nueve.

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chiara

La joda en homenaje al cumpleaños de un flaco al que no conozco ni de vista no estuvo tan mal como pensé que iba a estar, pero tampoco puedo decir que la pasé súper bien.

La música estaba buena al principio pero después se hizo muy repetitiva, absolutamente todos mis amigos me dejaron sola ni bien entramos; los veía de vez en cuando por ahí, pero no me acercaba, todos estaban demasiado bien acompañados. Excepto Manu, él se quedó conmigo hasta que Cande se lo llevó con una excusa que por la música no escuché. Lo único bueno fueron el alcohol y los cigarrillos, creo.

Ahora estoy sentada en el cordón de la vereda, con un pucho en la mano, esperando a alguien que tenga ganas de acompañarme a mi casa, o por lo menos a que sea de día para poder ir sola, en caso de que nadie sea tan amable.

Haber llevado el buzo fue la mejor decisión que tomé. No me cagué de calor ni de frío, estaba cómoda. Lo voy a empezar a implementar más seguido.

Suelto el humo del cigarrillo mientras siento la presencia de alguien sentándose al lado mío. Lo miro de reojo y le extiendo el mismo, ofreciéndole la última calada. El ojiazul lo agarra suavemente y se lo lleva a la boca.

Dejo de mirarlo casi automáticamente, de repente sintiendo vergüenza de mí misma. Para ser una persona que hasta hace unas semanas era tan solo un integrante del grupo al que nunca le había dado mucha bola, ya me había visto muy vulnerable. Demasiado, a mí parecer.

Yo sé que él se dio cuenta de que algo pasó en la casa de Candela, no es tarado. Al contrario, es muy inteligente. También sé que, siempre que se acerca a mí, quiere sacar el tema de esa noche, pero nunca lo hace. Por respeto, tal vez, pero algo me dice que ese respeto se está perdiendo.

Cuando siento su mirada en mi perfil vuelvo a girar el rostro para observarlo. Su semblante es serio, como siempre, pero hay algo nuevo en su mirada. Tal vez sea atrevimiento, tal vez cuestionamiento, no estoy segura. Pero de lo que sí estoy segura, es de que el silencio ya no es una opción, por más de que no sea completamente decisión mía que deje de serlo.

—No estás bien.

Lo escucho hablar mientras pruebo un encendedor azul que encontré tirado en el piso, evitando el contacto visual por completo. En su voz se nota que previamente tomó bastante alcohol, ya que habla con un esfuerzo notorio. Inconscientemente suelto el suspiro de una risa, no me parece una conclusión a la que un adolescente drogado y borracho pueda llegar, sin embargo, no volteo a verlo ni contesto.

No porque quiera que él siga hablando, sino porque realmente no sé cómo contestarle. Puedo decirle que flashó un montón y que estoy perfecta, pero hay algo en mi garganta que me impide decirlo. Me bloquea.

Pasamos segundos, seguramente minutos, en silencio. Ya no siento su mirada sobre mí, pero sí su presencia, sé que sigue al lado mío. Mi pulgar llega a doler después de tanto jugar con el encendedor, por lo que termino dejándolo nuevamente en el piso.

Una vez que mis manos están vacías y ya no tengo nada con qué distraerme, no sé qué hacer. En cualquier otra ocasión sacaría el celular y me pondría a pelotudear, con la finalidad de no tener que verle la cara y probablemente contestar su previa afirmación.

El amanecer empieza a hacerse presente lentamente, formando una luz hermosa. Para no mirar al castaño miro el cielo. El color rosa abarca la gran mayoría del mismo, y me hace sonreír con nostalgia. Mi mamá amaba el color rosa, siempre dijo que era un color que la hacía sentir jóven.

Segundos después siento el típico ruido que hace el celular cuando sacas una foto, por lo que me doy vuelta para mirar a Valentín, y lo encuentro sonriendo y sacándole una foto a los inusuales colores que se forman encima nuestro. Guarda el celular en el bolsillo delantero de su pantalón negro y me mira.

—Te acompaño a tu casa.

Nos levantamos y empezamos a caminar. Me pongo la capucha del buzo y meto las manos en el bolsillo del mismo. Hay viento.

Después de varios minutos caminando en silencio, hablo. No sé por qué, no sé qué me impulsó a hacerlo, no sé si debería hacerlo. Solo sé que el chico que está a mi lado se merece una explicación digna después del lado de mi vida que vio.

Probablemete no sea el mejor momento o lugar, pero es cuando el efecto del alcohol me hace perder un poco el miedo a hablar.

—Fue mi papá.

No dice nada. No digo nada. No lo miro. Sé que él sí me mira. Entiende de qué hablo. Suspiro y cruzo mis brazos sobre mi pecho.

—Pero no estoy enojada con él. Está lastimado, no sabe cómo actuar.

—Que una persona esté herida sentimentalmente no significa que pueda herir a los demás. No es un justificativo.

—Pero todos hacemos eso —lo miro solo un segundo, después vuelvo mi vista hacia el frente—. Cuando estamos enojados tratamos mal a los demás sin justificación, cuando estamos tristes también lo hacemos.

—No es lo mismo.

Eso es todo lo que opina. Que no es lo mismo. ¿Por qué no es lo mismo? Quiero preguntarle, pero no sé si quiero escuchar la respuesta. Decido seguir.

—Muchas veces pienso que esta es la vida que me merezco, porque no fuí buena en el pasado. Pero ya no lo aguanto —inconscientemente comienzo a sincerarme demasiado—. Que mi mamá haya muerto el día de mi cumpleaños fue suficiente karma, juro que aprendí de todo lo que hice mal. Pero probablemente se trate de una especie de castigo eterno por haber sido mala persona; tener que aguantar comentarios desagradables sobre mi cuerpo, tener que aguantar a mi papá gritándome a mí por sus problemas en el trabajo como si fuesen culpa mía, tener que cargar con todo yo porque a mi hermano le importa muy poco y casi nunca está en casa, tener que aguantar las ganas de vomitar cuando...

Cierro la boca de golpe cuando me doy cuenta de lo que estoy por decir y veo la esquina de mi casa acercarse. Mis ojos húmedos no hacen más que incomodarme, odio que me vean llorar. Y juro que lo intento, juro que pongo absolutamente todo de mí para no hacerlo, pero mi respiración agitada no ayuda, el nudo en mi garganta tampoco, y, sin quererlo, rompo en llanto.

Tengo que taparme la cara con las manos porque es realmente vergonzoso. Tuvimos que frenar la caminata porque es imposible caminar en este estado. Me apoyo contra una pared y sin pensar en lo vulnerable que voy a quedar, me arrastro hasta quedar sentada en el piso, con las rodillas en el pecho y los codos apoyados en las mismas.

cry baby ; wosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora