Apreciación al momento

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—Vamos, sígueme —susurró ella, una invitación en su voz que me arrastró hacia adelante. El interior del edificio nos envolvía, sumergiéndome en una especie de mundo paralelo. Sin resistir, la seguí, sintiendo cómo mis pasos resonaban en el suelo ante la inminente aventura que me aguardaba.

Aunque por un instante una sombra de duda cruzó mi mente, la imagen de una seductora secuestradora fue despejada casi de inmediato por el halo de emoción que me rodeaba. Mis inquietudes se disiparon, dejando espacio para las insinuaciones tentadoras que se deslizaban entre nuestras palabras. Me encontraba cautivo, como si me hubieran enredado en un juego peligrosamente emocionante, y cada paso me llevaba más adentro de su telaraña.

—¿Cuántos años tienes? —su pregunta flotó en el aire, y me sentí momentáneamente desorientado al mirarla directamente.

Frente a su mirada directa, mis palabras parecían entrelazarse en mi garganta, como si mis cuerdas vocales fueran instrumentos de percusión atrapados en un compás complejo. Mis manos se enlazaron instintivamente, y un atisbo de arrepentimiento fugaz se instaló en mi interior. Tomé una pausa, un breve respiro antes de responder con cierta inseguridad: "Soy mayor".

Su respuesta no fue de sorpresa ni de escepticismo. Más bien, un destello juguetón iluminó sus ojos, como si el número en sí mismo no tuviera demasiada importancia. Subimos en el ascensor hasta el décimo piso, dejando que el zumbido del aparato nos envolviera como un velo de anticipación. Una vez fuera, avanzamos hacia el número de su apartamento, y mi corazón latía al ritmo de mis expectativas y nerviosismo.

El umbral de su apartamento finalmente se abrió para nosotros, y el interior reveló una atmósfera íntima y cálida. Como si estuviera tejiendo una trama con sus gestos, ella sacó una botella y la abrió con una destreza que me recordó a un ritual. Sus ojos permanecieron fijos en mí, evaluándome en silencio mientras sostenía la botella y las copas en sus manos. Una pausa incierta pareció estirarse en el tiempo antes de que ella finalmente se levantara sin explicación, como si hubiera llegado a una conclusión propia.

—Parece que tienes un gran interés en mí —murmuró, extendiéndome una copa con vino en la mano, una ofrenda cargada de insinuación.

"Bastante", mi respuesta brotó de mis labios, y bebí el vino con una mezcla de curiosidad y emoción. Sus palabras eran como un seductor desafío que no podía resistir, y no lo intenté. ¿Acaso temía beber algo de una desconocida? Su pregunta parecía un juego entre nosotros, un intercambio de provocaciones y deseo apenas contenido. Bebí sin la menor vacilación, y su observación no pasó desapercibida.

—¿No tienes miedo de beber algo de una extraña? —intervino, arrebatando la copa de mi mano con una mezcla de nerviosismo y diversión. "Debes estar bastante desesperado", añadió, dejando que su risa fluyera en el aire, como una melodía encantadora que avivaba aún más la tensión entre nosotros.

—"Y usted", respondí, sintiendo cómo las palabras salían de mi boca sin pensar demasiado. "No parece tener miedo".

No había titubeo en sus movimientos, como si la incertidumbre fuera una emoción que ella había dejado atrás hace tiempo. Su mirada se clavó en mí, desafiante y cautivadora al mismo tiempo. Mi respuesta, aunque cargada de nerviosismo, había despertado su curiosidad, y esa chispa de interés brilló en sus ojos.

—No lo creo —dijo, vertiendo más vino en mi copa, la gota a punto de rebasar el borde como un guiño travieso —. Aunque no puedo estar segura.

Mis emociones estaban en un torbellino, un vaivén entre el nerviosismo y la excitación. Sentía como si estuviera en un juego de seducción, una danza de palabras y miradas que se entrelazaban con la promesa de algo más. Sin embargo, ella parecía tener la sartén por el mango, manejando la situación con una confianza que me dejaba sin aliento.

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