El regreso de la semilla del mal

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"Lo triste de una traición es que no viene de tus enemigos."

—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —preguntó César, mirando a su esposa Ava con una sonrisa cálida mientras sostenía a su hija recién nacida.
—¿Cómo podría olvidarlo? —respondió Ava, sus ojos brillando con dulzura mientras miraba al fruto de su amor.

El rey observó a la pequeña Semira. Sus ojos dorados reflejaban la luz de las antorchas, y su piel suave tenía el color de la miel. En esos momentos, César no podía imaginarse una felicidad mayor.

—Ver a nuestra Semira es mi mayor alegría —dijo César, acariciando la cabecita de la niña.
—La mía también —respondió Ava, sonriendo mientras tomaba una de las pequeñas manos de la bebé.

César se inclinó para besar la frente de su hija, susurrándole palabras que eran tanto una promesa como un augurio:
—Semira, serás la reina más admirada de nuestra historia. Nadie se atreverá a ir contra ti. Eres luz y luz traerás a nuestro reino. Futura señora de las legiones fénix, el emblema de nuestra casa y nuestra fortaleza.

—Ya basta, César, o la consentirás demasiado —bromeó Ava, aunque no pudo evitar sonreír ante el amor de su esposo por su hija.

De pronto, alguien tocó la puerta con insistencia.
—¡Rey César! Disculpe mi atrevimiento, pero su hermano, el general Dark, lo llama. Está gravemente enfermo y solicita su presencia.

Las miradas de Ava y César se encontraron, ambas llenas de preocupación.

—Volveré enseguida —dijo César, dejando a Semira en los brazos de Ava y despidiéndose con un beso en su frente.
—Ten cuidado —susurró Ava, su voz teñida de inquietud mientras lo veía salir de los aposentos.

El Encuentro con Dark

El rey caminó apresuradamente hacia los aposentos de su hermano. Los guardias le abrieron las puertas, revelando una habitación tenue, iluminada solo por unas pocas velas. Dark estaba recostado en la cama, su figura parecía débil, pero había algo en su expresión que no cuadraba.

—¿Qué te ocurre, hermano? —preguntó César al acercarse, con el rostro lleno de preocupación—. ¿Te revisó el médico? ¿Qué te dijo?

Dark lo miró con ojos fríos y calculadores, aunque su voz era suave, casi quebrada.
—El médico dice que estoy al borde de la muerte... pero hay una cura. Una única cura.

César frunció el ceño, inclinándose hacia su hermano.
—Dime qué necesitas. Haré todo lo que esté en mi poder para salvarte.

Una sonrisa sombría se dibujó en el rostro de Dark.
—Es algo que tú posees, César. Pero dime, ¿me lo darías?

—Por supuesto. Te daría lo que fuera con tal de que estés sano —respondió César sin dudar, con la sinceridad propia de alguien que ama a su familia.

Dark hizo un gesto para que César se acercara más y, en un susurro, dejó caer las palabras que cambiarían el destino del imperio:
—La cura para mi mal... es tu trono.

El impacto de aquellas palabras apenas tuvo tiempo de asentarse en la mente de César antes de que sintiera el frío acero de una daga perforando su abdomen. La primera estocada fue suficiente para que su cuerpo se paralizara, pero Dark no se detuvo ahí. Una segunda y una tercera puñalada siguieron, rápidas y brutales.

César cayó de rodillas, con las manos presionando su abdomen mientras la sangre dorada se deslizaba entre sus dedos. Dark se levantó lentamente, limpiando la hoja de la daga mientras miraba a su hermano con una mezcla de desprecio y triunfo.

—Así es como siempre debió ser —dijo Dark con frialdad—. Tú arrodillado ante mí, porque ahora yo soy el rey.

César, a pesar del dolor, levantó la vista, su mirada llena de una furia contenida que parecía iluminar la habitación. Contra todo pronóstico, logró ponerse de pie, tambaleándose pero con la dignidad intacta.

—No te preguntaré por qué, Dark. Tus acciones lo dicen todo —dijo César, su voz temblorosa pero firme—. Me mentí a mí mismo cuando Baltasar me advirtió sobre ti. Pero te lo digo aquí y ahora: no has ganado.

Los ojos de César brillaron con un dorado intenso mientras una risa amarga escapaba de sus labios.
—Mi hija, Semira, será quien acabe contigo. Ella arrancará tu corazón podrido y lo entregará a los leones. Tu cuerpo será consumido por el fuego. Lo he visto, y las visiones nunca mienten.

Dark no pudo evitar reír, su voz resonó con una malicia que parecía llenar la habitación.
—Tu pequeña princesa no vivirá para cumplir tu profecía. Yo me aseguraré de que desaparezca junto con todos tus descendientes.

Con un último esfuerzo, César señaló a Dark.
—Mi alma te atormentará hasta que lo vea cumplido.

Dark inclinó la cabeza, su sonrisa torciéndose en un gesto de burla.
—Un alma más no será problema.

La Huida de Ava

Mientras tanto, Ava caminaba por el pasillo hacia los aposentos de Dark, su corazón pesado por un presentimiento oscuro. Cuando estaba a punto de llegar, las puertas se abrieron de golpe y César cayó al suelo, cubierto de sangre. Por un instante, sus miradas se encontraron, y en aquel silencio, Ava entendió todo.

"Llévate a Semira lejos. Los amo a las dos."

Con lágrimas en los ojos, Ava dio un paso atrás mientras Dark emergía de la habitación. Antes de que pudiera reaccionar, el general levantó su espada y, con un golpe brutal, decapitó a César frente a sus ojos.

Ava ahogó un grito de horror y comenzó a correr, sus piernas moviéndose como si toda su vida dependiera de ello.

—¡Mátenla y tráiganme a la princesa Semira! —gritó Dark, y los soldados se lanzaron tras ella.

Ava llegó a los aposentos reales y cerró las puertas con fuerza. Su respiración era frenética, pero su mente permaneció clara. Tomó una bolsa con oro y plata, y luego abrazó a Semira con fuerza. Su hija era la última esperanza.

Corrió hacia la estantería y tiró de un libro verde, revelando un pasadizo oculto. Con el sonido de los golpes en la puerta cada vez más cerca, Ava se adentró al pasadizo y cerró la entrada justo cuando los soldados derribaron la puerta.

Desde las sombras, Ava miró a su hija, jurando protegerla a toda costa.

"La traición ha destruido nuestra familia, pero la luz no se extinguirá mientras tú vivas, Semira."

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