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HOLA, éste es el buzón de voz de Henry Cavill. Si aún es octubre, estoy fuera del país por trabajo. Si no es octubre, no tengo ni idea de dónde estoy, así que deja tu nombre, número de teléfono y un mensaje, y te llamaré en cuanto vuelva a Londres. Gracias.

Las mellizas de seis años Carrie y Mary Cavill estaban sentadas en el suelo, riendo, mientras escuchaban la voz de su querido tío Henry.

—Hola, tío Henry—gritó Carrie, inclinándose hacia el micrófono del teléfono que habían arrastrado desde el pasillo hasta su habitación.

Las niñas habían decidido dejar el teléfono en el suelo en medio de las dos para que ambas pudieran hablar.

—Somos yo, Carrie.

Rápidamente le pasó el teléfono a su hermana.

—Y yo, Mary.

Mary habló un poco más alto que su hermana, como consideraba que era su derecho, ya que era la mayor de las dos gemelas.

—Dijiste que podíamos llamarte —dijo Carrie, frunciendo el ceño.

La niña estaba con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la cama, mientras su hermana y ella se pasaban de una a otra el teléfono.

—Que te llamáramos cuando quisiéramos —le corrigió Mary—. Y por eso te llamamos.

— ¿Vendrás a casa para el Día de Acción de Gra­cias? —preguntó Carrie.

—Porque hace mucho, mucho, mucho que no te vemos —añadió Mary con un suspiro, a modo de explicación.

—Sí, tío Henry, mucho, mucho, mucho. Y te echamos de menos.

—Mucho.

—A las dos se nos han caído los dientes de delante.

— Sí, y a las dos nos han puesto estrellas plateadas en el examen de ortografía.

—La abuela va a clases de tango con el señor Rizzo, el vecino.

—Y mamá tiene un novio —añadió Carrie—. Se llama señor Beardsley, y es el subdirector del colegio.

—Sí, pero todos los niños lo llaman señor Malbicho, porque parece un bicho —terminó Mary con una risita—. Tiene los labios tan gordos que parece que lleva dos perritos calientes pegados delante de la cara.

Ahora le tocó el turno a Carrie, que se echó a reír, y continuó la descripción de su hermana.

—Sí, tío Henry, es verdad, y tiene las cejas tan peludas que parece que tiene arañas por la frente. Sobre todo cuando se enfurruña.

—Y con nosotras se enfurruña muchas veces. Sobre todo cuando no están mamá ni la abuela.

— Sí, tío Henry —dijo Carrie, estirando el brazo para alcanzar una muñeca de la cama y abrazarla como si fuera una tabla de salvación —. Y cuando el señor Malbicho nos mira tan enfadado, se le ponen los ojos como platos detrás de esas gafas que lle­va...

—Y por eso los niños lo llaman señor Malbicho —terminó Mary, desplomándose en el suelo en un ataque de risa.

—Me parece que no le caemos nada de bien — dijo Carrie, mirando a su hermana, que asintió con la cabeza.

—Pero no importa, porque a nosotras él nos cae fatal.

Mary cruzó los brazos delante del pecho y miró a su hermana, buscando su confirmación.

— ¿A qué sí?

—Ya lo creo. Fatal —confirmó Carrie, gesticulando con la cabeza—. Da mucho miedo, tío Henry.

—Sí, tío Henry, mucho, mucho miedo. Y una vez, hasta gritó a Carrie.

—Sí, tío Henry, me gritó muy fuerte. Porque le di a su coche con la pelota de voleibol —Carrie miró a su hermana y se estremeció una vez más al recordar la reprimenda del subdirector del colegio—. Fue sin querer. De verdad. No lo hice queriendo —añadió, con vehemencia.

—A nosotras no nos gusta nada, pero a mamá sí. La abuela te manda saludos y nos ha dicho que te digamos que es posible que el señor Malbicho sea el definitivo. No sabemos a qué se refiere, pero seguro que no es nada bueno. ¿A ti qué te parece? Llámanos algún día, tío Henry, para ver si vas a venir a vernos el Día de Acción de Gracias —terminó Mary—. Adiós, tío Henry, te queremos mucho.

