Capítulo tres: El Abismo Astral

41 4 1
                                    

Varias manadas de criaturas mágicas rodeaban a las hadas. Estos eran más conocidos como los Shaiskots, los cuales fueron encerrados hace quinientos años y al parecer aún continuaban vivos sedientos de sangre dulce.

—¿Qué hacemos Selfya? —preguntó observando hacia todos los lados.

—No tengo idea —respondió girándose lentamente hacia todos los lados en sentido contrario al de Ácrux.

Selfya observó hacia arriba, descubriendo que se encontraban en el fondo de una cueva en forma de espiral. Según sus conocimientos sobre el Abismo Astral, este era el centro del peligro, donde las criaturas más peligrosas habitaban. En este caso, se trataba de los Shaiskots, los más grandes y poderosos. A pesar de no tener visión, su sentido del olfato y el oído eran muy desarrollados, sin dejar de mencionar sus grandes garras y colmillos que sobresalían de su gran boca. Lo único que podía detenerlos era su ama, el hada más poderosa de la oscuridad. Su poder oscuro era demasiado poderoso y temido; por esa razón había sido desterrada a dicho lugar hace miles de años, lo cual ha simbolizado una eternidad profunda y sombría.

Los Shaiskots que se encontraban en una de las partes más altas de la espiral saltaron hacia el centro donde se encontraban las hadas, el espacio entre ambos se hacía cada vez más pequeño, lo cual comenzaba a causar preocupación en estos ya que la marca de Ácrux comenzaba a activarse.

—¿Estás bien? —preguntó Selfya observando su marca la cual estaba quemándolo.

—Sí, no duele mucho —miró rápidamente hacia su derecha—. ¡Cuidado!

—¡AAA! —Selfya gritó al instante que sintió como un colmillo hería su brazo.

—¡Selfya! —Ácrux intentó acercarse rápidamente a ella; pero un Shaiskot intervino golpeándolo contra la pared de rocas.

El impacto fue tan fuerte que cayó inconsciente por unos segundos. Mientras Ácrux intentaba recuperarse del golpe, las criaturas se dirigían lentamente hacia Selfya, la cual intentaba ignorar el dolor y la sangre que corría por su brazo. Esta se levantó y caminó hacia atrás hasta que chocó contra la pared de rocas. A la izquierda había un tronco en el suelo; lo levantó e intentó luchar contra los dos Shaiskots que tenía al frente. Pero esto no resultó como esperaba, ya que cuando intentó dar el primer golpe, uno le lastimó el otro brazo y cayó rápidamente al suelo derramando mucha sangre.

—ILLUMINAM ILLUMINAM SIRI, ILLUCIS ME ET DA MEA VIRTUTEM —susurró más de tres veces; pero era imposible desde ese sitio establecer su conexión con Sirio.

Los Shaiskots se acercaron rápidamente hacia el hada; uno de estos la levantó enterrando un colmillo en su ropa logrando lastimarle el cuello. El grito de dolor que Selfya transmitía por toda la cueva hacía que estos anhelaran más su sangre, provocando que abrieran rápidamente sus bocas para tragársela viva. El hada cerró los ojos rápidamente y se encogió; esta sentía que su vida iba a acabar y de la peor manera.

—¡Apártense de ella! —dijo Ácrux captando la atención de las criaturas.

El hada cayó al suelo rápidamente. Cuando abrió los ojos, pudo observar como la marca de Ácrux brillaba intensamente. Sus ojos se habían tornado a naranja, como la luz que esparcía la estrella Helvetios por todo el planeta. En sus brazos se habían tatuado unas líneas doradas muy brillantes, lo cual provocaba que él completamente brillara.

Los Shaiskots se habían acostado en el suelo alrededor de Selfya. Esta se levantó y miró hacia arriba; algo lleno de oscuridad bajaba desde lo más alto de la espiral. Mientras más se acercaba, más fría era la temperatura. El hada colocó sus manos en sus heridas, y la sangre se había secado en cuestiones de segundos.

PEGASIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora