VII

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Bebé por encargo: Manual de la cigüeña para futuros padres primerizos.

Capítulo Siete.

Puede que te hayas equivocado en algún paso. ¡No te desesperes! Puedes retroceder al momento exacto donde te equivocaste y enmendar el error. Es así de sencillo.

Diciembre 13. 5th Park Slope – Brooklyn NY.

—¡Steve!

—¡¿Qué?! ¡¿Cuándo?! ¡¿Dónde?! ¡Yo no ensucié la alfombra, fue Louis!

Steve se llevó una mano al pecho por la impresión, pero luego se relajó al comprobar que Natasha no se había movido de su lado. De hecho, hubiera agradecido si lo hacía, gritaba como un maldito general del ejército. Sería una suerte si no destrozó sus tímpanos.

De hecho, adentró el índice en su oreja solo para comprobarlo.

—Ugh, me babeaste el hombro.—dijo ella, sintiendo la humedad en la camiseta de su pijama.

—Buenos días a ti también. —Steve le disparó rayos láser a través de sus ojos, Natasha simplemente rodó los suyos.

—Bueno, no te despertabas cuando te removí hace un rato.

—¿Y el motivo es?

Él volvió a ponerse cómodo, tomando la manta que cayó al suelo durante algún momento de la noche y un cojín felpudo de un extremo del sofá.

Louis soltó un maullido de queja y le plantó las garras sobre su brazo. Steve agradeció que fuese el brazo y no el rostro, condenado gato.

—¿El trabajo? ¿Se nos hace tarde? Incluso Elliot se ha despertado ya y...—Natasha bufó dejándose ir contra el respaldo del sofá como un bulto cualquiera—. Elliot ha despertado ya y es su último día en casa...

Meditó. Steve la imitó al instante como si la realidad los hubiera chocado y Elliot...Elliot simplemente se mantuvo expectante, sentado sobre la alfombra, con la curiosidad brillando en sus ojos.

De pronto sus cuidadores traían caras largas y la sensación dentro de ellos era como llevar un peso pesado en el corazón.

A los pocos minutos se decidieron a continuar. No era posible detener lo inevitable, James y Wanda llegarían por Elliot en cualquier momento, así que Natasha se acercó a él y lo cargó con cuidado. Luego, lo contempló un momento. Sus ojos verdes se entrecerraron hasta lograr parecerse a dos finar líneas, como si intentara buscar en lo profundo de la pequeña cabecita de Elliot o ver a través de él.

Lo que encontró, fue gratitud.

Exhaló un suspiro del que ni siquiera ella misma se dio cuenta.

Elliot era, simplemente, un niño radiante. Y no es como si en ese momento las ganas desesperantes de tener uno, un Elliot, el suyo propio, la embargaran...Solo era una sensación cálida en el pecho, como cuando se tiene fiebre y el cuerpo entra en ebullición aunque una persona apenas y lo percibe mientras está refugiado bajo un montón de cobijas. Al menos era lo que la madre de Steve le contó que hacía...una vez. En una larga charla sobre cólicos y colocar pañales y...

En fin.

Natasha atribuyó todo ese revoltijo, náuseas incluidas, a que no había desayunado aún...

—¡Carajo, el desayuno! Steve, sostenlo.

Steve estaba seguro de que se había perdido de algo, algo importante; pero Natasha le estaba dando la espalda hace cinco segundos y su cabeza apenas podía sostener un solo pensamiento a la vez.

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