Left me and the ocean for your old flame
Holding back my tears I coulnd't made you stay
Can't quit this, so damn wicked to leave
California and me.
California and me -Laufey
Si tendría que definir cuál es mi hogar, mi lugar en el mundo, diría el fútbol club Barcelona. Quizás parezca algo que diría el típico niño obsesionado con el fútbol, y probablemente yo lo sea, pero no tengo otra forma de describirlo. Ninguna otra definición le hace justicia. Entré como jugador en los años ochenta, donde desarrollé mi profesión y crecí mi amor por el fútbol. A pesar de la belleza del deporte y todas las hermosas amistades allí cultivadas, una persona en especial marcó esos años y todos los que le seguirían para bien y para mal, dependiendo en qué momento de mi vida me lo pregunten.
José Mourinho entró como traductor y segundo entrenador en 1996, y para mí se sintió como un flechazo, como el conocido amor a primera vista. Nunca, en los veinticinco años que tardé en conocerlo, hubiera pensado que un portugués petiso y propenso al enojo cambiaría mi percepción del amor, pero así fue. Ni siquiera sabía que era gay hasta que lo conocí, pero José tuvo ese tipo de impacto en mi vida.
Él era un hombre directo, que no daba vueltas. Si estaba enojado o molesto con alguien se lo hacía saber inmediatamente, así que el hecho de que haya sido mi amigo era algo más especial de lo habitual. No solía sonreír, sino que optaba por mantener su seria expresión la mayoría del tiempo. Así que mirarlo reír o incluso formar una sonrisa en sus labios provocaba que mi corazón de un vuelco y mi estómago se llene de revoloteantes mariposas.
Éramos amigos inseparables. Yo hacía todo lo posible para hablar con él, siempre encontraba algo para decirle. A pesar de que yo manejaba a la perfección el inglés, para hablar con nuestro entrenador, que no hablaba español, llamaba a José para que tradujese nuestra conversación, y así poder escuchar su voz y sonreírle.
Pensé que mis sentimientos eran correspondidos, realmente que sí. Siempre que ganábamos un partido corríamos el uno hacia el otro para abrazarnos, y siempre que yo tenía buenas noticias él era el primero en oírlas. Fueron interminables e infinitas las conversaciones nocturnas que tanto nos encantaba tener en aquellos viajes tan largos hasta algún estadio. Pero a pesar de todas las interacciones que yo interpreté señales de su parte, no tenía el valor para confesar lo que sentía. Tres años pasaron hasta que, en el 1999, lo cité a solas en el vestuario para charlar.
Lo esperé de pie frente a los bancos mirando directamente hacia la puerta, sosteniendo una rosa tras mi espalda. Tenía pensado sorprenderlo con ella así que la sostenía de tal forma que a primera vista no era capaz de detectarla.
-Pep, qué bien que querías hablar -dijo con su típico acento portugués que yo tanto amaba al entrar a la habitación-, yo también quería contarte algo.
-¿Ah, sí? -pregunté con nerviosismo.
-Sí. Quiero que seas el primero en saberlo, a pesar de todos los rumores que probablemente ya oíste.
-Te escucho -lo miré a los ojos sintiendo que mi corazón se aceleraba.
-Sabes que eres mi amigo más cercano, ¿verdad? -apoyó una mano en mi hombro- Por eso sé que apoyarás mi decisión.
Una sonrisa ya comenzaba a formarse en mis labios. Estaba seguro que ese sería el comienzo de nuestra historia de amor, que aquel hombre tan hermoso y seguro de sí mismo se sentía atraído hacia mí del mismo modo que yo lo hacía por él.
-Me voy a Portugal para comenzar mi carrera como entrenador -dijo orgulloso con una sonrisa.
-¿Qué? -pregunté en un susurro, a medida que mi sonrisa se borraba.
-Así es -puso sus manos en su cintura-. Le digo adiós a mis épocas de segundo entrenador, de traductor, de trabajos insignificantes. Es hora que el mundo vea lo que José Mourinho tiene para ofrecer.
Sus palabras las escuchaba como si estuvieran borrosas, como si un pitido me nublase los sentidos. Sentía cómo toda la sangre de mi cuerpo se escurría a mis pies, dejando nada en el cerebro para procesar lo que acababa de decir. Nada más que la tristeza que se nutría del corazón que poco a poco se deshacía.
-¿Te vas del Barcelona? -hablé casi como un susurro, los ojos perdidos.
-Hombre, no te preocupes -sonrió de costado dándome una palmada en el hombro-. No es nada personal, pero este club ya no tiene nada para ofrecerme.
"¿Y yo?", tenía ganas de gritarle, pero simplemente lo miré en silencio, apretando la rosa que llevaba en mis espaldas. No tenía el derecho de reclamarle nada. Tragué mis sentimientos antes de hablar.
-Bueno, felicidades, sé que te irá de maravilla -forcé una sonrisa.
-Eso espero. Por cierto, ¿qué querías decirme?
-Ah, nada importante -sentí cómo una espina me apretaba la mano mientras me apresuraba a inventar una excusa-. Sólo unas estrategias que podrían servir para el próximo partido. En fin, espero que triunfes en esta nueva vida allí en Portugal. Sé que no es una decisión fácil de tomar.
-Muchas gracias, sabía que podría contar con tu apoyo -me sonrió antes de retirarse del vestuario.
Apenas escuché que la puerta se cerró, bajé la cabeza cerrando los ojos con fuerza. No pasó mucho hasta que mis lágrimas comenzaron a caer, y mi pecho a dar leves convulsiones típicas del llanto. Aún parado en ese lugar donde me rompió el corazón, apretaba la rosa con tal fuerza que una espina perforó mi piel, y la solté rápidamente para mirar mi mano. Una gota de sangre se escurría de la misma. Cerré la temblorosa mano y me la llevé a la cara.
Once años más tarde aún tenía esa cicatriz en la piel.
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Buenas! Bienvenidos a mi novela. La escribí con mucho amor, tristeza y sentimientos en general, a lo largo de seis meses. Espero que disfruten leerla tanto como yo disfruté escribirla.
Incluiré una canción a cada capítulo, representativa de, principalmente, los sentimientos de Pep. También, pondré un pequeño epígrafe con las frases que mejor se identifican con el capítulo. En este caso, solo hay que cambiar "California" por "Barcelona" y es lo mismo.
Muchas gracias y buenas noches! <3
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rosas con espinas [guardiola x mourinho]
FanfictionEn los años noventa, aun en el FC Barcelona, Guardiola tiene planes para confesar su amor por el curioso portugués que actúa de entrenador suplente, un tal Mourinho. Sin embargo, el destino tenía otros planes para ese día. Más de una década después...