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Mientras subía a la segunda planta. Martín se preguntó ¿Por qué habrá reaccionado así el hombre que subió su equipaje? Martín lo busco con la mirada en el pasillo de la segunda planta, pero sólo vio su equipaje frente a la puerta de una de las habitaciones.

Al llegar a la habitación, don Guzmán la abrió. Al entrar, todo parecía de una simple casa de campo: una cama acolchonada, una pequeña mesa de noche, una lámpara, una silla y un ropero con un par de gavetas. Cualquiera creería que acababan de robarles. No había televisión, ni teléfono, ni una radio. Pensó que sería innecesario preguntar si contaban con una conexión inalámbrica de internet.

—Parece un poco vacío, ¿No cree? —dijo Martín mientras colocaba las maletas sobre la cama.

Don Guzmán esbozó una sonrisa.

—La verdad es que los turistas siempre buscaron un lugar para desconectarse de la ciudad, y en parte es alejarse de todos... en silencio.

Don Guzmán habla con sinceridad, había aprendido que los turistas que llegaban a San Juan querían estar en paz y en silencio; así que esto hizo que sacara los televisores y teléfonos de las habitaciones (jamás coloco internet, así que eso no fue algo que tuviera quitar); en cada habitación él había colocado un botón que hacía vibrar unas pequeñas alarmas en recepción y la cocina (eran unas cajas de madera que vibraban mucho, para evitar cualquier ruido incomodo), el encargado debía subir a la habitación y tocar para preguntar que deseaban. Cada cuarto poseía una caja individual, estaban enumeradas y era fácil identificar cual vibraba. Además, sólo había 8 habitaciones, de las cuales 3 eran familiares.

—Entiendo —replicó Martín, mientras abría las maletas—. Creo que su ayudante no rompió nada —agregó al ver todo intacto.

Martín entregó las maletas de Isabel a don Guzmán para que las moviese a la habitación contigua que sería de ella. Sólo había que cruzar una puerta divisoria y se estaría en la otra habitación, que era más grande y tenía dos camas. Al momento de entregar las maletas Martín pensó en preguntarle por la reacción de su empleado, pero se contuvo.

En esos instantes Isabel entró en la habitación.

—Es un lindo lugar. —Le dijo a Martín—. ¿Notaste la reacción del hombre al subir las maletas? Su rostro estaba totalmente pálido.

Isabel no se había percatado que don Guzmán estaba en el umbral de la puerta divisoria de las habitaciones y la había escuchado.

Martín e Isabel notaron que los miró como si supiera o esperara a que le preguntarán sobre lo ocurrido en la recepción.

—¿Han visto algo inusual por aquí? —Preguntó Martín intrigado y sospechando que la respuesta sería positiva.

—Bueno, algo así —dijo mientras se rascaba la cabeza con nerviosismo—, les contaré esto porque creo que es lo mejor.

Después de decir eso se arrepintió, sabía que eso podría significar que ellos se fuesen inmediatamente de San Juan y pidieran un reembolso de su dinero. Pero no había marcha atrás; dio un fuerte suspiro y comenzó.

—Hace una semana por la noche, Carlos y yo veníamos de la ciudad de Las Palmas, por el bosque de Las Cruces, no habíamos avanzado mucho cuando vimos algo extraño que volaba sobre el bosque, no sentimos miedo porque que creímos que era un ave nocturna, pero al pasar más cerca nos percatamos, a pesar de la oscuridad ¡Que la silueta tenia forma humana! —Se estremeció al recordar aquella escena— Al ver aquella silueta en la oscuridad, en ese momento sentimos escalofríos y nos asustamos mucho y sin cruzar palabras corrimos sin parar el uno al lado del otro hasta llegar al pueblo —hizo una pausa y aclaró su garganta—. En el pueblo todos nos veían la cara de horrorizados. Cada "Buenas noches" que algún conocido nos daba, iba seguido de ¿Se sienten bien? o ¿Algo malos les sucede? Pero nosotros no parábamos a responder preguntas, nos limitábamos a decir: luego te cuento, luego te cuento. Hasta el día de hoy no hemos dicho nada a nadie.

En el umbral de la noche © (Martín Mizar I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora