Capítulo 3| El hospital

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¿Ya había dicho que los hospitales me parecen la cosa más tétrica del mundo?

Es horrible el silencio y la monotonía que se vive en ellos, igual que las lágrimas, la desesperación y la angustia que muchos experimentan allí. Sin hablar del olor a látex, medicamentos y enfermedad.

Al día siguiente, llegué temprano a la sala de espera donde había conocido a la mujer sin nombre. Sí, aún seguía sin saberlo. Eso era poco importante, la verdad. Había regresado porque por alguna razón aquel horrible accidente me recordaba a Isabel y quería hacer por aquella mujer lo que fuera necesario.

Sin embargo, mis deseos de ayudar se vieron opacados por una de las enfermeras de recepción. No podía entrar a verla, no era su familiar.

— Buenos días —saludó una voz tranquila.

La mamá de la mujer apareció mucho más calmada que el día anterior. Al verme abrió los ojos de par en par y esbozó una sonrisa cálida.

— ¿Cómo se encuentra hoy?

— Más tranquila. ¿Pudiste descansar? Nos fuimos muy tarde de aquí.

— Algo. ¿Y usted?

— No mucho. ¿Te han dicho algo de Alain?

— No, creo que no puedo entrar por no ser familiar.

— Permíteme un momento —dijo caminando diligente hasta recepción.

Habló con la enfermera que me había denegado la entrada, unos segundos después la vi apuntando hasta mi dirección. La mujer de la recepción asintió y anotó algo en su computadora. Posteriormente, la mamá de Alain se acercó con una sonrisa apagada por su rostro pálido.

A pesar de todo, conservaba su aspecto elegante. Llevaba un blazer negro por encima de una camisa beige sencilla y unos pantalones oscuros. Le sentaban bien.

— Listo querida, puedes entrar —puso su mano en mi espalda, me encaminó hasta uno de los sofás cercanos a la sala de cuidados intensivos.

— Gracias. Creí que tendría que volver a casa.

— No me agradezcas. Yo debo agradecerte a ti, después de ayer no tienes razón aparente para regresar. ¿Por qué lo hiciste? —preguntó mirándome.

— Me recuerda a alguien —admití.

— Entiendo —me miró una vez más y luego de un suspiro, sonrió apretando los labios—. Creo que ayer no nos presentamos formalmente, soy Amelia. Amelia Jones.

— Yo soy Phoebe Holmes —acepté su mano como saludo y luego ambas sonreímos.

— ¿Te hospedas cerca de aquí?

— No mucho. Aunque no es problema llegar, hay taxis por todos lados.

— Es Nueva York después de todo. De nuevo gracias por venir.

— No es nada. Traje algo de comer, ¿le apetece?

— Me leíste la mente, no he comido absolutamente nada.

— Adelante. Traje una ensalada de frutas, avena, y para mí, café con pretzels.

— Adoro las frutas en el desayuno —tomó el paquete de frutas y comenzó a comerlo con elegancia. ¿Cómo lo hacía?

— Y a mí el café.

— Te llevarías bien con Alain, está obsesionada con la cafeína, dice que sin ella no sobrevive.

— Por fin alguien que lo entiende.

— Llega a tomarse hasta cinco tasas al día.

— La medida perfecta —cerré los ojos degustando el americano que había ordenado en una cafetería cercana a la residencia. Cuando los abrí, me encontré a la señora Amelia mirándome como si fuera un bicho raro.

Nuestra Canción| #2 Serie CrespoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora