II

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Bebé por encargo: Manual de la cigueña para futuros padres primerizos.

Capítulo dos.

Nunca dudes de la cigueña, ella siempre actúa correctamente.  



Noviembre 18. 5th Park Slope – Brooklyn NY.

Horas antes de la desgracia.

—Ahora corta las zanahorias.

—¿Las grandes o las pequeñas?

—Las grandes.

—¿En círculos o en cubos?

—En cubos. —Natasha resopló.

—¿Pero de izquierda a derecha o de derecha a izquierda?

—¡¿A quién le importa?! ¡Solo corta las malditas zanahorias!

Tratar de mantenerse en línea con Steve colocando el móvil entre la mejilla y el hombro, de pie en la acera buscando sus escurridizas llaves en su desordenado bolso, era una tarea de alto riesgo. Una de dos; o se le congelaba el trasero o un vagabundo acabaría robándole.

—Esto sería más fácil si vinieras a ayudarme.— bufó hastiado.

—¿Me vas a pagar?

—Con mi amistad. ¿No es suficiente?

—No, no me sirve de mucho. — ella rió una vez dentro de su apartamento.

—Eso si fue cruel.

—Es una broma, Steve, son como las cuatro treinta; aun tienes tiempo de prepararlo todo. No es tan difícil. Solo ve algún canal de YouTube y procura no quemar nada.

—Debí tomar el consejo de Clint y comprar la cena, luego desaparecer las evidencias y fingir que fueron mis habilidades culinarias.

—Eso te habría delatado al instante, sin ofender, pero tu cocina es casi tan buena como la de la esposa de Tony.

—¡Auch! No te voy a contradecir, aunque me ofende muchísimo. Aún recuerdo la cena de cumpleaños de Tony, presiento que ese puerco no era puerco.

—Una suerte que luego comprara Shawarma. Oye, debo colgar un momento, será rápido, debo alimentar a Louis. Toma un descanso y no olvides apagar la estufa mientras tanto, no querrás llamar a los bomberos.

Natasha fue directo a la cocina donde Louis la estaba esperando, listo para restregar su abultada cola contra ella. Mientras llenaba el tazón, la puerta volvió a oírse, entonces Louis maulló, pero de frustración cuando su tazón quedó por la mitad.

Esta vez Natasha se aseguró de observar por la mirilla, sintió algo de pánico al pensar que podría ser su madre; si era el caso, se negaba a atender. Cuando acercó su ojo curioso, el cuerpo se le escarapeló aún más que con su idea inicial. Wanda estaba de pie, sonriente e insistente golpeando su puerta mientras cargaba al pequeño Elliot en el canguro. Y eso le puso los nervios de punta.

«¡Era lunes, por lo que más quiera!».

—¡Sé que estás ahí dentro, abre ya!—canturreó Wanda.

Natasha tragó pesado, no porque Wanda le desagradara, sino que el pequeño Elliot tenía la mala costumbre de perturbar su paz en el peor momento. Era un niño adorable; físicamente idéntico a su madre, una lástima que heredara la personalidad de su padre. James era un bromista de primera y daba la casualidad que ella fue su víctima durante toda la nefasta secundaria. A ese paso nunca lo olvidaría.

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