Perspectiva descubierta

23 3 0
                                    

Allen Miller hizo su entrada con gran aplomo, atravesando la puerta principal junto a mi padre y marcando así nuestro primer encuentro. Sin embargo, la impresión que dejó no se limitó a un mero destello; más bien, su impacto pareció calar profundamente. De manera sorprendentemente rápida, se adaptó al entorno, y sus ojos encontraron directamente los míos, como si hubiera captado un chispeo de curiosidad en mi interior. Mientras hacía esto, su rostro se iluminó con una sonrisa deslumbrante y cautivadora que parecía irradiar encanto por doquier.

Con una gracia innegable, Allen Miller saludó a mi madre, cuya respuesta estaba teñida de inquietud y, quizás, un toque de temor, lo cual noté por el sutil temblor en su mano, que estaba enlazada con la mía. Después de ese breve intercambio, Allen se inclinó con elegancia, extendiendo su mano hacia el suelo para saludarme. Su rostro seguía iluminado por una felicidad evidente.

"Hola, mi nombre es Allen Miller. ¿Y tú, cómo te llamas?", me dijo con una sonrisa.

En ese momento, una sensación de incertidumbre me invadió. Opté por mantenerme en silencio, esperando que mi madre tomara la iniciativa, pero ella, al igual que yo, se limitó a esperar la respuesta de mi padre.

Siempre solía abrazar la timidez en situaciones como esa, pero en ese día particular, me encontré paralizado por la visión de su elegancia y su aura magnética. No era solo yo quien experimentaba esta fascinación; mi madre también parecía haber quedado inmovilizada de una manera singular ante la presencia de ese joven. Luego de dejarlos a solas en la sala, mi madre y yo nos retiramos precipitadamente a mi habitación, como si huyéramos de algo. Una vez que cerramos la puerta tras nosotros, nos recostamos y cruzamos miradas. Fue entonces cuando, en un susurro, mi madre rompió el silencio: "Este chico es increíblemente hermoso".

La miré y me respondió con una sonrisa, "pero no más que tú". Mientras compartíamos una bolsa familiar de papas fritas, me pregunté en silencio: ¿Yo?

Al cabo de un tiempo, me acerqué a mi escritorio y comencé a esbozar algunos dibujos apenas visibles para los demás debido a la ligereza de mis trazos. Estaba tan concentrado en mi obra que no noté que mi madre se había quedado dormida en mi cama. Con valentía y sin inhibiciones, me aventuré a salir de mi habitación y me dirigí a la escalera, desde donde observé a mi padre y al joven, que estaban inmersos en una conversación tan alegre que me daba miedo intervenir o hacer cualquier movimiento fuera de ese rincón. Inspirado por la alegría que irradiaba ese joven, continué añadiendo detalles a mi dibujo mientras lo observaba. A pesar de mi juventud y mi habilidad aún en desarrollo, me sentí feliz en esos momentos. Había logrado capturar algo del encanto único de esa persona, un encanto que recordaba al de una celebridad, pero no cualquiera, sino uno que tenía un aura casi etérea.

El papel y el lápiz finalmente se me escaparon de las manos, y su caída al suelo resonó ligeramente. De manera paradójica, el ruido no llamó su atención ni perturbó su conversación.

Su influencia, a pesar de la distancia emocional que parecía mantener, tenía la capacidad de resonar en lo más profundo de mi ser, generando un temblor que recorría cada fibra de mi ser ansioso. Con un simple desvío de su mirada de los trazos que mi padre delineaba sobre la mesa, sus ojos se encontraron con los míos, desencadenando un escalofrío profundo en mi pequeño y expectante ser.

Permanecí en ese estado de abstracción durante un tiempo considerable hasta que mi madre emergió de su breve siesta. Sus ojos se posaron brevemente en mí antes de que me tomara en sus brazos con un gesto cariñoso y dubitativo. Pronto nos dirigimos hacia un paseo improvisado. Antes de salir, emitió una explicación breve que apenas arrojó algo de luz sobre nuestra extraña salida de la casa.

Deseaba escuchar su opinión sobre mi dibujo mientras ella manejaba y yo ocupaba el asiento trasero, pero el ceño fruncido que noté en su rostro a través del espejo retrovisor me disuadió de hacerlo. Parecía que su accesibilidad estaba directamente relacionada con su estado de ánimo, y en ese momento, no parecía propicio. Sin embargo, reuní el valor suficiente para preguntar, aunque fui ignorado mientras ella descansaba la cabeza sobre las manos apoyadas en la mesa.

InfluenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora