siete.

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chiara

El domingo pasó súper lento. No tenía nada que hacer más que estar encerrada en mi habitación ignorando todas mis responsabilidades, y a mis familiares. No comí nada en todo el día con el fin de no verle la cara a mi papá, por lo que a las dos de la mañana, en cuanto escuché silencio absoluto en toda la casa, bajé a la cocina en busca de algo que me saque el hambre.

Obviamente no había nada. Terminé agarrando una speed chica que tenía meses en el fondo de la heladera y el último cigarrillo sabor sandía que me quedaba. Cené eso en la ventana de mi cuarto y me quedé dormida cerca de las cuatro de la mañana.

Por suerte la noche anterior nadie me pidió explicaciones que no quería dar. Mi hermano me pasó a buscar por la plaza y solo me preguntó si estaba bien; no sabía si esperaraba más, la verdad. Nunca fue el hermano mayor que me hubiera encantado tener. No era atento, ni celoso, ni me ayudaba con las tareas del colegio.

Tal vez quiénes sí tienen hermanos mayores que son cuidas y protectores se quejan, pero a mí me hubiese encantado. Me hubiese hecho sentir un poco más querida. El único momento en el que se acercó fue el primer mes después de que mamá falleció, después pasó a ser igual que siempre.

Pero lo agradezco, así me ahorro muchísimas situaciones por las que no quiero pasar.

Hoy, lunes, me desperté casi tarde. No tan temprano como me hubiera gustado para poder hacer toda mi rutina de mañana con serenidad, pero lo suficiente como para poder hacer todo (bastante apurada) y llegar a horario al colegio.

No veo la hora de que sean las vacaciones de invierno para poder dormir hasta el mediodía sin que nadie me diga nada.

La clase de matemática en las primeras dos horas de la mañana se me hace eterna. Jugando al ta te ti con Manu la misma se hace un poco más amena, pero realmente estoy a punto de quedarme dormida. Una vez más un ta te ti que no tiene ganador y la irónica voz de la profesora me distrae.

—¡Pero buenas noches, gente! ¿No quieren un café? ¿Mate? ¿Bizcochitos?

En la puerta, están Sofía y Valentín, llegando los dos casi una hora tarde. Ignorando los comentarios sarcásticos de la profesora, entran y se sientan en su lugar; adelante nuestro. Ambos en manga corta como si estuviesemos en pleno verano a las cuatro de la tarde, mientras que yo tengo una térmica, dos buzos, el camperón y la ruana y sigo cagada de frío.

Sofía saca los útiles de la mochila como si realmente fuese a hacer algo, y se da media vuelta para quedar de frente con nosotros, con una sonrisa enorme.

Ayer a eso de las doce del mediodía me mandó mil mensajes diciéndome que había salido y como siempre no le dio bola la celular hasta que llegó a la casa, pero que se quedó dormida al toque, y por eso no me atendió la llamada. Le dije que no pasaba nada, que otro día le contaba.

—¿Qué pasó que andás tan contenta? —le pregunta Manu— ¿Llegaste al orgasmo?

Sofía lo mira mal.

—Eso no te incumbe —ahora me mira a mí y su sonrisa se amplía mucho más—. No sabés —afirma. Frunzo el ceño.

—No, no sé.

Rueda los ojos y se acerca más a mí emocionada. Me hace acercarme como para contarme un secreto. Me acomodo la ruana en el cuello y acerco mi oreja, para que me diga lo más rápido posible.

—¿Viste Santino? —emito el típico ruido de afirmación sin hablar, es uno de los chicos del grupo; blanco teta, rubio, ojos azules, petiso. No muy lindo a mi parecer. Me hace acordar mucho a los vampiros de las series malísimas que ve todo el mundo.— Me lo comí, y ahora estamos hablando.

Se aleja de mí con la mejor cara de felicidad que le ví en mi vida. Le sonrío.

—Bien ahí.

—Eu, secretos en reunión es de mala educación —habla el ojiazul, girando su cuerpo hacia nosotros, con su muy habitual tono despreocupado. Inconscientemente lo miro, con miedo de que diga algo. Aunque me doy cuenta de que hace como si nada hubiera pasado.

—¿Qué te metes? —ataca Sofía, dándose la vuelta para mirar al frente.

Lo veo observar mi cachetes derecho y después levantarme una ceja, para terminar dándose media vuelta igual que su compañera de banco. Hoy a la mañana tapé todo lo que pude con maquillaje, y quedó bastante bien, siempre y cuando los demás no se acerquen demasiado, claro.

Lo que no hice fue traer su buzo. La verdad es que no tuve tiempo de lavarlo, y no me gusta devolver ropa prestada sin haberla lavado. No voy a negar que ayer lo tuve puesto bastante tiempo, por lo que definitivamente con más razón lo tengo que lavar.

De todas formas no niego (pero tampoco afirmo) que una de las razones por las que lo tuve puesto tanto tiempo fue el olor impregnado en el mismo. El buzo es negro con un estampado grande y blanco en la espalda, no sé bien qué es pero es bastante fachero. Y creo que gracias al perfume que desprendía la prenda de ropa, ahora se lo siento a él como si se lo estuviera poniendo en este momento.

Creo que debería hacerle saber el porqué no le traje su abrigo. Pero muchas ganas de que Sofía y Manuel se enteren de que en mi placard hay ropa suya no tengo. Eso también me hace pensar en cómo pienso devolvérselo, me daría muchísima vergüenza hacerlo frente a mis amigos. Seguramente me atormentarían con preguntas que no tengo ganas de responder, pero que tampoco quiero que sean malinterpretadas.

Suspiro y recuesto mi cabeza sobre la mesa usando mi cartuchera como almohada, desbloqueando mi celular. Decido que lo mejor será mandarle un mensaje, así nadie se entera de nada y nuevamente vamos a poder hacer como si esto nunca hubiera pasado y volveríamos a ser únicamente compañeros casi amigos, o amigos de nuestros amigos.

Empiezo con un mensaje que no implique nada por si Sofía tiene su celular. Precaución ante todo.

valentín

eu

Lo miro y lleva su vista hacia abajo. Joya, él tiene el celular. Sigo con lo mío mientras lo veo escribir.

valentín

eu

?

no t traje el buzo pq no lo lave
perdon pero no tuve tiempo ayer
no es q estuve haciendo muchas cosas
pero igual
no importa eso
queres q dsp t lo lleve a tu casa?
mañana seguro asi se seca

ok

Me autocacheteo cuando me doy cuenta de que empecé a escribir mil mensajes que eran innecesarios. Solo dos de esos eran suficientes. Su respuesta me desconcierta un poco, pero por otro lado agradezco que no se haya opuesto o algo. Capaz ya no me banca y solo quiere su buzo de una vez por todas.

Pego un salto en mi lugar del susto cuando escucho mi apellido en un grito.

—¡Rossi! —la profesora, obviamente—. Guarde ese celular, siéntese bien y saque la carpeta. Se hubiera quedado en su casa si quería estar acostada con el teléfono.

cry baby ; wosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora