Por qué no le pides perdón a Marta y acabamos con esto? —interrumpo para poder volver adentro cuanto antes.
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A golpes contigo
RomansaDe un lado del cuadrilátero, Hugo Serra, 34 años, abogado de profesión y tan sexi que acabarás por rendirte ante él. No cree en el amor y considera que el sexo es un intercambio de favores, por eso él ofrece su tiempo, su cuerpo y sus caricias a un...