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La casa de aquel carpintero era una de las primeras casas después de la entrada del pueblo. Era una casa hecha de adobe y techo de tejas de barro. Tenía un pequeño corredor en la entrada donde resguardaba la leña y su hacha. Su casa estaba en el centro de un gran terreno, así que tenía muchos metros de espacios llenos de pasto, también varios árboles de mango y aguacate en sus partes laterales y traseras. Aquella casa estaba sola. Pablo había perdido a su esposa a causa del cáncer. Ella había sido estéril. A pesar de que nunca tuvieron hijos, se amaban mucho y él estuvo a su lado hasta el día de su muerte, hacía un año.

Al llegar a la puerta de su casa saco las llaves de su bolsillo, pero estas se le cayeron. Se inclinó para recogerlas y en ese instante una sombra paso rápidamente reflejándose de un extremo a otro en la pared frente a Pablo, él se incorporó al instante y dio media vuelta para ver qué era lo que había pasado frente a su casa, pero no vio nada y ni escuchó nada. Se dispuso a abrir la puerta, colocó la llave en la cerradura y su corazón comenzaba a normalizar su ritmo.

Un gruñido se escuchó. Aquel ruido había provenido de un árbol que se encontraba cerca, él observó aquel árbol y vio lo que parecía un perro negro de tamaño normal frente al árbol. «¿Qué? Yo no tengo perro...» en ese momento se percató que era la misma bestia que le siguió en el bosque de Las Cruces por los ojos amarillos y el olor a putrefacción que traía el viento en esos momentos. Era más pequeño, pero no había duda, era él. Su corazón se aceleró nuevamente y su camisa aún estaba empapada en sudor. Sintió un escalofrió que le recorrió la espalda. Ahí estaba, sólo que esta vez era más pequeño y la situación ahora era más pareja, así que tomó su hacha que se encontraba cerca de la leña apilada, dio pasos lentos hacia el árbol. Su corazón se aceleraba cada vez más, y más. Una nube pasó y cubrió la luna, todo se volvió oscuridad. Al pasar la nube, la luz tenue de la luna volvió y aquel animal había crecido de forma considerable; del mismo tamaño anterior cuando Pablo lo había visto en el bosque de Las Cruces. La igualdad había desaparecido, pero ya no había marcha atrás. Al verlo quedo atónito, ese animal era horroroso y en definitiva no era normal, era un perro negro (si así se le podía llamar) del tamaño de un toro. Sus ojos amarillos pardusco brillaban a la luz de la luna. Pablo tragó saliva y se armó de un valor desquiciado. Era todo o nada. Sabía que moriría; pero que esa bestia no se iría sin un golpe de su hacha, no sabía por qué aquel animal estaba tras de él, y al parecer no lo dejaría en paz como a los turistas que había conocido en el bar. «¿Por qué los habrá dejado vivir?». Ahora era consciente no tendría la misma suerte, sería definitivo moriría o viviría, tomando fuerzas levantó el hacha y siguió caminado lentamente ante la amenaza.

La sombra de otra nube comenzó a cubrirlos a ambos, Pablo supo que debía dar un golpe certero antes de quedar en la oscuridad, así que se abalanzó hacia adelante y lanzó un golpe con su hacha, pero aquel animal se movió sumamente rápido a pesar de su tamaño. La sombra de la nube cubrió por completo a Pablo y a la bestia, en total oscuridad, él sólo escuchaba gruñidos. Se quedó quieto con su hacha lista para atacar y cuando escuchó el gruñido cerca, golpeo en su dirección. Pero el gruñido se siguió escuchando, había fallado en su intento. Probó una vez más y cuando nuevamente escuchó el gruñido cerca, dio un golpe nuevamente con su hacha, pero esta vez el gruñido ya no se escuchó.

La sombra de la nube pasó y la luz tenue de la luna volvió. Pablo quería moverse, pero su cuerpo estaba paralizado, quería gritar, pero no podía, sentía mucho dolor y no podía respirar, la presión que sentía alrededor de su cuello no lo dejaba. Aquel extraño animal lo había tomado por el cuello con sus colmillos, y tenía sus patas apoyadas en su espalda. Ahora tenía el tamaño de un perro normal. Pablo sólo podía ver la luna llena arriba de él, su mente había quedado en blanco, el dolor lo invadía y sentía el calor de su sangre que brotaba de su cuello. Pronto comenzó a ver la luna moverse de un lugar a otro, su cuerpo se sacudía violentamente y la luna perdía cada vez más su brillo. La muerte estaba a escasos segundos de él, de pronto, la bestia que lo tenía capturado lo soltó. Pablo tomó una bocanada de aire sintiendo un terrible ardor como si su cuello fuese a dividirse, sus piernas se liberaron de la parálisis y cayó arrodillado. Luego soltó el hacha. Sus oídos apenas podían escuchar los gruñidos de su agresor. No pudiendo pensar en nada, intentó inútilmente de respirar, pero no pudo, todo se volvió oscuridad para él, cayó sobre el pasto. Ahí tendido, murió.

Otra nube pasó y cubrió de oscuridad aquella cruda escena; cuando la nube pasó, los rayos de luna dejaron a la vista a aquel perro negro, que había aumentado de tamaño, entonces se lanzó rápidamente sobre el cuerpo sin vida de Pablo para comenzar a devorarlo. Lo mordió con su enorme hocico de las costillas haciéndolas crujir al romperlas, desgarró la piel y los órganos. Dejó un hueco sangrante. Poco a poco, mordida tras mordida, al final solo quedo un charco de sangre.

En el umbral de la noche © (Martín Mizar I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora