trece.

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chiara

El viento fuerte hace que mi pelo se descontrole por completo, obligándome a arreglarlo con mi mano y, acto seguido, ponerme la capucha del buzo que tengo puesto.

Me levanto del banco ubicado en la plaza, frente a la fuente de agua, cuando veo a un morocho turrito, vestido con un jogging, una visera adidas que hacen juego y una rompe vientos espantosa, acercarse a mí.

Él no es feo, al contrario. Lo único que le podría llegar a criticar es lo villero que es. Pero dejando eso de lado, bastante lindo es el wachin.

—Hola, princesa —me saluda, dándome un beso en la boca.

Le sonrío y le devuelvo el saludo.

No, no es mi novio.

—Acá tenés lo que me pediste —saca de su bolsillo una bolsa bastante grande y me la pasa.

Guardo la bolsita marrón en el bolsillo de mi buzo y le vuelvo a sonreír.

—Gracias Teo.

—Lo que sea por la reina del barrio —contesta, haciéndome soltar una carcajada—. Me encantaría acompañarte pero tengo un encargo en una horita, ¿no te enojas?

Niego con la cabeza.

—Obvio que no —vuelvo a acomodar mi capucha cuando, por culpa del viento, la misma se cae—. Otro día, no te preocupes.

—Bueno bombona, después contame qué onda.

—Sí, sí, tranqui —me acerco para darle otro beso—. ¿Nos vemos a la noche al final?

Me mira y lleva una mano a su pecho, ofendido.

—¿Pensás que dejaría tirada a semejante belleza? —me río nerviosa y miro para otro lado, sonríe—. Tipo una y media, te paso a buscar.

Asiento con la cabeza mientras sonrío.

—Dale, dale.

Se da media vuelta y se va por donde vino, dejándome sola en la plaza. No hay mucha gente ya que los pocos juegos que habían los sacaron, así que ahora es simplemente un parque con bancos.

Vuelvo a sentarme donde estaba minutos antes y saco mi celular. Entro a telegram y confirmo la dirección pactada para el punto de encuentro desde mi cuenta, obviamente, falsa. No es muy lejos por suerte.

De mi mochila saco distintas bolsitas transparentes y, con lo que me trajo Mateo, comienzo a armar los diferentes pedidos e identificarlos.

Una vez tengo todo listo, le aviso al primer cliente que estoy yendo, y arranco a caminar. En aproximadamente quince minutos llego y busco con la mirada a alguien vestido con un buzo verde, tal y como me describió.

Una vez que lo veo me acerco. Me reconoce al instante y saca del bolsillo un fajo de guita doblado con una gomita elástica.

Arrancamos a caminar para que sea menos sospechoso y me da la plata. Lo cuento y me doy cuenta de que me dio de más, pero cierro el orto y le entrego su respectiva bolsita.

Nos separamos y me dirijo hacia el próximo destino, también avisándole al cliente.

Honestamente no sé qué tanto me gusta hacer esto, pero sí sé que, por lo menos, me da plata. Y me distrae del mundo real.

Aunque hay veces que me veo haciendo esto y no puedo entender en qué me convertí en un plazo de tan solo dos semanas.

Hace dos semanas que no piso el colegio. Hace dos semanas que no veo a mis amigos. Hace dos semanas que la única relación que mantengo es con Manu, con quien hablo muy seguido por whatsapp.

Nadie sabe lo que estoy haciendo igual. Y prefiero que así se mantenga.

Recibí uno que otro mensaje de Sofía y Candela, no le respondí a ninguna de las dos. A Sofía me dio un poco de cosa no responderle, ella no me hizo nada directamente, pero pensar que estuvo de acuerdo con lo que Candela propuso me hizo abstenerme de responderle, porque si lo hacía no iba a terminar bien. Y Candela creo que es muy obvio porqué no le respondí, ¿no?

De todas maneras ninguna se esforzó mucho, al primer mensaje que no respondí dejaron de insistir. Pero hay alguien que sí insiste.

Recibo mensajes suyos no muy seguido, pero definitivamente, en estas dos semanas, más de siete notificaciones con el nombre del ojiazul aparecieron en mi pantalla de bloqueo. Tampoco respondí.

Me sentí traicionada por él, por más de que no haya sido así. Le confié cosas que nadie más que Sofia sabía, lloré en frente suyo más de una vez, me castigaron por su culpa, sentí un mínimo de preocupación por su parte. Pero aparentemente fue todo una mentira, porque él tampoco nunca rechazó la estúpida idea de Candela.

Tal vez solo me hice falsas ideas, tal vez él solo quería sacarme información, hacerse el que me psicoanalizaba y que sabía todo de mí para que yo caiga sobre sus pies.

No voy a mentir, lo logró. Pero se acabó.

Llego a mi destino y busco con la mirada a algún muchacho vestido con una campera de jean negra. Cuando lo encuentro, cierro los ojos, resignada. Lo conozco.

Suspiro y comienzo a caminar en su dirección. No quiero, pero no puedo hacer otra cosa. Primero porque necesito la plata, segundo porque si llego a perder un pedido así Mateo me mata.

Me paro al lado suyo y me mira sorprendido.

—¡Chiara! ¿Qué hacés por acá? —pregunta confundido. Lo miro subiendo una ceja.

—Tengo lo tuyo, Alexis.

Frunce el ceño un momento, hasta que le cae la ficha y abre los ojos sorprendido.

—Pero, ¿qué? ¿cómo?

—No es tan difícil Alexis. Dame la plata así te doy la gilada y esto nunca pasó.

Empieza a buscar plata en los bolsillos de su jean y me la da. Mientras la cuento habla.

—No sabía que vendías...

—No lo hacía.

Respondo cortante porque, honestamente, no es un tema del que me gustaría hablar con él. Se queda callado unos segundos, hasta que vuelve a cuestionarme.

—¿Por qué no estás yendo al colegio? —lo miro de reojo una vez que termino de contar la guita y me la guardo.

—Porque no tengo ganas.

Le doy lo que pidió y me doy media vuelta para seguir con mi trabajo.

Yo solo espero que no se corra el rumor de que ando vendiendo por todo el colegio.

Un deseo muy iluso de mi parte, ¿no?

cry baby ; wosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora