CAPÍTULO 4

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ΩIlluminaΩ

—Principe Kyle.

El moreno escuchó aquella frase como un eco, se estiró en su cama, moviendo las sábanas bajo su cuerpo. 

De nuevo escuchó su nombre y esta vez se le sumó la voz de Akni llamándolo. De seguro era hora de despertar.

Al abrir los ojos, se encontró con su guardián en el pasillo acuático, Akni lo miraba con esa típica expresión seria, y justo en medio de la habitación, sobre la línea imaginaria que habían pintado en el suelo, estaba parado Piscis.

Eso lo hizo enderezarse de golpe y solo pudo gesticular con el rostro una pregunta. El libro de El Principito estaba entre las manos del príncipe, lo sostenía con firmeza y junto a eso, una expresión de reclamo.

¿Por qué lo veía así? 

¿No le gustó el libro? 

Hijo de puta.

Se levantó de la cama y caminó en pijama hasta el ya bien vestido Piscis, encarándolo.

—¿Qué te pasa? 

La expresión de Piscis tembló por un momento.

—Mira, si no te gustó el libro solo devuélvemelo y ya—dijo dándose una media vuelta—. No pongas esa cara de niño malcriado. 

—No, no es eso—Kyle volteó el rostro—. Quiero que me expliques…

Al verlo de nuevo, su semblante había cambiado; seguía siendo demandante, pero no parecía enojado, tal vez conmocionado o incluso nostálgico.

O con la curiosidad triste que tiene un niño.

—¿Explicar?—repitió.

—Sí—el príncipe miró la portada antes de entregárselo a su dueño—¿Por qué se deja morir? 

¿Morir…?

—El Principito se dejó morir porque la serpiente le prometió que lo haría regresar a su planeta. Pero es que su planeta ya no existía—frunció el ceño—. Los baobabs ya habrían consumido todo, y su rosa, ¡de seguro ya estaba muerta!

Kyle parpadeó varias veces, las mejillas de Piscis estaban más rosadas que el día anterior, pero su ceño seguía siendo igual de intenso.

—Es todo una alegoría a… No lo sé, ¿un suicidio?—el muchacho esperó alguna reacción de Kyle, pero él solo pudo abrir y cerrar la boca—. Es que, si te pones a pensar, morir era la única forma de volver a ese hogar utópico que él recordaba. Su hogar ya no existía, ni eso ni su rosa, ¿para qué vivir entonces? 

El moreno vio a Akni de reojo, este estaba en imperturbable silencio, y junto a él estaba Mo, callado y extrañado de todo lo que decía su protegido.

Podía entender la confusión del tiburón, él mismo también estaba intentando ordenar toda aquella palabrería de Piscis.

—Oye, uh… Eso es muy depresivo, ¿sabes?

Los hombros del príncipe de Errhante bajaron y sus cejas volvieron a la normalidad. 

Había sentido eso un par de veces, sabía que sus palabras no fueron las mejores para responder a todos sus argumentos, y Piscis lo sabía.

Cómo príncipe, recordaba que jamás debía decir tonterías, que si era malinterpretado era capaz de causar una guerra. Buscó en su repertorio de disculpas que no fueran a dañar a su ego y decidió proceder.

Puso su mano sobre el hombro de Piscis, creyendo que lo había hecho con suavidad, aunque el príncipe se inclinó hacia el hombro golpeado y compuso un gesto de dolor.

Bajo el MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora