Capítulo 10.

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La habitación se volvía negra cuando mi cuerpo dolía, ya habían entrado unas diez veces a verme, limpiarme y darme pastillas para el dolor, los guardias emanaban ésta feromona rara de culpa, los entendía, ellos tampoco podían hacer nada para ayudarme, pero aún así los maldecía por no ayudarnos.

Ya no recuerdo cuantos clientes llegaron, habíamos estado una semana así, yo no he salido de la habitación porque no he podido moverme, y tampoco he sabido nada de los chicos.

Tengo mucho miedo, quiero que Minho me abrace y me diga que todo estará bien, que me bese la frente.

Tocaron la puerta; sólo pude cerrar mis ojos.

–Chico, el jefe quiere verlos a todos en un rato, te ayudaré a bañarte. –dijo una sirvienta amablemente. Su tacto en mi piel se sintió tranquilizador.

–Gracias... –fue lo único que pude decir, no había estado comiendo ni tomando agua, me sentía débil, la garganta me dolía, el cuerpo también. Sentí que mi piel ya no era mi piel.

–Ay, muchachito. –cuando entramos al baño, pude ver qué la sirvienta era ya una señora mayor, de unos, quizá, cuarenta y tanto de edad. Sus ojos lucían tristes ante lo que veía.

–No se preocupe –me costaba un poco hablar. Comencé a desvertirme, y la señora sólo trataba de evitar que me cayera.

No hubo más palabras, la señora talló mi cuerpo con cuidado de no lastimar mis heridas, puso vendaje, puso alcohol, puso algo para desinflamar, y me puso un curita en la frente. Ya no me sentía tan cansado, pero sí adolorido.

Cuando salí de la habitación, pude ver cómo todos salían cojeando, haciendo muecas de dolor, con moretes, e inclusive a otros los cargaban, me sentía con ganas de vomitar. Jamás habíamos estado tan mal. Aunque esté sea un prostíbulo, nunca nos vimos tan mal. Quería salir corriendo.

Nos sentamos todos; estaba buscando con la mirada a Han y Jeongin, sabía que estaban aquí, pero no sabía dónde.

–Hola a todos. –dice el presidente. –La razón por la que los traje aquí fue para decirles que gracias a sus servicios logramos recaudar mucho dinero, sigan trabajando así y serán un poco más libres. Hoy descansarán, siendo que varios terminaron muy lesionados me tomé la libertad de darles dos días de descanso, luego volverán a su rutina de siempre.

Se escucharon muchos susurros y suspiros de alivio, yo quería llorar.

–En el transcurso de la semana que viene estarán llegando más sirvientas, que los ayudarán en su cuidado y limpieza, al igual que la seguridad incrementará. Es todo lo que les quiero informar, ahora se pueden largar.

La cafetería se vació más rápido de lo que imaginé, por fin podría ver a los chicos, quería saber cómo estaban.

La sirvienta me ayudó hasta llegar a casa.

–Gracias, señorita –le dije cuando estaba en la entrada de mi casa, tratando de darle mi mejor sonrisa. Ella sólo asintió y se retiró.

Los chicos ya estaban ahí. Nos vimos y empezamos a llorar. Han era el que más lloraba, y Jeongin sólo trataba de soportar el dolor, pues su rostro tenía varios moretones.

–No saben lo mucho que los extrañé –decía Han besándonos las mejillas.

Lloramos todo el día, no podíamos hacer nada más. Nuestras manos estaban unidas; al igual que nosotros. Curamos nuestras heridas y limpiamos nuestro cuerpo, dándole más cuidado al pequeño cuerpo de Jeongin. No dijimos nada, solo dormimos profundamente, era lo único que pedía nuestro cuerpo.

Me desperté por dolores de cabeza en la madrugada, y bajé por agua sin hacer ruido. Me sentía mareado, podría caerme en cualquier momento.

Caí encima de algo. Mejor dicho: caí en los brazos de alguien.

Sweet Omega / 2MinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora