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Un Éncopus apareció, salió del remolino de nubes negras respondiendo al llamado de ayuda. Las últimas palabras de Tomás antes de que le cortaran su cuello fue la oración para llamar a uno de estos demonios; ellos están solamente un poco más abajo de las potestades en el infierno a pesar de su tamaño.

Si la cabeza de Tomás hubiera rodado, si lo hubieran decapitado totalmente el Éncopus no podría hacer nada.

Los Éncopus, son demonios alados que miden casi un metro de altura. Si alguien los viera a lo lejos pensaría que son murciélagos gigantes de Filipinas (si no fuera por el color, cualquiera los confundiría con uno de ellos). La cabeza de un Éncopus, en verdad, parece la de un murciélago, excepto que no tiene orejas; en cambio tiene muchos cuernos pequeños que cubren casi la totalidad de su cabeza y cara. En su boca hay más de mil dientes y una larga lengua bífida y áspera. Sus alas son, también, similares a las de los murciélagos. Tiene dos ojos grandes y saltados; que dan la impresión de que se van a salir de sus cuencos. Su cuerpo, sus extremidades y sus manos son similares a las de un mono, pero sin pelos. Su piel es áspera y es de color azul. Su cola es como un látigo, muy larga y terminada en punta.

El Éncopus llegó a tierra firme, rápidamente se arrastró por la tierra hasta donde estaba Tomás, lentamente con su lengua comenzó a lamer la poca sangre que aún quedaba desparramada en el suelo y que aún no se había consumido. Luego se le prendió de la camisa y con su larga lengua comenzó a lamer el cuello de Tomás. Aquella herida burbujeaba y humeaba después de que el demonio pasaba por ahí su lengua, de pronto Tomás respiró aire y su pecho se expandió, el Éncopus saltó hacia atrás y vio como aquel hombre que parecía dormido volvía a la vida y se ponía de pie lentamente. Este demonio sabe que, si es invocado, quien lo invoca no morirá, se mantendrá en un estado suspendido entre este mundo y el otro hasta que él llegue (siempre y cuando su cabeza no este separada de su cuerpo).

Tomás sentía que su cabeza daba muchas vueltas, se sentía tan mareado que se tambaleaba de un lado a otro. Se tocó el cuello y pudo sentir con sus manos una protuberancia alrededor.

—Gracias —dijo con el poco aliento que tenía—, te debo una.

—A nosotros también nos debes una —susurraron las voces— ahora síguelo y haz lo que sientas. Guardaremos silencio sólo por un tiempo.

El Éncopus voló hacia un árbol fuera del callejón, haciéndole ver a Tomás que lo siguiera. Un pensamiento paso rápidamente por su cabeza, debía matar a los hombres que los habían intentado matar o él sólo viviría un día a partir de aquel momento.

—Entiendo lo que debo hacer —dijo mientras lo veía—. Debo pagarte rápido.

Tomás parecía diferente. Comenzó a caminar y poco a poco se recuperó extraordinariamente, en unos minutos ya estaba corriendo. Siguió a su guía. Mientras más corría su furia hacia aquellos hombres crecía más y más. Cruzó un gran sendero e internándose en un pequeño bosque, por caminos sinuosos llegó a una quebrada, ahí descubrió un pequeño camino angosto que se dirigía hacia la cima de un cerro, el Éncopus voló sobre aquel pequeño camino y Tomás reconoció aquel lugar.

—¡Los Guerra! —dijo mientras su ira se incrementaba, tomó aire y siguió corriendo con desesperación y ansiedad por matar—. Con razón eran cuatro. Eran ellos. Es una pena que tenga que matarlos.

Desde que Tomás había progresado rápidamente haciéndose de mucho dinero al vender oro. El rumor de los lugareños era que se había convertido en traficante de drogas. Pero había otro rumor, uno expandido por los Guerra; no sólo eso, Antonio Guerra lo tildaba de "brujo". Además, se corría una vieja historia entre los lugareños de que el padre de Antonio Guerra había matado a un brujo hacia años en río el Sauce, aunque eso se sostenía como una historia "de los Guerra", una historia inventada por ellos, una historia sin valor.

En el umbral de la noche © (Martín Mizar I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora