Capítulo 14.

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Y ahí estaba, con la doctora, me habían hecho varios estudios porque mi salud iba bajando.

—Señor, Lee. —la doctora se sentó en su silla. —Su salud está bien, lo que me hace deducir que usted está enlazado.

—¿Enlazado? —dije, eso era imposible. No lo he marcado, ni ha sido anudado.

—Sí, esto pasa cuando usted y otra persona se vinculan emocionalmente, ya sea en un momento vulnerable para ambos o para su omega. —carraspeó. —Y lo que usted tiene es que está sintiendo lo que siente su omega.

—¿Él se siente así? —miré mis manos, él estaba agotado y enfermo.

—Por el momento ustedes sólo perciben las emociones fuertes, luego podrá percibir cualquier emoción, y después el vínculo crecerá hasta tal punto que podrán saber que piensan, pero eso siempre depende de la relación que hay. Que no haya mordida, no significa nada.

—¿Entonces qué sentido tiene la mordida? —pronuncio apenas levemente.

—Señor Lee, la mordida es sólo una forma de hacer eso rápido, y es un vínculo que se crea, estar enlazados es un vínculo que nace y va creciendo. —la doctora era amable. —Por ejemplo, una gallina nacida de otra gallina no es lo mismo que una gallina nacida a base de organismos creados en un laboratorio, tienen el mismo funcionamiento, pero la gallina crecida en laboratorio es más propensa a tener fallas. Es lo mismo, su vinculo es difícil de romper, aún si otro alfa mordiera a tu lobo, el vínculo ahí seguiría.

La charla siguió, y lo entendí, el amor que le tenía a Seungmin se salía de mis manos, nació sin darme cuenta y fue creciendo.

Incluso yo ya sabía que me gustaba cuando él todavía no me conocía.

Haberlo visto indefenso en aquel invierno, con su bufanda rosa, creo que fue ahí donde empezó todo.

—¡Oye, tu! —unos chicos estaban molestando a otro aún más pequeño.

—¿Quieren jugar conmigo? —el menor les ofreció una bola de nieve.

Hace frío, y los alfas empiezan a tirarle bolas de nieve sin importarles que su ropa se moje, niños estúpidos.

—¡Dejen de molestar! —salí corriendo hacia donde ellos, rugiendo.

Sus caras lucieron sorprendidas antes de desaparecer; podría tener apenas diez años, pero mi manifestación de alfa llegó a muy temprana edad, a los siete ya podía usar mi voz, aunque fuera un poco débil.

—¿Tu quieres jugar conmigo? —el menor tomó mi mochila de la cinta, haciendo que mis ojos se pongan en él.

—Hola. —fue lo único que pude decir, quedé mudo. Era un lindo niño, con mejillas rosadas, su olor era peculiar, como si estuviera en una canasta de frutas, olía a mandarina, manzana, melón, plátano, podía oler todo un cóctel, era muy dulce y suave su olor, sus ojos eran redondos y grandes, y sus manos muy pequeñas.

—¿Estás bien? —puso sus manos en mis mejillas. —¿Te hicieron daño también? —su voz era dulce.

—Lo siento. —dije tomando sus manos entre las mías. —Ahorita no puedo jugar, quizá mañana. —sonreí.

—¿Mañana? ¿Lo prometes? —dice aún con sus manos en mis mejillas.

Asiento: —¿vives por aquí cerca? Te puedo llevar. —la cara de este niño es tierna.

—Sí. Vamos. —toma mi mano y tira de mí, haciendo que caminemos colina arriba. Por aquí siempre paso y jamás lo había visto, jamás olvidaría a una persona como él.

Sweet Omega / 2MinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora