𝐗𝐕𝐈. 𝙐𝙣 𝙝𝙚𝙘𝙝𝙤 𝙘𝙤𝙣𝙨𝙪𝙢𝙖𝙙𝙤

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En aquel instante, los fuegos artificiales empezaron a llenar el cielo con sus cascadas multicolores. Entonces, el emperador, acompañado por Lolito, se dirigió al balcón para presenciarlos. La población se había juntado en la explanada exterior al castillo, para honrar al emperador y desearle muchos años en el trono, ahora al lado de su futuro consorte.

La policía también estaba ahí y claro, no podían faltar Willy y Fargan, quienes estaban con personas algo importantes, como el alcalde de la ciudad. Fargan estaba atento a cualquier movimiento, mirando a todos los presentes que se apiñaban en la plaza.

De pronto, ambos policías se quedaron petrificados y mudos del asombro al ver a la grácil figura del supuesto ladronzuelo que habían estado persiguiendo. De la garganta de Fargan salió una especie de grito ahogado y tragó saliva como tres o cinco veces. El alcalde se asustó ante los raros movimientos de aquel policía y Willy, tras haberse recuperado (más o menos) de su asombro, trataba de detener a su pareja.

—Pero este... este...

—Sí, ese lindo doncel es el prometido de Su Majestad —informó el alcalde.

Fargan se derrumbó materialmente en los brazos de Willy, quien le quitó el casco de policía. El más alto trató de suspirar, pues necesitaba aire. Mientras el espectáculo seguía en todo su esplendor y la gente lo disfrutaba, había una persona en el interior que no lo hacía. 

—¿Por qué hemos venido a Karmaland, madre? —sollozaba Rubén en los brazos de su madre.

—Mi niño, me das una pena.

—¡Qué humillación!

—Rubén, domínate y sé valiente.

—Sí, madre.

—Y recuerda que Lolito no tiene la culpa, ¿eh?

—No, madre, no me enojaré con Lolo. —Rubén comprendió que no se podía mandar al corazón y que el corazón de Vegetta había escogido a su hermano menor. Él tampoco amaba a Vegetta, sin embargo, la humillación había sido bastante grande.

Después de un rato, el falso albino dejó de llorar y se dirigieron al balcón con todos los demás. al frente de todos, estaban Vegetta y Lolito, quien sin apartar los ojos de la multitud de colores que se formaban en el cielo, le hablaba a Vegetta:

—¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué me has puesto ante un hecho consumado?

—Porque sabía que de otra forma nunca me hubieras dado el sí. 

Y Vegetta deslizó su mano enguantada para tomar la de su amado Lolito, quien sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo y que la felicidad le embargaba. Desvió su mirada de los fuegos artificiales para mirar a su prometido, Vegetta, y se encontró con los brillantes ojos de él, que lo miraban llenos de ternura.

Así permanecieron varios segundos, hasta que, sonrientes, volvieron a mirar al cielo y las explosiones de pólvora que se vislumbraban en él. En aquel momento, un tinglado de postes y travesaños en el que se apoyaban los volcanes artificiales brilló en una cascada de fuego que iluminó la plaza como si fuese de día.

En los extremos de la misma aparecieron unas serpientes de fuego que se elevaron hasta la parte superior del andamiaje, disparando aquí y allá más y más pirotecnia, hasta que por fin apareció, con luces de bengala, el nombre del emperador y su fecha de nacimiento mientras detrás de este surgían volcanes de colores con los tonos de la bandera imperial.

El público estalló en vítores y griterío, festejando a su monarca, que incluso Vegetta sintió ganas de llorar por aquel homenaje a su persona, aunado a que se había comprometido con el doncel de sus sueños.

Cuando horas más tarde la plaza quedó vacía, Willy se llevó a cuestas a Fargan, quien estaba más o menos recuperado. Willy le hizo una reverencia a un sargento y al alcalde, quien se encontraban ahí todavía y fue a la casa de ambos, llevando a Fargan a cuestas. La plaza estaba vacía y los funcionarios reales ya estaban dentro del castillo, donde felicitaron a Vegetta un largo rato y también cumplimentaban al dulce Lolito, quien no parecía tan feliz a pesar de todo. y es que el muchacho meditaba sobre el cercano y desconocido futuro.

Cierto monarca se acercó al falso doncel, quien se había apartado de todo el mundo. Se sorprendió al sentir la mirada bicolor de aquel rey que era mucho más bajito que él y que su vestido amarillo opacaba el suyo plateado.

—Sé que no es el mejor momento, príncipe Rubén, pero quería... yo quería... —demonios, ¿por qué me pongo tan nervioso?, se preguntó Auron, quien con las mejillas más rojas que un tomate, volvió a hablar—. Quería invitarlo a pasar una temporada en Tortillaland...

—Su Majestad —estaba asombrado y en cierto modo halagado, había estado tan concentrado en que se iba a prometer con Samuel e iba a ser emperatriz de Karmaland, que se cerró a otras oportunidades, así que ahora sonrió—, me encantaría.

Entonces el de los ojos bicolores huyó, apenado, haciendo reír al de los ojos verdes. En un gabinete, los demás monarcas y representantes comentaban el grato acontecimiento. El príncipe Wilbur, con una copa de fino cristal en la mano, habló primero.

—Bueno, Su Alteza, ha traído un monarca a su familia, quizás no al que esperaba, pero, a fin de cuentas, un monarca.

La duquesa Sabrina no pudo contenerse y se echó a llorar, asustando a Wilbur, quien se preguntó si había dicho algo mal.

—¿Pero por qué llora? —preguntó el rey Auron, que había entrado cuando nadie se daba cuenta, más feliz que antes.

—No tienes motivo para llorar, Sabri. La única que tiene motivos de compasión soy yo, como siempre. —Auron resopló por lo bajo, menos mal que Vegetta se casaría, al menos lidiaría con lolito y no con esa vieja fachosa. —Tengo el deber de convertir a un chico de campo en emperatriz. Pero ya verán que lo conseguiré.

—No hace falta, Lolito será un emperatriz.

—Sí, gracias a mí. —En aquel momento, entraba el esposo de Eleanor, Jeremías, sin embargo, continuaron con la conversación. —En un año no lo vas a conocer.

—Yo creo que quien no lo va a conocer serás tú —dijo Sabrina, que sintió su amor de madre algo herido por las palabras de su hermana.

—Mucho mejor —dijo Eleanor, con una sonrisita de superioridad.

—Ya lo verás.

—¡Bravo! —exclamó Eleanor.

Jeremías dejó escapar una sonora carcajada y situándose al lado de su esposa, exclamó:

—Bravo, bravo, ahora lo has dicho tú.

La intervención del honorable padre del emperador tuvo la virtud de limar las asperezas entre los cuatro y todos rieron al final de aquella conversación.


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𝗾𝘂𝗲𝗲𝗻 𝗼𝗳 𝗺𝗶𝗻𝗲   ──── vegelitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora