Alerta apreciable

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El día siguiente transcurrió con una sorprendente normalidad hasta las 4:00 de la tarde, cuando dos visitas inesperadas se presentaron prácticamente al mismo tiempo. La primera en atravesar la puerta de mi habitación fue mi madre, seguida de cerca por mi padre, creando un tenso escenario. La ironía de la situación era que había planeado salir y pasar un rato agradable con Choi Yeonjun.

Mi madre, siendo la primera en entrar, al avistar a mi padre a solo metros de distancia, dejó escapar un bufido de desaprobación y decidió optar por ignorarlo por completo. Por su parte, mi padre, tan caballeroso como siempre, se retiró tras saludarnos a ambos. Fui el único que le respondió.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó mi madre con indignación mientras se acomodaba en la silla junto a mi cama. Tras quitarse el abrigo y colgarlo en el respaldo de la silla, cruzó las piernas con elegancia y me fulminó con una mirada indignada.

—No lo sé, ¿tal vez visitando a su hijo? —respondí con un toque de sarcasmo.

—Si hubiera sabido, no habría venido.

—Por supuesto, era la respuesta esperada viniendo de ti. No puedo decir que no estaba preparado para ello —murmuré mientras me cubría con las cálidas mantas. Desde mi refugio temporal, inquirí con curiosidad latente—. Es inusual verte aquí después de tantos años, especialmente considerando que no es la primera vez que las puertas de un hospital me reciben. ¿Qué te trae a este lugar?

Repentinamente, ella emitió un grito teatral, una sobreactuación que llenó la habitación.

—¡Pero qué cruel eres! —exclamó, dejando en claro su dramatismo—. Sí, extremadamente cruel. Realmente te pareces a tu padre. Soy tu madre, ¿sabes?

Mis ojos se abrieron de par en par, y saqué la cabeza de las mantas, confundido. Definitivamente era mi madre. Ella notó mi sorpresa y agregó con un dejo de tristeza—: Él tampoco respondía a mis llamadas.

—¿Es eso todo? ¿No tienes nada más que decir? ¿Algún reclamo, quizás? —pregunté, rodando los ojos, pero luego los cerré y volví a abrirlos, dirigiéndole una mirada triste y cansada—. Después de tantos años, ¿ahora te das cuenta de lo que tu hijo necesita?

—Eso no es justo —me respondió. Se levantó, suspiró y, tras unos momentos de duda, volvió a sentarse, aunque esta vez no con la misma comodidad, sin cruzar las piernas—. Vine a verte a pesar de tu padre. Podrías mostrar un poco de simpatía.

—Está bien —acepté su presencia.

Durante su estancia conmigo, mi cuerpo permaneció prácticamente inmóvil, como si estuviera atrapado en un hechizo que me impedía alejarme de su compañía. Era una sensación que creía haber dejado atrás junto con mis recuerdos de la niñez y mis pensamientos sobre ella. No obstante, su presencia parecía sacudir mi estabilidad emocional, algo que había sido frágil cuando ella estaba cerca.

Cuando se despidió, mi instinto me hizo desear aferrarme a ella, retenerla de alguna manera que me permitiera disfrutar un poco más de su compañía. Era como si mis recuerdos de niño y la imagen de una familia feliz que alguna vez había deseado se entrelazaran en ese momento, creando una ilusión que seguía persiguiéndome incluso en la adultez.

Apenas se marchó, mi padre entró con regalos en las manos. Su visita fue breve, como era la costumbre. Hizo las mismas preguntas de siempre y luego se retiró, dejándome solo con la efímera ilusión de una familia feliz que había estado en mi mente desde la infancia, una ilusión que, incluso después de todos estos años, seguía siendo esquiva y escurridiza.

Me despedí de mi padre y unos minutos después, salí al jardín, el lugar y la hora acordada para encontrarme con Choi Yeonjun. Llegué un poco tarde, pero él aún estaba sentado en la misma banca donde nos encontramos por primera vez en el hospital.

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