Capitulo 11

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—¿Sigues estando furioso?

Alec, recostado en la pared del ascensor, lanzó una mirada iracunda a Jace.

—No estoy furioso.

—Ah, sí lo estás.

Jace hizo un gesto acusador a Alec, luego dio un grito de dolor al sentir una fuerte punzada en el brazo. Tenía todo el cuerpo dolorido por los violentos golpes que había recibido aquella tarde al caer tres pisos a través de unos suelos de madera podrida y aterrizar sobre un montón de chatarra. Hasta tenía los dedos magullados. Alec, que hacía muy poco que había dejado las muletas que había tenido que usar tras la pelea con Abbadon, tenía un aspecto comparable a lo mal que se sentía Jace. Su ropa estaba cubierta de barro y los cabellos le colgaban en mechones lacios y sudorosos. Un largo corte le descendía por el borde de la mejilla.

—No lo estoy —insistió Alec, apretando los dientes—. Sólo porque tu dijeras que los demonios dragones estaban extintos...

—Dije que estaban extintos en su mayoría.

Alec le señaló con el dedo.

—Extintos en su mayoría —replicó con la voz temblándole de ira— es NO LO BASTANTE EXTINTOS.

—Entiendo —repuso Jace—, pues haré que cambien lo que pone en el libro de texto de demonología, de «casi extintos» a «no lo bastante extintos para Alec. el prefiere a sus monstruos realmente, realmente extintos». ¿Contento?

—Chicos, chicos —intervino Isabelle, que había estado examinándose el rostro en la pared de espejo del ascensor—. No os peleéis. —Se apartó del espejo con una sonrisa radiante—. Muy bien, hubo un poco más de acción de la que nos esperábamos, pero a mí me ha parecido divertido. Alec la miró y meneó la cabeza.

—¿Cómo te las arreglas para no mancharte nunca de barro?

Isabelle se encogió de hombros con un gesto filosófico.

—Soy pura de corazón. Repele la mugre.

Jace lanzó tal risotada que ella lo miró con cara de pocos amigos. Él agitó los dedos cubiertos de barro en su dirección. Las uñas eran medias lunas negras.

—Mugrienta por dentro y por fuera.

Isabelle estaba a punto de replicar cuando el ascensor se detuvo con un chirrido de frenos.

—Ya es hora de hacer que arreglen esto —comentó mientras abría violentamente la puerta. Jace salió tras ella al vestíbulo, con ganas ya de desprenderse de la armadura y las armas y darse una ducha caliente. Había convencido a los chicos para que salieran de caza con él, a pesar de que ninguno de ellos se sentía totalmente a gusto saliendo solo ahora que Hodge ya no estaba allí para darles instrucciones. Pero Jace había deseado la inconsciencia de la lucha, la dura diversión de matar y la distracción de las heridas. Alec e Isabelle fueron los únicos que lo habían acompañado, arrastrándose por mugrientos túneles de metro abandonados hasta que encontraron al demonio dragonidae y lo mataron. Los tres trabajando juntos en perfecta sincronía, como siempre lo habían hecho. Fue raro para ellos hacer una misión en la que Scoot y Kaley no estuvieran. Alesandra era nueva, por lo que no había nada que extrañar o sentir incomodidad.

Jace se bajó la cremallera de la cazadora, se la sacó y la colgó de uno de los ganchos de la pared. Alec se había sentado en un banco bajo de madera junto a él, y estaba quitándose las botas cubiertas de barro mientras tarareaba desafinando por lo bajo para hacer saber a Jace que en realidad no estaba tan molesto. Isabelle se quitaba las horquillas de la larga melena oscura, dejándola caer.

—Estoy hambrienta —dijo—. Ojalá mamá estuviera aquí para cocinarnos algo.

—Es mejor que no esté —repuso Jace mientras se desabrochaba el cinturón de las armas—. Ya nos estaría chillando por cómo hemos dejado de sucias las alfombras.

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