Capítulo 8

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Lo primero que pienso al despertarme es en el beso de Andrew. Se escapa de mi comprensión cómo es posible que no lo haya disfrutado. Se supone que es con lo que he soñado durante años... Pero bueno, eso ahora no importa, he decidido que este tema no va a ocupar ni un segundo de mis pensamientos, así que voy a ponerlo en práctica.

Salgo de mi cabaña antes de que mis compañeras se levanten, después ya tendré tiempo de hablar con ellas, ahora solo quiero centrarme en mí misma. Hoy me siento con ganas de ser egoísta. Antes de salir he cogido "prestada" la caja donde Melisa guarda todas las cartas de cuando éramos pequeñas.

Mis pies me llevan al interior del bosque, solo se escucha el ruido de los pájaros revoloteando por mí alrededor. Las hojas se mueven por encima de mí, llevadas por el viento. Ojalá mi vida fuera tan sencilla y se basara con dejarse llevar.

Cuando estoy lo suficientemente cansada como para tomarme un descanso, me recuesto en la rugosidad de un árbol y me siento en el suelo fresco por el rocío de la noche anterior. La tranquilidad me envuelve, no puedo evitar cerrar los ojos y llenar mis pulmones con el frío aire que me envuelve. Me hace sentir impasible, renovada.

Cuando vuelvo a abrir mis ojos veo una pareja de pájaros volando a mí alrededor. Me gustaría poder capturar este momento para siempre. Así podría recordar por mucho tiempo la sensación que me envuelve, me gustaría poder guardar los recuerdos de forma que pudiera acudir a ellos de forma eficaz.

Miro a un lado, abro la caja para seguir leyendo nuestras aventuras. Antes de que pueda empezar con mi objetivo, descubro que aparte de las preciadas cartas también está la libreta que Melisa usa para anotar toda inspiración que se le viene en la cabeza. La he visto más de una vez con ella entre las manos.

La cojo, pero no para ojear entre sus cosas. Entiendo que estas páginas son sagradas para ella, es casi como meterse en la mente de alguien, así que paso de cotillear su contenido. Por otro lado, me tienta mucho arrancar uno de los muchos papeles que aún hay en blanco, no creo que mi mejor amiga lo note... Además, es para una buena causa, si no tengo mi móvil o cualquier dispositivo para congelar este momento tendré que utilizar las palabras para describirlo, aunque pueda parecer imposible.

Sé que si Melisa me estuviera viendo me gritaría: «Escribe, congela el momento con las palabras. Haz que tu imaginación vuele más allá de lo que eres capaz de ver».

Quiero poder explicarles a mis amigas lo que estoy viendo y para ello necesito recordarlo a la perfección. Aun así, no me veo capaz de ello, la escritora aquí es Melisa. ¿Yo? Yo soy la de las películas. Pese a eso, me permito navegar por mis pensamientos como si fuera un barco sin rumbo en alta mar.

Veinte pasos alejada del lago.

Treinta y cuatro pasos para llegar al campamento.

Cuarenta y nueve de distancia con Melisa.

117855000 pasos más lejos de Camille.

Diez pasos a la derecha del maravilloso lugar donde Camille y yo conocimos a Melisa. Puede que por la escasa distancia aún llegue la magia que lo envuelve. Siempre estaré agradecida por ese precioso milagro.

Siento como si hubiese vuelto a los cinco años, ese momento en que nuestros tres caminos se cruzaron para entrelazarse en uno solo. Aprendimos a caminar juntas y cada vez que nos caíamos nos ayudábamos a levantarnos. Ahora esa sensación de plenitud se esconde entre las sombras.

Me cuesta imaginar que ya hace un tiempo que eso ha cambiado. Pero en este instante puedo volver a sentí. Me permito notar el tacto de Melisa rozándome la mejilla para quitarme los restos de cualquier cosa con la que me hubiese manchado. Como hacía cuando teníamos seis años, en esa época me obsesioné con ensuciarme la cara con maquillaje al no saber ponerme bien el pintalabios. Por otra parte, también tengo la agradable sensación de los brazos de Camille envolviendo mi cuerpo. Como siempre ha hecho cuando quería tranquilizarme de mis propios horrores.

Sonrisa irónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora