Cambio de perspectiva,

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La nueva esperanza que había germinado en mi corazón, un amor naciente y delicado, se elevaba en altitud con gran ventura. Si comparamos esta evolución con la frágil relación que mantenía con mi madre, habría de notarse un marcado contraste. Mi vínculo con ella había sido desoladoramente estático, mientras que mi nueva conexión amorosa florecía y se expandía. Desde aquella charla llena de engaños que precedió a la revelación de la verdad, este nuevo romance había escalado a alturas inimaginables, vislumbrando la posibilidad de amor sincero.

Nuestra relación anterior, caracterizada más por la amistad que por el intenso y lujurioso desenfreno sexual que la seguía, apenas rozaba los límites de la camaradería. Este grado de proximidad lo habíamos logrado a través de innumerables horas de estudio. Ella se había convertido en mi primera y verdadera amiga, y esta relación marcó el inicio de una serie de experiencias inéditas para mí. Quizás esta es la razón por la que me conmovía profundamente observar las relaciones ajenas, al experimentar una dinámica completamente distinta a la nuestra. En ocasiones, incluso anhelaba cerrar los ojos y evocar su sonrisa, recordar la manera en que me miraba, trascendiendo el simple placer sexual que mi presencia le provocaba.

Cada vez que ingresaba a su residencia, principalmente por razones académicas, encontraba asiento en la sala. Y en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba envuelto en una escena donde ella estaba encima de mí, desplegando una mirada intensamente lasciva. Esta imagen casi obligaba a la consumación del acto. Nuestros encuentros se caracterizaban por horas y horas de apasionado amor, entrecortados por breves descansos antes de volver a caer en el ardor del momento. Todo cesaba cuando ella pronunciaba la frase "es suficiente". En ese instante, yo me tendía exhausto y un tanto desilusionado, pero, antes de que pudiera siquiera exhalar, ella ya estaba sentada, desnuda y fumando, en una silla frente a la ventana cuyas cortinas jamás había visto abiertas.

Sin embargo, el primer encuentro que tuvimos en su residencia fue completamente distinto. Al principio, fuimos solo una profesora y su estudiante, centrados en el estudio. No obstante, cierto día, en medio de una lección programada, la encontré en un estado ebrio. Aunque intentó disimularlo, el fuerte aroma a alcohol que la rodeaba revelaba su verdadera condición. La sostuve con suavidad y la acompañé hasta el sillón, donde finalmente dejó caer su fachada de sobriedad. Fue en ese momento que compartió conmigo su historia de decepción amorosa, y por primera vez, me confesó el nombre del hombre que había ocupado su corazón durante años, mucho antes de mudarse a Corea del Sur. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras me relataba su fracaso en darle un hijo al amor de su vida, trayendo a mi memoria el día en que compartió conmigo sobre su aborto y mi intento de suicidio.

Lloró sobre mi hombro durante largo tiempo, hasta que, sin previo aviso, su voz adquirió un tono de cariño, impropio para una estudiante, y me robó un beso en la mejilla. Aunque lo atribuí a su estado de embriaguez, esa acción dejó un eco en mi mente. Después de narrar su historia, hubo un silencio quebrado por sus palabras: "Eres realmente guapo, desearía que fueras mayor". Aquellas palabras resonaron en mi mente mientras sostenía mi aliento. Apresuradamente, intenté abandonar el departamento, pero fui detenido por la profesora. Un beso, pequeño al principio, marcó el comienzo de algo completamente nuevo. Estábamos junto a la puerta, entregándonos a la pasión. Fue mi primer beso.

Pocos días después, nuestra relación adoptó una dinámica que ninguno de los dos habíamos anticipado. Aunque podría haberse requerido una conversación o aclaración, simplemente dejamos que la corriente nos arrastrara. Pronto llegó el día de nuestra primera vez juntos. Tras la intensa experiencia, caí dormido. Cuando desperté, la encontré sonriente junto a la ventana, fumando con serenidad. Esa sonrisa, que apenas volvería a ver unas pocas veces, se quedó grabada en mi mente. Aunque recibí algunas palabras tiernas y advertencias, lamento no haber anticipado lo que el futuro tenía reservado.

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