𝐗𝐗𝐈𝐈. 𝙐𝙣𝙖 𝙥𝙧𝙪𝙚𝙗𝙖 𝙙𝙚 𝙥𝙖𝙘𝙞𝙚𝙣𝙘𝙞𝙖

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Por fin llegó el día fijado para la boda y ya de madrugada el movimiento era más notable. Las calles eran limpiadas con gran esmero y las tropas aparecieron en las calles para formar el cordón por donde tenía que pasar la realeza. Mientras tanto, en un despacho en la calle central, se encontraba cierto jefe de policía, seguido por su segundo al mando —y pareja— se encontraba dándole indicaciones a sus subordinados y les hacía jurar proteger con su vida al emperador si fuera necesario. 

Mientras tanto, en el interior del palacio, cierto joven de cabellos naranjas, totalmente sueltos por la espalda hasta la cintura, caminaba de puntillas de una habitación a otra, y separando ligeramente los cortinajes de las ventanas, mirando al exterior. Era un lindo doncel de ojos verdes, alegre sonrisa y graciosos ademanes, que parecía que había dejado su habitación precipitadamente puesto que no se había calzado y llevaba una simple bata encima del camisón.

—¿Quieres explicarme qué buscas aquí, Lolito?

Preguntó una voz, bastante conocida, haciendo que saltara y que su corazón empezara a latir con fuerza por el susto.

—Buenos días, tía Eleanor.

—Te estoy buscando en todas las habitaciones y tú te escapas de una ventana a otra. —Dijo, moviendo la cabeza negativamente y haciendo un gesto de desagrado, preguntó: —¿Te pasa algo? Es muy temprano para corretear por el palacio, ¿no puedes dormir?

—No... solo busco a los animales.

—¿Qué animales?

—Veg me dijo que aquí tienen un parque zoológico —explicó Lolito con una sonrisa.

—¿Y por eso te paseas por aquí, en bata y camisón?  —el joven se miró a sí mismo como si no se hubiera dado cuenta de ese insignificante detalle. —Andando descalzo y con el pelo suelto.

—¡Pero si no me ha visto nadie!

—Yo ignoro si te habrá visto alguien, pero podría haberte visto Samuel.

—¿Samuel? ¿No debería estar durmiendo?

—Te equivocas —rectificó con severidad—. A estas horas, Samuel está en su despacho.

—Perdón, yo creía que...

—A nadie le importa lo que creas, siempre crees las peores cosas. —Lolito hizo una reverencia y trató de escapar. —Espera, no creo que te orientes con tantas habitaciones.

—Sí me oriento...

—Quédate. —ordenó y él hizo caso. La duquesa Eleanor tiró de una campanilla y esperó y al poco tiempo, llegó un criado y le hizo una reverencia. —Llama al duque Frank.

—Muy bien, Alteza Imperial.

—¿Para qué llamaste al duque?

—Para que te acompañe a tu habitación.

—No es necesario.

—Yo decidiré lo que es necesario. Y cuando estés en tu habitación, prepárate para confesarte con el sacerdote. 

Dentro de Lolito, se instaló una rabia interior que supo disimular. Pues dentro de unas horas seré yo quien decidirá lo que es necesario, pensó el doncel, futuro emperatriz. Para suerte para ambos, en ese momento apareció Samuel, o, mejor dicho, Vegetta.

—Pero, ¿qué pasa aquí?

—Y bien, Lolito, ¿era necesario que tu prometido te viera así? —preguntó la gran duquesa y las mejillas de Lolito se colorearon de granate.

—Igual me verá así en la noche de bodas —dijo con tono mordaz.

—Te sigues viendo hermoso —suspiró Vegetta, sin hacerle mucho caso a lo que dijo su madre. —Buenos días, madre, Lolito.

—Buenos días, Veg- Samuel —se corrigió Lolito, sabiendo que a su tía no le gustaba el apodo que le habían dado a su hijo.

—¿Ha ocurrido algo?

—Solo quería ver los animales —admitió Lolito, con las mejillas aún más rojas, si era posible.

—Pero, niño, desde aquí no se pueden ver los animales. ya te llevaré a verlos en otra ocasión. —luego se volvió a su madre—. No creo que eso sea algo por la que te tengas que sofocar, además, no quiero que lo vuelvas a tratar así, madre.

—Tienes razón, hijo. Llamé al duque Frank para que acompañe a Lolito a su habitación.

Como si las palabras fueron una invocación, apareció el aludido, haciendo una gran reverencia frente al joven de cabellos naranjas, tomando su mano para besarla.

—Buenos días, duque Frank. No gracias —dijo, retirando su mano.

—¡Lo que faltaba! —se volteó hacia el duque. —Ya no os necesita, podéis retiraros. —Cuando Staxx se fue, Eleanor se volteó ahora hacia lolito, a quien ya se le iban a escapar lágrimas, entre triste y rabioso, queriendo golpear a la señora. —¿Por qué ofendes a tu acompañante?

—No me gusta que la gente mayor me bese.

—Entonces te diré...

—Perdón, mamá, ¿puedo hacerlo yo? —Vegetta se acercó a Lolito y delicadamente, quitó las lágrimas de las esquinas de sus ojos verdes. —Escucha, Lolito, ese beso en la mano no tiene nada que ver con la diferencia de edad. Cuando esta noche se haya celebrado nuestra boda, tú serás el primer doncel de mi reino. Quiere decir que ocuparás el lugar que hasta ahora ha ocupado mi madre. con ese beso en la mano, están reconociendo que eres "la primera dama" del país y que estás por encima de ellas y ellos. Solo hay una mujer que te puede besar la frente en vez de la mano. Esa es mi madre.

—Así es, ven, Lolito, te acompañaré a tu habitación.

Aquellas palabras apaciguaron su enojo y se dejó llevar.

—Adiós, Samuel.

—Nos vemos, Lolito. Te amo.

—Buenos días, hijo.

Vegetta se despidió de su madre cariñosamente y luego se quedó, pensativo, en el pasillo. Su madre ahora se veía obligada a ceder su puesto a otra persona, pero como le gustaban los protocolos, y más si esto era por la felicidad de su hijo y el bien del imperio, lo haría gustosa. Al estar en su habitación, Lolito fue informado de que un alto dignatario de la iglesia lo esperaba en la capilla del palacio.

Para aquel acto, el futuro emperatriz se había vestido con una sencillez sorprendente. Meditó largas minutos, arrodillado frente a su cama y después, acompañado por el duque Frank, bajó a la capilla. Ahí lo recibió el sacerdote, quien después de unas oraciones preliminares, le dio un discurso, sobre sus responsabilidades para con el estado y su esposo, dándole otra vez el discursito de que debía darle hijos al emperador.

Media hora más tarde, Lolito regresaba de nuevo a sus habitaciones, donde lo esperaban su tía Eleanor y el duque Frank, quienes se apresuraron a ayudarlo con su tocado para el banquete de esponsales que tenía que celebrarse al mediodía. Lolito se veía radiante de alegría.

—hijo mío, estoy seguro de que samuel será feliz contigo, y si él lo es, también lo serás tú, porque se aman. es maravilloso que un emperador pueda casarse totalmente enamorado.


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𝗾𝘂𝗲𝗲𝗻 𝗼𝗳 𝗺𝗶𝗻𝗲   ──── vegelitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora