Глава 34

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México bajo las escaleras de la mansión al estar arreglado, aunque algunas gotas corrían por su cabello.

Uno de los empleados le aviso que Rusia lo esperaba en el comedor, el mexicano arqueo una ceja al no entenderle, pues el hombre le había hablado en ruso.

Apenado, se disculpo al no saber dónde se encontraba dicho lugar y no entender, el señor le sonrió amable.

— Le decía que el señor lo espera en el comedor. — Dijo, para sorpresa del menor, su español era fluido. — Yo también provengo de familia hispana.

Señaló el mayor, al notar la sorpresa del ojiazul.

— Me alegro que haya más hablantes de español aquí, aparte de mi. — Contesto con una sonrisa.

El contrario rio suavemente, antes de pedirle acompañarle al comedor.

Caminaron hasta llegar a una gran habitación, el mayordomo le abrió la puerta para que entrará antes que él.

Había un gran comedor de mármol, con mucho espacio, la habitación estaba decorada de tonos rojos y dorados. Algunos cuadros y pinturas acompañaban el lugar, dando un toque aún más refinado.

A la cabeza de la mesa, estaba Rusia sentado, mirando despreocupado su celular.

México se acercó lentamente, mirando mejor la decoración, no fue hasta que tomó la silla del lado izquierdo, a un lado del ruso, la jalo para luego sentarse.

Inmediatamente, las puertas se volvieron a abrir, dejando pasar a empleados con los platos con la comida.

A cada uno le sirvieron su respectivo plato, el azabache miraba lo que colocaban en su lugar curioso, pues no había comido ninguna de esos platillo. Mientras, Rusia, no despegaba la vista de su celular; no fue hasta que los sirvientes se retiraron, que apago el aparato.

— Oye, ¿Qué es esto? — El latino señaló con su dedo índice, el plato con sopa.

— Borsch. — Contestó simple, dando la primera cucharada al plato con dicha sopa.

— ¿Qué?

— Es una sopa de verduras que incluye raíces de betabel.

— ¿Tiene veneno?

— Por quinta vez. No planeo matarte.

Dijo sobando sus cien.

Un poco dudoso, México da la primera probada a la sopa, no sabía nada mal.

— Rico. — Murmuró para si mismo, sin embargo, el eslavo lo escucho, mirándolo por el rabillo del ojo, dio otra cucharada, deleitandose con su sabor.

Rusia suspiro, sabiendo que era obvio que comiera tan rápido, después de todo el tiempo que estuvo preso, no se le daba las mismas atenciones que ahora.

— ¿Quieres más? — Cuestiona al verle terminar.

— Shi. — Sus ojitos parecían brillar.

Una empleada entró de nuevo a la habitación, preguntando si todo estaba en orden. El albino aprovecho para pedir que de nueva cuenta le sirvieran más borsch al menor, la femenina asintió, para luego, tomar el plato y llevárselo.

— ¿Tus hermanos no nos acompañan? — Pregunta el latino.

— Kazajistán no ha llegado, Bielorrusia salió, y Ucrania.... Debe de estar haciendo alguna estupidez.

Al último mencionado lo nombró con algo de enojo.

— Cuánta unión , hay en esta familia.

El ojiazul rodó sus hermosos ojos, con sarcasmo. — ¿Qué hay de tus padres?

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