Etcétera...

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Platón.

La razón, en su vuelo

en busca de lo claro,

tomó el letal fuego,

cual polilla, por faro.


El ensueño de un cielo

inmaterial y puro,

para el ojo ciego

impenetrable muro,


sedujo sus anhelos

con la muda forma

del eterno misterio.


Y esa busca sin norma

lo atrapó en el hielo

del ideal cautiverio.



Ícaro (a: Audrey Mestre)

Vuela más alto, Ícaro efímero e inmortal.

Deja atrás los laberintos de los tiranos,

la mediocridad de Dédalo,

las astucias de Ariadna,

la prudencia de los hombres sensatos.

Deja que el sol derrita tus alas

y cae al abismo sin una queja.

No naciste para perdurar, amigo mío,

sino para volar donde las águilas se acobardan

y mora Rayo en su palacio de cristal y fuego.

Ahora el mar es tu lápida.

Acepta ese humilde homenaje como algo provisorio,

hasta que hombres alados podamos llamarle "Icaria" al firmamento.

(Buenos Aires, en algún momento de 2005)




Hechos de nada, como la neblina,

somos, y damos de todo un reflejo.

Tenues como el aliento que al espejo

se pega y se esfumina.

¡Todo!

Todo se va.

Todo termina.

Todas las cosas son hechas de ausencia.

Es el olvido mismo nuestra esencia.





Soy mortal. Y no se me da la gana.

Es absurdo fingir que no sabemos

que existimos sin fin. Y sin mañana.




Mar

El mar nunca calla. El mar nunca duerme.

Sea azul, o verde, o gris, o blanco, o negro;

calmo o tempestuoso;

el mar nunca calla. El mar nunca duerme.

"El mar", "la mar"; ¿Qué más da? El mar es viejo

como el viento, como el tiempo, como el sol,

y guarda recuerdos,

sueños y delirios

de tiempos en que aún no existían hombres.

El viejo mar nunca calla y nunca duerme;

sea azul, o verde, o gris, o blanco, o negro;

¿Qué más da? No duerme

y vela por nuestros sueños y recuerdos.

El mar nunca calla. El mar nunca duerme.

Calmo o tempestuoso,

el mar quedará después que el Hombre parta.

(Mar del Plata, 29/9/2013)




Las quejas de Sileno.

Como un hongo que brota en un leño,

la vida nace y fluye,

y pronto la inocente vista pura

se convierte en hartura.

De este mundo el cuerdo pronto huye.

Quien sonrió a la aurora,

cuando recién llegó a esta tierra,

en el ocaso llora;

pues conoció la guerra,

en la que el padre al hijo entierra.

Pero las esperanzas y los sueños,

como sucios burdeles,

engendran cada año

nuevos hombres que quieren sus laureles.

Y la trampa renueva así su engaño.






Una cárcel huyó y se llevó a los presos.





La joven águila estaba deslumbrada con su capacidad para volar; atravesaba las nubes, se tiraba en picada, se extasiaba con el sol. De repente, vio a una tortuga y se compadeció de ella. La tomó entre sus garras y la subió hasta la altura de un monte. Entonces la soltó:

– ¡Vuela!




Una flor surge en la grieta entre dos bloques de hormigón impenetrables y sin vida. La flor se abre paso y empieza a crecer. Se convierte en un árbol y rompe los bloques entre los que había surgido. El hormigón se cubre de vegetación y surge en torno al árbol un bello jardín. Para proteger el árbol, se hace un cantero de hormigón a su alrededor. Surge en ese cantero una flor entre dos grietas. El árbol la mira con ternura y le dice: "cuídate de los bloques de hormigón". La flor mira a su alrededor, perpleja, y le responde: "Yo no veo otro bloque de hormigón en este jardín que tu cantero".




El móvil del crimen.

Alejandro solo había conocido en toda su vida a tres hombres que tenían tanto carácter como él: Filipo, Diógenes y Darío; y los había vencido a todos, cada uno a su modo. Clito claramente lo superaba, y eso no pudo soportarlo.

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