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—¿Y dónde vamos a ir ahora, tío Henry? —preguntó Marie, dando un buen mordisco a la hamburguesa.

Henry sacó la lista que había escrito del bolsillo de atrás del pantalón.

—Veamos, hemos ido a la floristería, al almacén de construcción,...

—Tío Henry, ¿qué vas a hacer con todos los listones de madera que has encargado? —preguntó Carrie, metiéndose una patata frita en la boca.

—Vamos a construirles un cuarto de juegos.

Los ojos de Carrie se abrieron como platos.

— ¿De verdad? —dijo la niña con incredulidad.

—De verdad. Pero antes —explicó Henry echando un vistazo al reloj—, tenemos que limpiar bien el sótano. ¿Creen que puedan echarme una mano?

Carrie y Marie intercambiaron una mirada.

—Sí, tío Henry —dijo Marie, hablando por las dos.

—Te queremos ayudar —añadió Carrie.

—Pero no lo podemos hacer todo en un día —advirtió Henry—. Tardaremos varias semanas de trabajo duro después del colegio.

—No nos importa, tío Henry, somos buenas trabajadoras —aseguró Carrie.

—Bien.

Henry continuó repasando la lista. Desde la conversación de la noche anterior con Emma, había una idea que no dejaba de rondarle por la cabeza, pero antes tenía que hablarlo con las niñas.

—Niñas, ¿saben si su madre usa alguna vez el otro garaje que hay en la parte posterior de la casa?

— ¿Te refieres a ese edificio que antes se usaba para caballos o carruajes o algo así? —preguntó Marie.

— Sí, ése que no nos dejan ir nunca —añadió Carrie.

—Ese mismo—dijo Henry, con un asentimiento de cabeza.

El edificio para carruajes se había construido hacía muchos años, en la época en que aún no había coches, y no lo utilizaba nadie. Henry sabía que Ethan y Emma alguna vez habían pensado en convertirlo en un taller, pero nadie había hecho nada y todavía continuaba vacío.

La noche anterior, tumbado en la cama del cuarto de invitados y sin poder dormir, Henry se levantó y se acercó a la ventana. Al ver el edificio desocupado, se le ocurrió la idea.

—No, no lo usamos para nada —dijo Marie con la boca llena de patatas fritas.

Henry sonrió, y bebió un sorbo de refresco.

—Tío Henry —empezó Carrie despacio—. Marie y yo queríamos pedirte una cosa.

Henry miró a las dos niñas y se dio cuenta de que era algo importante, así que se metió la lista en el bolsillo y les prestó toda su atención.

—Claro, cielo —dijo—. ¿De qué se trata?

—Veras, el fin de semana que viene es Halloween, y nos gustaría... hemos pensado que tú podrías llevarnos al festival del colegio.

—Sí, tío Henry —continuó Marie—. Es el viernes por la noche, y mamá normalmente está muy cansada para llevarnos.

—Y, además... —empezó Carrie, intercambiando una mirada con su hermana. Una mirada que decía más que mil palabras—. El señor Malbicho ha invitado a mamá a la fiesta porque es en el colegio, y él es el organizador, pero nosotras no queremos ir con él. ¿Podemos ir contigo? ¿Por favor? ¿Por favor? ¿Por favor?

—Preferimos quedarnos en casa antes de ir con él —aseguró Marie en tono desafiante, cruzando los brazos delante del pecho.

Carrie asintió con la cabeza.

Henry se acomodó en el banco, abrió los brazos y rodeó con ellos los hombros de las dos niñas. Ya se ocuparía de la cita de Emma con Beardsley más tarde, pensó. En ese momento lo más importante era tranquilizar a las niñas.

—En primer lugar, las llevaré donde quieran ir, siempre y cuando tengan el permiso de su madre. Y en segundo lugar, con el señor Beardsley no tienen que ir absolutamente a ningún sitio que no quieran, ¿entendido?

Viendo la expresión preocupada de Carrie, Henry se dio cuenta de que la niña estaba asustada otra vez, y maldijo a Beardsley para sus adentros.

—Niñas, escúchenme con atención. Si el señor Beardsley quiere llevarlas a algún sitio, o hacer algo con ustedes que no quieran, sólo le tienen que decir «muchas gracias, señor Beardsley, pero vamos a ir con nuestro tío Henry».

— ¿Y si se enfada con nosotras, tío Henry? —susurró Carrie, presa de pánico—. A mí siempre me riñe por todo.

El instinto de protección que sentía Henry hacia las niñas no tenía límites, y si el subdirector del colegio no dejaba de asustarlas, iba a tener con él algo más que palabras. Estaba harto de aquel hombre. Y sabía, después de hablar con Emma la noche anterior, que seguramente también tenía a la pobre Emma medio arrinconada. A fin de cuentas era su jefe, y probablemente tuviera la potestad para despedirla. Pero ¿por qué no lo había sospechado antes?

Además, Emma apenas tenía experiencia con los hombres, excepto con él y su hermano. Siempre, incluso cuando era una joven estudiante, Emma había sido una persona seria que sabía lo que quería de la vida, y eso no era precisamente salir con un montón de hombres.

¿Cómo podía esperar él que Emma viera al imbécil de Beardsley por lo que realmente era? ¿O qué se diera cuenta de que sólo le estaba enseñando la parte de él que quería dejarle ver? Quizá era el momento de enseñarle a Emma quién era el verdadero Beardsley, pensó Henry.

No, decidió pensándolo mejor. Probablemente sería mucho más acertado dejar que fuera el mismo Beardsley quién revelará su verdadera personalidad. Eso sí, bajo la atenta vigilancia de Henry.

—Niñas, mientras el tío Henry esté vivo, nunca se tendrán que preocupar por nada, ¿entendido? —dijo, alzando primero la barbilla de Marie y después la de Carrie.

—Entendido, tío Henry —dijo Marie, echándole los brazos al cuello.

—Te queremos, tío Henry —añadió Carrie, imitando a su hermana.

—Y yo las quiero a las dos. Un montón. Pero no quiero que vuelvan a preocuparse por ese señor Beardsley. Les prometo que yo me ocuparé de él. Si todo va bien, creo que no volverá a salir con su madre. 


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