Capitulo 16

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Durante el viaje en metro hasta el instituto, Clary fue incapaz de sentarse. Paseó de arriba abajo del vagón casi vacío, con los auriculares de su iPod colgándole del cuello. Solo una señora con piel arrugada, encorvaba recargando parte de su peso en su bastón que tomaba con ambas manos, la fulminaba con la mirada de vez en cuando. Isabelle no había contestado al teléfono cuando Clary le había llamado, y una sensación de irracional inquietud corroía las tripas de la muchacha. Distraídamente miraba de soslayo la fría mirada de la anciana, pero ni siquiera esa mirada conseguía aplacarla su inquietud o siquiera remplazarla con un poco de vergüenza.

Pensó en Jace en La Luna del Cazador, cubierto de sangre. Mientras mostraba los dientes gruñendo encolerizado, había parecido más un hombre lobo que un cazador de sombras encargado de proteger a los humanos y mantener a los subterráneos a raya.

Subió como una exhalación las escaleras de la parada de la calle Noventa y seis, y aminoró la marcha al aproximarse a la esquina desde donde el Instituto se veía como una enorme sombra gris. Había hecho calor en los túneles, y el sudor del cogote le cosquilleaba helado mientras recorría el agrietado camino de cemento hasta la puerta principal del Instituto. Alargó la mano hacia el descomunal tirador de la campanilla que colgaba del arquitrabe, luego vaciló.

Ella era una cazadora de sombras, ¿verdad? Tenía derecho a estar en el Instituto, igual que lo tenían los Lightwood. Con una nueva determinación, asió el picaporte intentó recordar las palabras que Jace había pronunciado.

—En el nombre del Ángel, soli...

La puerta se abrió de par en par a una oscuridad iluminada por las llamas de docenas de velas diminutas. Mientras pasaba presurosa por entre los bancos, las velas parpadearon como si se rieran de ella. Llegó al ascensor, cerró la puerta de metal a su espalda y presionó los botones con un dedo tembloroso. Deseó que su nerviosismo se calmara, ¿estaba preocupada por Jace, o simplemente preocupada por tener que ver a Jace?

El rostro de la muchacha, enmarcado por el cuello subido del abrigo, se veía muy blanco y pequeño, los ojos grandes y de un verde oscuro, los labios pálidos y mordidos. «Nada bonita», se dijo consternada, y se obligó a borrar esa idea. ¿Qué importaba el aspecto que tuviese? A Jace no le importaba. A Jace no podía importarle.

El ascensor se detuvo con un chasquido metálico, y Clary abrió la puerta. Iglesia la esperaba en el vestíbulo y la saludó con un maullido contrariado.

—¿Qué es lo que sucede, Iglesia?

La voz de la muchacha sonó anormalmente fuerte en la silenciosa estancia. Se preguntó si habría alguien en el Instituto. Quizá sólo estuviese ella. La idea le dio escalofríos.

—¿Hay alguien en casa?

El gato persa de color azul le dio la espalda y se alejó por el pasillo. Pasaron ante la sala de música y la biblioteca, ambas vacías, antes de que Iglesia doblara otra esquina y se sentara frente a una puerta cerrada. «Bien. Pues, aquí estamos», parecía indicar su expresión.

Antes de que pudiera llamar, la puerta se abrió, y apareció Isabelle de pie en el umbral, descalza y vestida con unos vaqueros y un suave suéter violeta. Se sobresaltó al ver a Clary.

—Me ha parecido oír a alguien por el pasillo, pero no pensaba que serías tú —dijo—. ¿Qué haces aquí?

Clary la miró fijamente.

—Tú me has enviado un mensaje de texto. Decías que la Inquisidora había metido a Jace en la cárcel.

—¡Clary! —Isabelle echó una rápida mirada a un lado y otro del pasillo, luego se mordió el labio—. No quería decir que debieras venir corriendo.

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