Año 2778 Desde la Fundación de Roma.

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Dicen que todos morimos dos veces: la primera es cuando dejamos de respirar y, la segunda, cuando alguien nos recuerda por última vez. Desde todo punto de vista razonable, en el caso del licenciado Horacio Di Lazio, esos dos eventos no deberían haber estado separados entre sí por más de una semana. Se había recibido con una tesis sobre el concepto de "plagium" en el código de las Doce Tablas, que fue encontrada aburrida hasta por profesores de Derecho Romano. Desde entonces, había combinado sus clases con la publicación de artículos en medios académicos. La mayoría de esos escritos discutían el significado exacto de algún concepto y citaban prácticamente todo documento en donde dicho concepto había sido usado. Di Lazio había leído cada texto en latín hasta la época de las Cruzadas. Hablaba también el griego, el inglés y el italiano. Su vida privada era, mitad desconocida, mitad inexistente. Decía haber estado felizmente casado y estar "todavía más felizmente divorciado". Tenía una hija que lo llamaba por teléfono para su cumpleaños y le enviaba un regalo por correo en Navidad. Era un hombre de contextura pequeña. Al cumplir los 70, además, se estaba quedando un poco encorvado y usaba unos anteojos con vidrios muy gruesos. Sus trajes eran pobres y gastados, pero siempre estaban limpios, el nudo de su corbata perfectamente hecho, sus zapatos lustrados y, él, bien afeitado y peinado. Cuando alguien lo mencionaba en una reunión de egresados, la respuesta más común era:

– ¿Quién?

– Di Lazio... el profe de Derecho Romano.

– ¡Ah, sí!

Y todos pasaban de inmediato a algún otro tema más interesante.


Yo formé parte de su último curso. Di Lazio tenía edad más que suficiente para jubilarse, pero no estaba interesado. Su indiferencia a las ideas, los autores y hasta los acontecimientos contemporáneos era extrema. Se cuenta que una vez alguien le preguntó qué opinaba de Foucault.

– ¿El del péndulo? – preguntó extrañado.

No sé si esa anécdota será verdadera. Pero puedo dar fe de que es posible.

Cuando yo lo conocí, él ya estaba trabajando en su tesis sobre el juicio Claudio Contra Marcelo. El trabajo de investigación y de reflexión que le estaba dedicando a ese trabajo era tal, que por primera vez en su vida sus clases se resintieron a causa de ello. Se olvidaba de corregir los trabajos de sus alumnos o daba clases distraído. Releer cada documento conservado sobre el asunto fue sólo la primera parte de su investigación: leyó cada artículo y cada comentario moderno sobre el bendito juicio. Le parecía escandaloso que nadie hubiese escrito todavía un libro dedicado por completo al asunto y pensaba corregir eso. Ese, decía, iba a ser su legado, la obra de su vida.


Algo que me llama la atención del habla popular son conceptos como "tomarse algo con filosofía" o "tener una actitud filosófica". El filósofo le parece al vulgo un hombre desapasionado, sobrio y prudente, porque nunca se acalora discutiendo acerca de cuál es su grupo musical favorito ni se agarra a trompadas por un partido de fútbol. Pero, pregúntele uno al filósofo que opina sobre el empirismo y el racionalismo y vea que tan "filosóficamente" se lo toma: Ahí se rompe una pierna pateando una piedra o se da de coscorrones a sí mismo. Y creo que con el licenciado Horacio Di Lazio la mayor parte de las personas cometieron un error parecido. Ahora esto puede sonar irónico, pero todo el mundo lo consideraba un hombre tranquilo y pacífico, incluso apático. Esa imagen procedía sobre todo de su total falta de interés, en un ambiente altamente politizado como lo es una facultad de humanidades, por prácticamente todos los asuntos que le hacían hervir la sangre a sus alumnos. Cuando le preguntaban su opinión sobre esos asuntos, Di Lazio a lo sumo señalaba fríamente algún error de lógica o proponía alguna solución de compromiso sensata. Pero los pocos, muy pocos, que lo oímos hablar sobre Claudio Contra Marcelo sabíamos que debajo de ese traje gris y detrás de esos anteojos gruesos había un volcán. Dudo que los mismos oradores que participaron del juicio hayan hablado con tanta vehemencia del asunto como el autor que estaba escribiendo su Historia dos mil años después. Al oírlo citar algún oscuro documento latino del que no había traducción a ningún idioma, parecía que en cualquier momento iba a desenvainar una espada para dar más énfasis a sus palabras.

Etcétera...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora