Amor débil

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Enzo todavía no había dado la orden de interrogar a los ancianos, lo mejor era que lo hicieran ellos dos. Bastantes meteduras de pata habían cometido ya los anteriores encargados del caso. Presentarse como agentes de policía era arriesgado, podrían guardar algún arma ya que era muy común en los pueblos rurales donde la caza persistía. Las mentiras ya se las esperaban de antemano. No querían hacer un interrogatorio inesperado, por lo que decidieron que solo uno de ellos entraría con una identidad falsa, así, sería menos invasivo. Un plan arriesgado pero que podría dar sus frutos. Necesitaban desesperadamente dar con la identidad de aquella niña con el menor número de mentiras posibles. Además, ya habían escuchado la primera por parte del alcalde Jaime; ¿no había dicho que estas familias superaban los cincuenta años de edad todos ellos? Manu tenía toda la razón, no podían confiar en él.

Los chicos llegaron al pueblo y aparcaron el coche a una distancia prudente. Lo suficientemente lejos para no ser vistos juntos.

-Me llamo Pedro, tengo 20 años. Vivo en el siguiente pueblo junto a mis tíos, me gano la vida cuidando a las vacas junto a mi tío Eugenio. Vengo a pedir la mano de la supuesta Isabel- repasó en voz alta Enzo.

Era una cosa que ya no se hacía entre la población, demasiado anticuado, pero si la tenían aislada, algún día se quedaría sola para siempre. Por lo tanto, la idea de que la chica se echase novio, no era tan mala.

Dado que tenía rasgos de juventud, él había sido escogido para entrar a aquella casa. Querían llamar la atención lo menos posible, por lo que no habían comunicado su plan a nadie, ni siquiera lo consideraban arriesgado. En el caso hipotético de que algo saliera mal, toda su carrera acabaría, pero la plena confianza en ellos les hacia seguir adelante. Si había algún problema, Manu actuaría rápidamente ya que tenía una máquina con la que podría oír toda la conversación.

Enzo caminó hasta la puerta, iba vestido con unos vaqueros y una camiseta de deporte algo descolorida, perfecta para la ocasión. Por dentro sentía nervios, el caso podría dar un giro de 360º si resultaba ser Isabel. ¿Qué probabilidades había de que fuese ella? Todavía quedaban dudas primordiales a las que dar solución.

Enzo llamó a la puerta y un señor de aspecto jubiloso abrió la puerta. Iba vestido con una camiseta de cuadros rojos y amarillos. Los vaqueros tenían agujeros y llevaba unas votas verdes manchadas con tierra.

- ¿Qué quiere señor?- preguntó tranquilamente el anciano.

-Buenas, me llamo Pedro, y vengo por la muchacha rubia que anda por sus tierras.

Antes de que terminase la frase, el señor cambió la expresión y se dispuso a cerrar la puerta.

-¡Espere señor!, vengo a pedir la mano de esa niña. La veo dar de comer a sus cabras y su belleza es espléndida. Me gustaría conocerla sino es de mucha molestia. Mis tíos son del pueblo de al lado. Llegamos aquí hace dos años, tal vez por eso nunca nos hemos visto. Se que es un poco precipitado pero señor, le prometo que jamás dejaré que la pase algo malo.

El anciano sintió algo más de confianza e invitó a entrar a Enzo. El plan funcionaba, aún así, no podían bajar la guardia ninguno de los dos oficiales.

-¿Cuáles son tus intenciones con ella mozo?- quiso saber.

-Bueno, yo no tengo planes de salir de este pueblo, por lo tanto, nos casaríamos y seguiríamos trabajando en estas tierras- respondió Enzo con toda la humildad del mundo.

Enzo era un chico inteligente. El arte de improvisar le surgía de forma tan natural que parecía un auténtico actor. A pesar de ello, no parecía que la chica fuese a aparecer en aquella habitación.

-¿Señor, podría saber vuestros nombres?- preguntó confiado Enzo.

-Mi nombre es Severiano y el de mi mujer Mari- respondió de forma directa.

- ¿Y el de vuestra hija?- insistió Enzo.

- Eso no es de su incumbencia señorito- respondió una voz aguda detrás suyo.

Seguramente sería Mari. Mostraba una inmensa trenza larga y canosa. Al igual que su marido, tenía una mirada profunda que parecía leer tu mente. Ambos se retiraron a la cocina, estaban discutiendo con fuerza aunque no se podía distinguir ninguna frase con sentido. Ella mostraba mucha más agresividad que él, como si estuviera muy insegura de algo que la preocupaba.

En un acto de valentía, Enzo se levantó de la silla y se dirigió a una mesita de madera con un jarrón de cerámica con unas flores dentro de él. Había tres cajones, comenzó rebuscando en el primero, solo había objetos que se irían acumulando con el paso de los años, basura concretamente. Mientras, el matrimonio seguía hablando. Enzo, apresurado, abrió el siguiente cajón. Rebuscó un poco pero solo encontró tornillos y alguna herramienta. En el último cajón, sobresalía entre unos papeles un collar de perro. No había momento para preguntarse nada. Los pasos se acercaban rápidamente hacia él. Era imposible que le diese tiempo a volver a sentarse.

-¿Qué puñetas estás haciendo?- gritó el hombre.

-Lindos narcisos. Era la flor favorita de mi madre, ella me enseñó lo que se de esta planta. Lo siento- dijo Enzo.

¿Quién diría que saber de plantas te salvaría de un aprieto?. En este caso, Enzo sabía mucho sobre aquella planta debido al origen mitológico de esta. Le gustaba mucho la mitología griega, saber acerca de los dioses y las leyendas. Su propia madre fue quien le contaba esas historias de pequeño, así que su mentira no era del todo incierta.

-Chico, vuelve a sentarte y no te levantes sin permiso. ¡No es tu casa!- exclamó el señor enfadado.

La mujer le tocó el hombro para que se calmase, y continuó hablando él.

-Chico, nuestra hija es un tesoro para nosotros. Ella está destinada a vivir aquí, nosotros la protegemos y cuidamos como si fuera una reina, pero no la podemos privarla del sentimiento más humano, el amor. Nosotros somos mayores y algún día estará sola. Mañana a las 9:30 de la mañana te la presentaremos- dictó Seve.

- ¡Así sea!- agradeció Enzo.

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