Capitulo 10

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El pasillo del hospital era cegadoramente blanco. Tras tantos días de vivir a la luz de las antorchas, las lámparas de gas y la sobrenatural luz mágica, la luz fluorescente hacía que las cosas parecieran planas y anormales. Cuando Clary dio su nombre en el mostrador de recepción, advirtió que la enfermera que le entregaba la hoja de visita tenía una piel que resultaba extrañamente amarilla bajo la fuerte iluminación. "Tal vez sea un demonio", pensó Clary, devolviendo la hoja.

—La última puerta al final del pasillo —informó la enfermera, lanzándole una sonrisa amable. "O tal vez estoy enloqueciendo".

—Lo sé —respondió—. Estuve aquí ayer.

"Y el día anterior, y el día anterior a ese".

Eran las primeras horas de la tarde, y el pasillo no estaba atestado. Un anciano avanzaba arrastrando unos pies calzados con zapatillas de felpa y vestido con una bata, llevando a rastras un equipo móvil de oxígeno tras él. Dos médicos con dos batas quirúrgicas verdes sostenían sendas tazas de poliestireno, con una columna de vapor alzándose de la superficie del líquido en el aire gélido. Dentro del hospital la refrigeración estaba al máximo, aunque en el exterior el tiempo había empezado a ser por fin más otoñal.

Clary encontró la puerta del final del pasillo. Estaba abierta. Miró al interior, no deseando despertar a Luke si este dormía en la silla situada junto a la cama, tal y como lo había estado haciendo las últimas dos veces que ella había aparecido. Pero estaba en pie y consultando con un hombre alto vestido con los hábitos color pergamino de los Hermanos Silenciosos. El hombre volvió la cabeza, como percibiendo la llegada de Clary, y esta vio que se trataba del hermano Jeremiah. Cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Qué es lo que sucede?

Luke tenía aspecto agotado, con una desaliñada barba de tres días y las gafas subidas sobre la cabeza. La muchacha pudo ver el bulto de los vendajes que todavía le rodeaban la parte superior del pecho bajo la holgada camisa de franela.

—El hermano Jeremiah se iba en estos momentos —dijo.

Alzando la capucha, Jeremiah fue hacia la puerta, pero Clary le cortó el paso.

—¿Y? —le interrogó—. ¿Va a ayudar a mi madre?

Jeremiah se acercó más, y ella pudo sentir el frío que emanaba de su cuerpo, como vapor de un iceberg.

"No puedes salvar a otros hasta que te hayas salvado a ti mismo primero", dijo la voz en su mente.

—Este rollo de las galletitas de la suerte se está quedando muy pasado de moda —repuso Clary—. ¿Qué le pasa a mi madre? ¿Lo sabe? ¿Pueden ayudarla los Hermanos Silenciosos tal y como ayudaron a Alec y Scoot?

"Nosotros no ayudamos a nadie —dijo Jeremiah—. Ni tampoco es de nuestra incumbencia asistir a aquellos que se han separado voluntariamente de la Clave».

La muchacha se echó hacia atrás mientras Jeremiah pasaba junto a ella y salía al pasillo. Le contempló alejarse, mezclándose con la multitud, sin que ni una sola persona le mirara dos veces. Cuando dejó que sus propios ojos se entrecerraran, vio la reluciente aura del glamour que lo envolvía, y se preguntó qué veían ellos: ¿Otro paciente? ¿Un médico que andaba apresuradamente con una bata quirúrgica? ¿Un visitante afligido?

—Decía la verdad —dijo Luke desde detrás de ella—. Él no curó a Alec; lo hizo Magnus Bane. Sobre Scott —Luke bajo la mirada contrariado. Clary pudo ver con claridad la preocupación y resignación en sus ojos—. Nadie sabe cómo se curó. Hay rumores, pero ninguno es bueno. Y tampoco sabe qué es lo que le pasa a tu madre.

—Lo sé —replicó Clary, volviendo la cara hacia la habitación.

Se acercó a la cama con paso fatigado. Resultaba difícil conectar a la pequeña figura blanca que yacía allí recubierta por encima y por debajo por un enjambre de tubos, con su efervescente madre de cabellos llameantes. Desde luego, sus cabellos seguían siendo rojos, extendidos sobre la almohada igual que un chal de hilo cobrizo, pero su tez estaba tan pálida que a Clary le recordaba a La bella durmiente del museo de Madame Tussaud, cuyo pecho ascendía y descendía sólo porque le daba vida un mecanismo de relojería. Tomó la delgada mano de su madre y la sostuvo, tal y como había hecho el día anterior y el anterior a ese. Sentía el pulso latiendo en la muñeca de Jocelyn, firme e insistente. "Quiere despertar —pensó Clary—. Sé que quiere hacerlo".

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