Con Jürgen la ruptura fue diferente, por lo menos hubo algo que romper. Deshacerme de él implicó una limpieza absoluta de mi vida hasta entonces con el peor de los desenlaces, abandonar Alemania. Todo lo material quedó reducido a cenizas, lo que no, abandonado en lo más profundo de mi recuerdo.
En cambio, para acabar con Hugo la limpieza será inmediata, más sencilla y menos dolorosa.
Con lavar las sábanas de mi cama será suficiente. Me niego a dejar de ver a sus amigos, que son los míos, o a quemar el chándal de regalo.
Me levanto temprano para llevar las sábanas al autoservicio de lavandería. El gimnasio no se cerrará porque yo esté de “blanqueamiento espiritual”.
Estoy terminando de echar el suavizante cuando oigo que golpean el cristal del escaparate. Me giro y lo veo sonriendo mientras me saluda con la mano, la que luego calienta con su propio vaho. No veo inconveniente en decirle que entre, que hace frio en la calle.
Christian me da dos besos y yo le sonrío sin apartarme.
—¿Qué haces tan temprano por aquí?
Para entrar en calor se frota las manos. Aún no sale el sol de pleno invierno.
—Voy a buscar trabajo, aunque cada vez tengo menos esperanzas. Creo que volveré a las apuestas, a las peleas.
Un nudo me ata el estómago. No lo permitiré. No lo he sacado de ese mundo para que vuelva a él a la mínima oportunidad. Cuando era un crío de dieciséis años no tenía conocimiento de ese ambiente, hoy que parece no tenerlo tampoco seré yo quién le pare los pies.
—De eso nada, no voy a dejar que lo hagas.
—¿Y por qué no? Es lo que íbamos a hacer con el campeonato del gimnasio.
¡Inconsciente!, menos mal que la señora que está a dos lavadoras de la mía no parece oírnos. Bueno, bien vista, tampoco creo que sea de la policía. De todos modos tomaré mis precauciones.
—Por libre, precisamente, no tienes el respaldo que te doy yo con el equipo de Viktor —susurro apartándonos de la mujer.
—Pues no tengo otra alternativa, Paola, o peleo por libre o lo hago para el Pit Bull, pero en mi casa tenemos que comer de eso.
¿Por qué un hombre tan inteligente como él tiene solo una alternativa? No dejaré que el Pit Bull se haga con el setenta por ciento de las apuestas de Christian en su desesperación por conseguir dinero.
—Necesito un entrenador personal.
Christian me mira sin entender, ya dejó su puesto en el gimnasio
—Voy a ir yo a Bangkok.
—¿Estás loca?
Cambio de roles. Ahora es él quien me tiene sujeta por el brazo demostrando su disconformidad con mi decisión.
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A golpes contigo
RomantiekDe un lado del cuadrilátero, Hugo Serra, 34 años, abogado de profesión y tan sexi que acabarás por rendirte ante él. No cree en el amor y considera que el sexo es un intercambio de favores, por eso él ofrece su tiempo, su cuerpo y sus caricias a un...