El hombre-sándwich

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El hombre-sándwich apareció un día caminando en la plaza del pueblo con sus dos pizarras colgando de los hombros, una por delante y otra por detrás. Su aspecto era tan ridículo que todo el mundo habló de él por varios días. Pero esto fue algo bueno, porque lo que él buscaba era precisamente llamar la atención.

El negocio era simple: algún comerciante del pueblo le pagaba una cierta suma de dinero para que recomendara su comercio. Sus pizarras decían cosas como: "Buenos días, caballero. Si busca unos buenos zapatos, diríjase a la zapatería en la otra cuadra". Pronto se dio cuenta de que usar términos como "caballero" o "señorita" a veces era un problema: porque algunos productos no estaban dirigidos a clientes de un sexo o edad específicos. Por otra parte, el hombre-sándwich debía corregir el saludo de "buenos días", "buenas tardes", según la hora del día. Finalmente decidió obviar todas las normas de cortesía y escribió: "Si busca unos buenos zapatos...". Algunas personas encontraron esto extremadamente rudo y lo increparon con preguntas como: "¿A usted quién le dio confianza?" Pero finalmente todo el mundo se acostumbró al hombre-sándwich y su extraño modo de hablar. El problema fue que, como la gente se acostumbró a él, le dejó de prestar atención: y que le prestasen atención era clave para su negocio. Entonces el hombre-sándwich pensó una nueva estrategia: empezó a escribir las noticias en la parte superior de su pizarra, para que la gente leyera la publicidad de la zapatería del pueblo. Así que se iba todas las mañanas a leer el boletín oficial, anotaba las noticias más importantes y las escribía en sus pizarras. Pronto todo el mundo se acostumbró a leer las noticias en el hombre-sándwich y dejó de prestarle atención al boletín oficial.

El hombre-sándwich empezó a seleccionar las noticias más entretenidas para que la gente mirase la publicidad. Al darse cuenta de que las noticias sobre visitas diplomáticas e inauguraciones de obras públicas, que llenaban buena parte del boletín oficial, no le interesaban a nadie. El siguiente paso fue obvio: el hombre-sándwich empezó a escribir en sus pizarras noticias que no estaban en el boletín oficial: chismes del pueblo, resultados de deportes, la cartelera del cine, etcétera. A veces el hombre-sándwich difundía alguna noticia que el boletín oficial había censurado. Otras veces escribía sus opiniones personales en lugar de las noticias. La gente empezó a considerarlo una fuente de información más confiable que el boletín oficial. Surgió una falacia de autoridad: "El hombre-sándwich lo ha dicho". La gente se empezó a burlar de quienes contradecían al hombre-sándwich, considerándolos unos locos, sin importar las evidencias o los argumentos racionales que aportaran en favor de sus puntos de vista. Los jóvenes tomaban sus valores y sus objetivos en la vida del hombre-sándwich, como antaño lo hacían de los sermones religiosos o de las enseñanzas de sus mayores. Los candidatos a alcalde del pueblo contrataban al hombre-sándwich para hacer publicidad de su partido. Cuando se dieron cuenta de que el candidato que tenía al hombre-sándwich de su parte ganaba de modo invariable, acordaron compartir la publicidad del hombre-sándwich por partes iguales. Los debates en las pizarras del hombre-sándwich fueron cuidadosamente estudiados por los asesores de campaña: se dieron cuenta de que la gente tendía a votar por el candidato cuyas palabras se citaban en la pizarra delantera, más que por el que tenía la pizarra trasera. Se abstrajeron otras muchas reglas por el estilo. Cada uno buscaba sacar el mejor partido de la institución del hombre-sándwich.

El hombre-sándwich empezó a citar de modo tendencioso las palabras de los candidatos, mentía descaradamente contra los candidatos que le caían mal, ocultaba las noticias que perjudicaban a su candidato. Pero, un día, en contra de todo lo esperable, ganó el candidato que iba en contra del candidato del hombre-sándwich. El hombre-sándwich ignoró por completo el resultado de las elecciones y anunció que su candidato era el ganador. La gente del pueblo estaba muy confundida. Era gente que tenía un gran respeto por la democracia, pero contradecir lo que decía el hombre-sándwich le provocaba una gran perplejidad. Se habían acostumbrado a considerar que "la realidad" no era lo que veían con sus propios ojos, sino lo que leían en las pizarras del hombre-sándwich. Finalmente, alguien dijo:

– El resultado de las elecciones es irrelevante. Las elecciones son sólo un trámite. Lo que importa realmente es el resultado anunciado por el hombre-sándwich.

Todos estuvieron de acuerdo con él. El hombre-sándwich pasó a ser entonces la nueva forma de gobierno.

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