La paradoja del abuelo.

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El primer viajero en el tiempo fue enviado al pasado con una misión simple y clara: matar al abuelo del inventor de la máquina del tiempo, la cual había convertido sus vidas en un infierno. El hombre fue arrestado por su crimen y al principio se lo creyó un loco, hasta que empezaron a llegar del futuro nuevos viajeros en el tiempo. De un futuro que no debería existir y que, en cierto sentido, no existía. Los gobiernos interrogaban largamente a estos hombres del futuro, pero de a poco fueron perdiendo el interés. Los viajeros en el tiempo describían maravillosas tecnologías, medicinas que sonaban milagrosas, pero la mayoría de ellos no tenían los conocimientos técnicos para recrearlas. Sus relatos no eran más útiles que cuentos de ciencia ficción.

Los médicos se dieron cuenta de que, a medida que pasaba el tiempo, los nuevos viajeros pesaban menos que sus predecesores. Poco después descubrieron que también sufrían de osteoporosis. Pasaron algunos años hasta que se volvió evidente que sus facultades mentales también se estaban degradando: No existen balanzas para la razón.

Todavía aparece cada tanto alguno, con sus ropas transparentes colgando de un cuerpo que es poco más que un esqueleto, balbuceando sonidos guturales sin ninguna inteligencia. La gente los ve con una mezcla de compasión y de asco y simplemente llama a los servicios sociales para que vengan a buscarlos. 

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