No recuerdo una mañana de reyes igual desde que dejé de creer en la magia de su nombre siendo niño.
Me levanto temprano, voy a por un roscón para desayunar y hago el café. Mi madre alucina al ver la mesa puesta tan temprano, por primera vez se deja ayudar sin protestar. Mi padre, como siempre, se ríe, esta vez conmigo y no de mí, y mi hermana me pone la mano en la frente para comprobar que no estoy enfermo.
Y es que nunca estuve de tan buen humor como para intercambiar regalos. Regalos comprados con “dinero plástico” que pagaré incluso a plazos en el mes de febrero, marzo, abril, o vete tú a saber.
Me río con todos, al verlos tan felices cuando abren sus regalos.
Disfruto de cada sonrisa de mi sobrino al ver su scalextric de tres plantas, el mismo que me llevé toda la noche probando en el salón y que él no podrá usar hasta dentro de dos años. Sonrío con cada grito de alegría que da mi madre por un viaje de diez días a Tenerife, para ella y papá, ahora que toman vacaciones en el bar. Incluso me divierte cada “joder, Huguito” que suelta mi cuñado cuando tiene en la mano las dos entradas para moto GP vips village en el circuito de Le mans de este año, porque promete llevarme a mí.
Pero no todo son risas y alegría.
Por el contrario, mi hermana se queda callada con sus propias entradas en la mano para el concierto de Adele en Londres, incluido el vuelo y la reserva de hotel. Solo me mira. Muy seria.
—¿Y el trabajo? ¿Cómo piensas pagar todo esto si lo pierdes?
Todos callan para mirarme también.
"¡Gracias por tu regalo de discreción, tata!" —pienso con ironía.
—¿Qué es eso del trabajo, hijo?
Mi padre ha perdido toda muestra de alegría en su rostro, mi madre se sienta en el sofá alucinada por mi secreto y mi cuñado parece no querer tocar las entradas por si el papel se le rompe en las manos.
Se me había olvidado que cuando regresé de Frankfurt, encabronado con Marta y el propio Wegener, al que no encuentro para proponerle nada, le dije a mi hermana lo que ocurría en el bufete. Y una cosa llevó a la otra.
La conversación que tuvimos sobre Paola, la mujer de la cena para dos de días antes, y lo bien que estoy con ella por lo diferente que es a todas la mujeres que conocí, incluida Ana, dio paso a su idea de montar mi propio despacho de abogados si definitivamente Rafael me despide junto a la plantilla. Idea que no le pareció bien a mi hermana, por supuesto.
Bajo la mirada inquisidora de toda mi familia, solo puedo sonreír y encogerme de hombros.
—Quizás me echen del bufete, no lo sé —miento para que al menos pasen un día de reyes, tranquilos.
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A golpes contigo
RomanceDe un lado del cuadrilátero, Hugo Serra, 34 años, abogado de profesión y tan sexi que acabarás por rendirte ante él. No cree en el amor y considera que el sexo es un intercambio de favores, por eso él ofrece su tiempo, su cuerpo y sus caricias a un...