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-Minjeong está viendo a otra mujer.- La pelinegra soltó mientras comía del gran banquete que su amante había preparado con amor para ella.

-¿Es en serio que vamos a hablar de ella?

-Yizhuo, no entiendes.

-No, cada vez te entiendo menos y estoy cansada. Muy cansada, unnie. 

-Tal vez deberíamos dejarnos de ver. 

-Creo que es lo mejor. 

La menor no pudo observar la partida de aquella pelinegra, la maldecía por lo bajo y se maldecía a ella misma por haberse permitido amarla. 

Giselle estaba confundida, no quería dejar su romance con Ning Yizhuo, pero tampoco podía divorciarse, sus padres todo el tiempo hablaban en público de lo mucho que estaban orgullosos de ella. No quería decepcionarlos y no quería perder a Minjeong, era el ejemplo de mujer perfecta que necesitaba a su lado. 

Y la amaba. 

No de la misma forma cuando la conoció, pero aún tenía sentimientos por ella. Todos los días se recordaba el día en que se enamoraron, el primer día de novias, cuando se comprometieron y finalmente su boda. 

No comprendía como había dejado de amarla con esa intensidad. Le echaba la culpa al compromiso precoz, a hacerse directora del negocio familiar a temprana edad, a conocer a Ning Yizhuo un año atrás.

Ning Yizhuo.

Ella la comprendía perfectamente, no era nada como las mujeres de ese frío y estricto Corea. Tenía una libertad asombrosa y un cuerpo de diosa. Todo lo que Giselle pedía en una mujer, estaba en ella. 

Pero no podía amarla. Aunque ya lo hacía. 

Y entendió que era el infierno al que Minjeong se estaba refiriendo. 

¿Qué puedo hacer por ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora