Si hay algo que me gusta de los humanos es su facilidad para adaptarse a las situaciones, incluso a las más difíciles. Aunque algunos dicen que no les gustan los cambios, terminan aceptándolos. Los gatos no somos así, los cambios son un asco.
Hablando de humanos que se adaptan, mi humana es un buen ejemplo de ello. Cuando la conocí, se notaba que no estaba lista para la responsabilidad especial de tener un felino en casa, se necesitaron solo unos días para que mi territorio estuviera listo: casa para gatos, arenero, cama, estantes y uno de esos cachivaches para afilarse las uñas. En lo personal prefiero los muebles; el de la sala es perfecto, pero el del auto no tiene comparación.
A pesar de saberse adaptar rápido a mí presencia, mi humana parecía no poder adaptarse a algo en particular. Nunca había visto algo así en el refugio de dónde venía. Cada noche, religiosamente soltaba sus asquerosos mocos por toda la casa, se insultaba así misma y a veces hasta se pegaba con los cojines.
Si supiera cómo usar el chisme con el que los humanos se comunican de lejos ya hubiera llamado a su veterinario para que le diera un antirrábico. ¿Por qué llorar tanto humana, si la sardina y la leche condensada todavía existen?
En fin. En una de esas noches, en la que descansaba cómodamente en mi cama, escuché el espantoso resoplido de sus mocos despertarme de mi decimoquinto sueño del día. ¿Y ahora qué humana?
— ¿Por qué tuve que dejarlo ir? No le dije que lo quería, pero tampoco para que volara a kilómetros de distancia.
Al ver que levantaba mi cabeza y la miraba me dijo: — ¿Por qué Frida? ¿Acaso tú lo sabes?
— ¿Qué carajos voy a saber? —pregunté entre maullidos.
Por alguna razón sonrió con ternura. Al parecer era de las masoquistas, entre más duro le hablabas más le gustaba. ¿Quién la entiende?
Pensé que el espectáculo melancólico había finalizado, pero levantó su mirada hasta una espantosa tela llena de colores. Eso la hizo sollozar más. Alguna sustancia debía tener esa cosa para hacerla chillar tanto, y lo peor es que no era una sino dos las armas toxicas que la hacían llorar.
Ni Octavio, el perro ruidoso del refugio hacía tanto ruido.
Tengo un oído sensible nena, cálmate un poco.
La miré fijamente, no iba a terminar por ahora. A veces me daba un poco de pena, no crean que soy una insensible. Según Clotilde, la gata vieja de al lado, los humanos no lloran tanto a no ser que estén sufriendo. Pobre, ¿qué le habría pasado a mi humana para llorar así?
Bueno, era hora de sacar mi arma mortal. Me desenrosqué del cojín calentito y estiré mis patas, caminé hasta la cama en la que se encontraba y de un salto dificultoso me subí junto a ella (estaba subiendo de peso, ya no podía saltar tan alto). Empecé a restregarme por su espalda y luego por su cara, eso la hizo carcajear. Así estaba mejor.
Para terminar, me acerqué hasta sus manos y pasé mi cabeza junto a ellas, me tiré boca arriba y continué restregándome en el acolchado lugar. Abrí un ojo y vi que sonreía conmovida, empezó a acariciarme haciéndome ronronear mientras decía cosas empalagosas con voz chillona, según Clotilde significa que te quieren.
Y así señoras y señores, ella se calmaba y yo me relajaba.
Una victoria para todos.
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Nuestra Canción| #2 Serie Crespo
RomanceHa pasado un año desde que Phoebe Holmes hizo su elección, una elección guiada por falsas expectativas que resultó en absolutamente nada, o al menos eso es lo que ella cree. Una capacitación, un encuentro y una canción le ayudarán a enseñar aquello...