— Sí, tío Henry, te queremos mucho. Llámanos.

Una semana después, frunciendo el ceño y sujetando un vaso de agua con la mano, Henry Cavill pasó por encima de las maletas aún cerradas para po­ner el contestador automático y escuchar los mensa­jes.

En cuanto escuchó las voces de las gemelas sonrió y dejó caer su cansado cuerpo en su sillón preferido.

Como corresponsal de guerra y reportero gráfico, había estado en Iraq durante casi dos meses haciendo fotos para una revista de ámbito nacional. Después, el mes anterior se había visto obligado a permanecer en un hospital recuperándose de varias heridas de bala. No había hablado ni visto a las niñas desde antes de salir de Londres. Y hasta que no escuchó sus voces no se dio cuenta de lo mucho que las había echado de menos.

Y a su madre, Emma, la dulce y encantadora Emma.

Pasándose una mano por la barba incipiente, Henry bebió un sorbo del vaso de agua que llevaba en la mano y dejó que las voces de las niñas apartaran de su mente el recuerdo de Emma.

Había estado medio enamorado de ella desde que él y su hermano gemelo Ethan la vieron por primera vez hacía casi diez años. Pero él supo inmediatamente que Emma era una mujer que deseaba raíces y estabilidad, un hogar y una familia. Emma quería el tipo de seguridad y estabilidad que él, por su estilo de vida y por su profesión, no le podía dar.

Por eso, Henry había enterrado sus sentimientos y se había echado a un lado, adoptando el papel de hermano mayor indulgente y protector y dejando el camino libre a su hermano gemelo, Ethan, que se casó con Emma menos de un año después.

Pero su hermano había muerto, hacía casi tres años, dejando a Emma viuda y a las niñas huérfanas, una situación que ninguno de ellos había considerado jamás.

Tras la muerte de Ethan, Henry no se lo pensó dos veces y fue a Bradford a ayudar a Emma, por supuesto; pero como temía no ser capaz de controlar y ocultar los sentimientos que sentía por ella, unos sentimientos que nada tenían que ver con el hecho de que Emma fuera la viuda de su hermano, Henry tomó la decisión de alejarse de ella y se fue, no queriendo añadir más problemas ni sufrimiento a una situación que ya era bastante difícil para Emma.

Desde entonces, sólo había ido a verla de vez en cuando, y nunca por temporadas largas, nunca más de unos pocos días, por temor a ser incapaz de ocultar el amor que sentía por ella.

Además, sus sentimientos se entremezclaban con remordimientos y sentimientos de culpabilidad, y con el hecho de que la relación entre ellos dos nunca ha­bía sido fácil.

Pero si el mensaje de las niñas era cierto y la abuela no se equivocaba, parecía que Emma había superado su dolor y estaba lista para enamorarse de nuevo e incluso volverse a casar.

La idea le hizo fruncir el ceño.

Quizá, pensó, había llegado por fin el momento de reclamar lo que era suyo. Suyo por derecho. La imagen de las gemelas se presentó claramente ante sus ojos y una oleada de calor llenó su corazón. Sí, decidió, ya era hora. Ya era hora de cambiar la actitud que siempre había adoptado con Emma.

Cuando los dos hermanos conocieron a la joven, Henry decidió hacerse a un lado y dejar el camino libre a su hermano Ethan. Más tarde cuando nacieron las gemelas, Henry se hizo a un lado de nuevo; esta vez lo hizo por su hermano y por las niñas.

Cuando supo que su hermano era estéril y accedió a convertirse en donante de semen, jamás imaginó que algún día su hermano moriría, y que un desconocido podía convertirse en el nuevo padre de sus queridas hijas.

Así que, si Emma Cavill creía que ahora él se iba hacer a un lado otra vez y dejar que un desconocido se convirtiera en el padre de sus queridas hijas biológicas, esta vez Emma Cavill estaba muy equivocaba. 

Suyas por DerechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora