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subí al borde de la ventana, se encontraba abierta porque mi mamá cree que me gustaría salir un rato a pasear. me senté ahí como pude, no había mucho espacio y hasta podría ser incómodo, si hablamos de la perspectiva de los otros gatos, esos que son muy gordos; como ese que tiene mi tía (la que vive con nosotros en esta casa).

cerré lentamente los ojos mientras escuchaba el canto de los pajaritos en el jardín. los abrí poco después de tomar algunas respiraciones relajantes; con cautela busqué a las pequeñas aves entre los brazos del árbol que está frente a la ventana.

eran azules, ¡qué bonitos! caminan dando brinquitos mientras hacen pequeños movimientos con sus alas. capto de reojo más movimiento en el árbol continúo, pajaritos color café, ¡ay diosito! son como 20 de esos.

o quizás no, parecen muchos o puede ser que solo hacen demasiado ruido, caminan muy rápido y con gracia sobre el mismo árbol o se pasan al otro volando.

aún se siente frío el aire de la mañana, aunque el sol tenga varias horas que salió detrás de los cerros. no sé porque a mi mamá le tocó vivir en esta parte, como si no hubiera muchos otros lugares más cálidos.

interrumpe mi reflexión sobre el clima el ruido que hacen los perros de las vecinas al pasar por nuestro patio. ¿qué hacen aquí? son enormes, ¡pueden hacerme daño! y no veo a nadie frenarles ni correrlos de nuestra propiedad. ¿qué diablos? ¿están persiguiendo una ardilla? ¡pero si es de mi tamaño! ¡ay no! ¿y si también me quieren perseguir? ¿qué hago? ¿dónde está mi mamá cuando la necesito? volteo a ver dentro de la habitación y no parece estar cerca o notar a las bestias sueltas en el jardín.

pues será que tendré que cuidarme sola, otra vez. cuándo empecé a correr hacia dentro con claras intenciones de subir al closet mi
mamá casi me pisa. ¿de dónde salió? volteó rápidamente y noto que está cerrando la puerta de a lado de la ventana, debió estar en su arenero privado.

–¡cuidado loca! casi te piso, ¿qué sucede, por que corres?– luego ve por la ventana y nota a los perros que me dan más miedo que todo lo que hay afuera, tras la ventana y más allá de la escalera que me colocó para no complicarme las cosas si decidía salir. después, procede a cargarme en sus brazos y acunarme en ellos contra su pecho, mientras la escucho gritarles que vuelvan a su casa siento mi corazoncito latiendo muy rápido. –no pasa nada, pedacito. ya se fueron y estás a salvo.

me coloca con cuidado en la cama y saca manguitos deshidratados de su bolsillo. no puedo evitar verla con desagrado, ¿cómo le gustan esas cosas naranjas y asquerosamente dulces? detesto a esta mujer a partes iguales de cuánto la aprecio.

Historias cortas y otras no tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora