Allí arriba

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Desde que dejamos de celebrar Navidad con los abuelos, papá tuvo la grandiosa idea de festejar Nochebuena en la cabaña que teníamos. Estaba a unos 35 minutos de casa. Papá conducía, Marco estaba de copiloto, siempre con el móvil, mientras, mamá sujetaba a Bimba atrás, y yo, iba mirando el paisaje. Siempre en la ventanilla derecha ya que en la izquierda daba a la cabaña de los señores cabras... O al menos así les llamaba yo.

Un matrimonio de señores mayores, sin hijos aparentemente. Su cabaña era de piedra, como todas las de la zona; la suya se encontraba a unos cinco minutos en coche de la nuestra. Cuidaban unas pocas cabras y poseían un territorio enorme en el que cultivaban una gran variedad de alimentos. Entre ellos destacaba la enorme fila de lechugas y los enormes árboles frutales. Cada año, regalaban una gran bolsa con hortalizas variadas a mis padres en agradecimiento por las chapuzas eléctricas que hacía papá en su cabaña. Se me ponían los pelos de punta cada vez que pasábamos por su vivienda, lo mejor era mirar hacia el otro lado. Cada vez que pasábamos enfrente suyo, el marido saludaba con una sonrisa tétrica y una mirada de tristeza, al igual que su mujer. Parecía que me miraban fijamente a mí, o tal vez era un sentimiento estúpido dado mi pavor hacia ellos.

Mamá era un encanto de persona con todo el mundo, nunca la importó cambiarme el sitio. Para ella, la maldad en las personas apenas existía, siempre miraba el lado positivo de las cosas, sin embargo, papá tenía una mirada con apenas expresión, tal vez apagada pero intensa. Buscar algo en común entre ellos dos era casi imposible. Él era serio y a veces algo soberbio; ella era muy divertida, rozando el término bobalicona.Desde luego, una familia muy normal.

La cabaña Donde viven las historias. Descúbrelo ahora